sábado, 6 de junio de 2020
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 32
Con valor Pedro volvió a tomar otro bocado. Así como al principio tragar sin masticar había parecido la mejor manera de minimizar el daño para su paladar, dos intentos le habían demostrado que eso podía tener peligrosos efectos secundarios. No estaba seguro de si Pau había confundido la receta para los huevos pasados por agua con la de los huevos fritos, o si los hacía con la cascara, pero eran los más crujientes que jamás habían pasado por su boca.
—Sé que has dicho que el beicon te gustaba crujiente —comentó ella, su propio plato ya medio vacío—. Pero temía quemarlo si lo dejaba mucho más tiempo. Si quieres, puedo freírlo un poco más.
—Eh... no. No. Así... está bien.
—He mejorado, ¿no lo crees, Pedro? —para evitar una mentira descarada, se metió más comida en la boca y soltó un gruñido ambiguo—. Si no es suficiente para ti, queda algo más. ¿Quieres que lo fría ahora?
—¡Por Dios, no! Eh... quiero decir, gracias, pero es más que suficiente.
Unos dientes blancos perfectos, que su lengua sabía que eran tan suaves como parecían, centellearon en una sonrisa brillante un segundo antes de que mordieran una tostada quemada.
Pedro contuvo un gemido cuando un dolor agudo le apuñaló el pecho. En otro momento habría echado un vistazo a lo que comía, culpando de ello a una indigestión, salvo que los síntomas no eran los correctos. No recordaba que jamás una indigestión lo hubiera dejado con una erección. «Oh, Dios», gimió interiormente, moviéndose en la silla, «cuando un hombre aspira a ser un trozo de pan calcinado está metido en serios problemas».
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