sábado, 22 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 13





—¿Estás segura de que no te apetece nada más? —le dijo Pedro, sonriendo en la mesa.


Paula dobló la servilleta. Había rebañado con pan crujiente todo el plato, no había dejado ni una gota de la salsa picante de los mejillones.


—Crecí rodeada de hombres.


Pedro se rió.


—Ya lo sé. Estuve allí. Ya te dije que tenían unos mejillones excelentes.


—Afortunadamente, puedo despejarme un poco volviendo a casa andando.


Pedro se levantó y se fue al otro lado de la mesa a separarle la silla a Paula. Gracias a Dios, su estado de ánimo había mejorado nada más sentarse a cenar en aquel concurrido café. Paula no estaba preparada para otra dosis del huraño Alfonso. Todo lo que le había estado preocupando desde que salió de su oficina parecía haberse disipado como por ensalmo nada más volver a verla.


—Cóbrese, por favor —dijo Pedro, entregando su tarjeta de crédito.


—No te molestes… —dijo Paula extendiendo la mano.


Aquello no era una cita.


—Es la tarjeta corporativa, Paula. Corre a cargo de la cadena. Es lo menos que pueden hacer.


Paula sonrió y dejó que AusOne le pagase la cena. Poco después, fuera ya del abarrotado café, pasearon en dirección a la casa de Pedro


Se aventuró a mirarle. Él había estado mirándola de una forma extraña, como si estuviera a punto de pedirle algo. Luego había bajado los ojos, aquellos ojos que mataban con la mirada, y cuando volvió a levantarlos de nuevo, aquella mirada extraña había desaparecido y entonces se habían puesto a hablar de los viejos tiempos, de Sebastian, de su padre…


Incluso, en un momento dado, de su madre, a quien Pedro había llorado como si hubiera sido su propia madre. De hecho, prácticamente lo había sido. Había sido ella la que había convencido al padre de Paula para que le dejase estar en su casa todo el tiempo que fuera necesario hasta que se hiciera mayor.


Pedro la tomó del brazo a la altura del codo y caminaron juntos desde la calle de los cafés hasta el paseo marítimo.


—Vivía pensando en volver los viernes por la noche —dijo él, mirando al mar—. ¿Lo sabías?


—Todo lo que sabía era que venías a casa cada viernes por la noche como un reloj. Era como una promesa, ¿no? —dijo ella moviendo la cabeza ligeramente.


—Cenar con los Chaves era lo más importante de la semana. Todo era tan normal… Incluso estuve jugando por una noche a hacer de hermano mayor. Hubiera querido que la semana tuviera siete viernes. Eché mucho de menos aquellas cenas cuando me fui.


Sólo las cenas, le dijo Paula a su corazón desbocado. No a ella.


—¿Echaste de menos el surf?


—No. Si no hubiera dejado el surf, nunca habría ido a la universidad. Y si no hubiera estudiado dirección de empresas, no me habría podido abrir camino aquí. Pero algunos días me gustaría volverme a sentar en aquella casa a tirarte guisantes por encima de la mesa, ¿te acuerdas?


—Tú siempre perdías —le dijo Paula sonriendo.


—Tú siempre los esquivabas.


De repente, Pedro dio unos pasos a un lado y le dio un empujoncito con la cadera, de la forma en que acostumbraban a hacer de chicos. Ella se rió a carcajadas para disimular el estremecimiento que sintió por todo el cuerpo con su simple contacto.


El hombre en que se había convertido Pedro distaba mucho del aprendiz de hombre que ella recordaba. El as del surf al que todo el mundo esperaba ver en los circuitos profesionales, el muchacho que tenía un padre, pero no una familia.


—Hiciste bien —le dijo ella—. Valía la pena.


—Me gustaría pensar que sí.


—Para la voz de la calle eres el icono masculino de la televisión —dijo ella.


—¿La voz de la calle? —dijo él mirándola de reojo de forma cálida y familiar.


Paula sintió acelerarse el ritmo de su corazón.


—Bueno, la voz de la furgoneta del catering.


Pedro caminaba ahora más lentamente conforme se acercaban a la puerta de Paula. Ella estaba feliz de pasear despacio junto a él sin ataduras, sin agendas.


—No quiero hablar de Maddox —dijo él.


—¿No te gusta? —le preguntó ella.


—No he dicho eso. Es muy bueno en lo que hace.


—¿Pero?


—Simplemente no quiero hablar de él. Al menos esta noche.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario