sábado, 27 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 43




Pedro hizo a un lado el plato vacío de su desayuno y extendió una hoja de papel en la que figuraban tres columnas separadas.


—En la primera columna tenemos los hechos de los que estamos seguros —la señaló con un bolígrafo—. Número uno: Marcos Caraway se fugó de prisión hace un mes y medio. Anoche lo detuvieron en Illinois y ahora mismo está nuevamente encarcelado.


A Paula no le extrañó que Pedro apenas hubiera dormido la noche anterior: se había dedicado a hacer cuadros y listas. Se levantó para llevar los platos al fregadero.


—Te escucho. Absorberé mejor todo lo que dices si tengo las manos ocupadas.


—Hecho número dos: Benjamin y Juana Brewster fallecieron en una explosión ocurrida en su casa hace cinco semanas.


—Observo que no has mencionado que fuera una explosión provocada.


—Eso figura en la columna de probabilidades. Hecho tres: la vecina de los Brewster, Susana, me dijo que una madre de alquiler iba a dar a luz al hijo biológico de Juana y de Benjamin.


—¿Y admitió que le había contado eso a alguien más? —le preguntó mientras aclaraba los platos.


—Todavía seguía consternada por lo ocurrido cuando hablé con ella. Me soltó esa información sin pensar, y habría hecho lo mismo con cualquier otra persona sin que se hubiera dado cuenta dé ello. Hecho cuatro: la clínica del ginecólogo de Juana fue forzada.


—Y no se llevaron más que drogas.


—Pero pudieron haber accedido a los archivos médicos, y tu nombre figuraba como madre de alquiler. Hecho cinco: Marcos Caraway juró que volvería para matar a Benjamin y a todos sus descendientes.


—Solo que Marcos Caraway está ahora mismo en prisión —repuso Paula mientras echaba detergente en el lavaplatos.


—A no ser… —Pedro se levantó para mirar por la ventana—… a no ser que Caraway hubiera contratado a otra persona para que hiciera el trabajo sucio por él, lo cual es extremadamente improbable. Sin embargo, también tenemos que plantearnos la posibilidad de que tu agresor no esté en absoluto relacionado con las muertes de Juana y de Benjamin.


—¿Pero por qué alguien habría de querer matarme a mí, sobre todo aquí, en Orange Beach? Yo vivo en Nueva Orleans. Tenemos uno de los índices más altos de delincuencia de Estados Unidos y todavía nadie ni siquiera me ha robado el bolso.


—Pero alguien te quiere muerta. El quién y el por qué es lo que tenemos que descubrir.


—¿Qué es lo que sugieres? ¿Cuál es tu plan?


—Tenemos que sentarnos tranquilamente y repasar cada aspecto de tu vida, pasado y presente. Lo primero es saber quién podría verse beneficiado de tu muerte. Si no sacamos nada en claro, tendremos que analizar a cada uno de tus conocidos, cada negocio del que te has ocupado, cada relación que mantengas actualmente, incluyendo cualquier actividad que Juana y tú realizasteis juntas.


Cada aspecto de su vida. Rebuscar en un pasado cuando había pasado años intentando dejarlo bien enterrado…


—Eso podría llevarnos mucho tiempo.


—Comenzaremos con el método de eliminación. Y siempre existe la posibilidad de que capturemos a nuestro hombre in fraganti —se apoyó en el mostrador—. Hay una cosa más que tengo que decirte.


—¿Todavía hay más?


—Sí. No sé durante cuánto tiempo más seguirá el FBI implicado en esto.


—Espera un momento… —apoyó las manos en las caderas—. ¿Es esta tu manera de decirme: «me alegro de haberte conocido, gracias por todo, me voy»? No puedes convencerme de que necesito quedarme aquí para hacerle frente a un asesino profesional y luego largarte.


Pedro le puso las manos sobre los hombros.


—Yo no tengo ninguna intención de marcharme, pero si el FBI se retira, me quedaré aquí como un simple ciudadano, no como un agente del estado.


Paula fue asimilando lentamente sus palabras:


—Ya no serías Pedro Alfonso, el falso personaje inventado por la agencia.


—No.


—Entonces, ¿por qué habrías de quedarte? ¿Por qué habrías de arriesgar tu vida enfrentándote con un asesino cuando eso ya ha dejado de formar parte de tu trabajo?


Con exquisita delicadeza le retiró un mechón de cabello de la frente, sujetándoselo detrás de la oreja. La miró fijamente a los ojos.


—Sé que no deseas escuchar esto, pero es justo que te lo diga. Estoy loco por ti, Paula. Creo que lo estuve desde aquel primer día que comimos juntos. Intenté negarlo, intenté fingir que los sentimientos no estaban ahí, pero fueron creciendo en intensidad. Luego, cuando anoche te besé bajo la rama de muérdago, tuve que admitirlo. Y, a no ser que esté interpretando erróneamente las señales que me mandas, tú también sientes algo por mí.


Paula apoyó la cabeza sobre su hombro; de repente era como si las piernas hubieran dejado de sostenerla. Sentía mucho más que un «algo» por Pedro, pero hasta entonces se había empeñado en atribuirlo al desequilibrio hormonal provocado por el embarazo.


—¿Te había sucedido esto antes alguna vez? —le preguntó—. Quiero decir, cuando estás en algún caso que te obliga a tener con una mujer una intimidad como la que hemos compartido tú y yo… ¿también te implicas emocionalmente?


—Si te refieres a si tengo por costumbre enamorarme como me he enamorado de ti, la respuesta es un rotundo no. Tú eres la primera. Y, por cierto, va contra la primera regla de mi trabajo: la de no enamorarse nunca de la mujer a la que hay que proteger.


Le deslizó el pulgar bajo la barbilla obligándola suavemente a alzar la cabeza, de modo que su boca quedó muy cerca de la suya. Y la besó. 


Paula se sintió profundamente conmovida, estremecida por una dulce pasión que barrió con todo excepto con su necesidad de devolverle el beso.


Y lo hizo. Una y otra vez, entreabriendo los labios: cada átomo de su ser suspiraba por su contacto. Hasta que al fin se apartó.


—No puedo hacerte el amor, Pedro. No así. Estoy demasiado cerca de dar a luz.


—No tienes que hacerlo. No quiero que corras ningún riesgo.


—El médico no me dijo nada al respecto. Es solo cómo me siento…


—He esperado treinta y ocho años a sentir esto por una mujer, Paula, así que puedo esperar unas pocas semanas más para demostrarte lo que siento por ti. Pero no puedo esperar todo ese tiempo para abrazarte, para besarte. No si tú sientes lo mismo que yo.


En esa ocasión fue ella quien lo besó. No podía imaginar cómo podría encajar el uno en la vida del otro, pero se negaba a pensar en eso ahora. 


De hecho, a no ser que encontraran pronto al asesino, no habría ningún futuro del cual preocuparse.



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