sábado, 6 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 31




El comentario susurrado de Pedro apenas se registró en su cerebro nublado, pero la expresión cauta en la cara de él al mirar hacia la playa le recordó que la motivación para besarla no había surgido del corazón. Sólo lo hizo para evitar que los reconociera el hombre que podía tirar abajo su fachada. Pedro, como siempre, se mostraba pragmático y no romántico.


—¿Se ha...? —al oírse casi sin aliento, Paula se detuvo para respirar—. ¿Se ha ido?


—Sí... se han ido —los ojos oscuros la estudiaron en un intento por penetrar en sus más recónditos secretos. Ella se apartó del árbol y trató de imitar normalidad.


—Bien. Entonces larguémonos de aquí antes de que él decida regresar.


—No me has escuchado, Paula—el tono de Pedro fue seco—. Dije «se han ido...» Kiara
estaba con él.


—Yo no vi a nadie con Ivan —Pedro notó que la primera emoción en aparecer en su rostro fue sorpresa, seguida de inmediato por confusión y, como él había temido, incredulidad y negación.


Experimentó un momentáneo deseo de no herir sus sentimientos y decirle que iba solo.


Luego los recuerdos de su sabor y la sensación de tenerla en los brazos estallaron en su cabeza, y el puro egoísmo hizo que adoptara el dicho que rezaba que había que ser cruel para ser amable. Paula iba a superar lo que sentía por Carey, porque él la ayudaría. ¡Maldita sea, la obligaría!


—Era Kiara Dent. Marchaba por detrás de Carey con una mujer mayor, y admiraban la vegetación.


Paula sólo pudo mirarlo. Mientras la había tenido total e inconscientemente inmersa en un beso aniquilador, él había mantenido la suficiente compostura como para, al mismo tiempo, realizar una inspección que habría enorgullecido a James Bond.


La indiferencia de Pedro resultaba mutiladora, pero el orgullo requería que lo dejara pasar. Su orgullo tenía mucho de qué responder, pero no tanto como su estúpido corazón.


Paula se mostró tan distante y silenciosa en el trayecto de vuelta a la cabaña que Pedro tuvo ganas de sacudirla. Como mínimo de despertarla. El beso que habían compartido estuvo a punto de hacerle perder el juicio, y su sangre aún circulaba a la velocidad de la luz. Le había producido un impacto tan fuerte que tuvo que invocar toda su voluntad para ponerle fin; de lo contrario, la habría desnudado allí mismo antes de que ella se hubiera dado cuenta. Y sin importar lo abierta que había parecido mientras se besaban, la reacción que tuvo al enterarse de que la esposa de Carey lo acompañaba fue como un cubo de agua fría sobre cualquier esperanza egoísta que Pedro hubiera podido tener de que conseguiría que olvidara a ese idiota.


¡Maldición! Quería estar furioso con ella, pero la cabeza baja y la expresión retraída que mostraba mientras subían por el sendero lo obligó a buscar algo que la animara.




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