sábado, 22 de febrero de 2020
LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 15
La carga de culpabilidad que habían soportado entre ellos a lo largo de casi una década resultó barrida en el mismo instante en que sus bocas se encontraron. A la primera caricia de sus suaves y cálidos labios, Paula retrocedió instintivamente, dando con la áspera pared de mampostería del viejo arco. Nueve años ardiendo de deseo.
—Paula… —musitó él con un quejido en los labios.
Una mano enorme se cerró sobre su nuca mientras la otra se deslizaba alrededor de su cintura, apretándola contra él. Ella ponía delirante las manos sobre su amplio y duro pecho mientras probaba y degustaba sus labios.
Pedro tenía las piernas ligeramente abiertas para adaptarse mejor al pequeño cuerpo de ella.
Paula echó la cabeza atrás cuando él la acarició metiendo y sacando la lengua de su boca, recorriéndola interiormente con una intensa y prolongada pasión. Cada movimiento era una danza erótica que aumentaba la tensión entre ellos. La tierra comenzó a dar vueltas. Paula sabía sin la menor sombra de duda que ella nunca experimentaría otra vez un beso como aquél.
En ese momento ella se habría quedado allí muy feliz con él para siempre.
Pedro alzó la cabeza, sus iris castaños eran ahora un magma líquido.
—Dime que pare.
Paula trataba de respirar profundamente. Sus pensamientos eran muy confusos. ¿Por qué diablos iba a dejar que parase algo que le hacía tanto bien?
Paula temblaba mientras su organismo no dejaba de segregar endorfinas. Miró a la puerta que conducía a su parte de la casa. La idea de estar allí en el dormitorio con Pedro apretado a ella, con sus siluetas contra la enorme luna llena era… perfecta. Pero ¿qué probabilidades tenía de que siguiera a su lado después? ¿De que pudiera ofrecerle algo importante aparte de una noche?
Sin embargo, no iba a tener otra oportunidad. Ya no era una niña, y era lo suficientemente sensata como para saber que no había nada mejor que un final feliz.
—No te pares.
Pedro se sumergió en el pelo de ella y acarició su oreja entre sus labios. Pedro la sostuvo con fuerza contra él y la llevó hacia la puerta.
Justo en ese instante el contestador automático que tenía Paula en la casa tomó por fin la llamada. La voz de su padre llegó hasta donde estaban ellos.
—Hola, mocosa, soy yo. Perdona, pero te echaba de menos…
Pedro se quedó helado, a medio camino. A medio beso.
—Sebastian y yo estábamos limpiando el garaje y nos encontramos un montón de cosas viejas tuyas. Nos preguntábamos si las querrías. La única cosa que reconozco es tu vieja bicicleta azul, aquélla que tenía aquellas bolitas de colores pegadas a los radios de las ruedas, que hacían ese efecto tan curioso.
No, no, no… Su patético impulso hacia el dormitorio fracasaba miserablemente. Pedro se apartó de ella y bajó la cabeza.
—De todos modos, llámame y te lo contaré todo con más detalle. Te queremos.
Un pitido, y luego el silencio. El único sonido que se oía en el jardín eran ellos dos respirando hondamente. Paula tomó las manos de él entre las suyas.
Pero él se resistía. Justo hasta aquel momento ella había pensado que aún quedaba algo que podía recuperar, que podía rescatar. Que su oportunidad no se había convertido irremisiblemente en cenizas por una simple llamada telefónica.
Pedro alzó sus torturados y fríos ojos y entonces ella lo supo.
Pedro Alfonso iba a rechazarla… otra vez.
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