sábado, 22 de febrero de 2020
LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 14
Pedro se detuvo ante el arco de piedra que daba entrada al pequeño jardín de la casita de Paula.
Su mirada había cambiado repentinamente.
Parecía querer ocultar sus sentimientos.
Apoyó el antebrazo en el arco de mampostería que tenía sobre su cabeza, y se acercó un poco más a ella. Paula le miró y sintió entonces la boca seca. Seguía siendo el hombre más atractivo que conocía. Brian podía ser muy guapo, pero era de un tipo de belleza prefabricada. La luz de la luna acentuaba la línea de su mandíbula, sus pómulos, y los surcos de su frente.
—¿Llegaste alguna vez a arreglar las cosas con tu padre? —dijo ella, haciendo una mueca tan pronto como salieron las palabras de su boca.
Todo el cuerpo de Pedro cambió en un instante.
Su voz sonó cortante en la quietud de la noche.
—Siguiente tema.
—Veo que algunas cosas nunca cambian.
Él la miró fijamente, suavemente, deteniéndose en su cara y sus hombros, para volver luego a sus labios. Paula sentía el corazón agitado de impotencia. Cuando Pedro volvió a mirarla a los ojos, se podían ver en los suyos, ahora más oscurecidos, un par de sombras.
—Otras, en cambio, sí —murmuró él—. ¿Cómo puedo estar aquí, pensando en besar a la niña a la que tiraba guisantes?
Pedro dejó caer la mano que tenía apoyada en el arco para dejarla suavemente sobre el hombro de Paula, poniéndose a jugar con el pulgar con el fino tirante de su ligero vestido. El corazón de Paula golpeaba con fuerza en su pecho.
No era una buena idea, pero allí estaba él, a punto de besarla. Y ella lo estaba deseando.
«Nunca estaré contigo, Paula». Sus palabras resonaban en sus oídos forzando a su cuerpo a entrar en acción. Se apoyó sobre el pequeño arco e intentó pensar en algo inteligente que decir, algo brillante e ingenioso y divertido, pero para su desesperación no se le ocurría nada.
—Paula —dijo él, bajando la mano—. Lo siento. No debería haberte dicho eso.
El exclusivo aftershave mezclado con el aroma natural de aquel hombre, se filtraba por su sangre, corriendo como un narcótico por sus venas. Se acercó a él, atraída como un imán por su calor, y alzó los ojos. Pedro se inclinó muy cuidadosamente hacia ella, con su pelo negro cayéndole por la frente. Una pregunta ardía en su brillante mirada, pero sus labios se separaron ligeramente cuando se acercó con decisión a los suyos. A sus hermosos labios.
Se oyó sonar el teléfono. Era el teléfono de ella, que sonaba dentro de la casa. Paula no le prestó la menor atención. Los ojos de Pedro se clavaron en los suyos, sus dos manos envolvieron suavemente el marco de su rostro, sus fuertes dedos se deslizaron por debajo de su mentón, inclinando su boca hacia él. Paula sentía que le temblaban las piernas al contacto de su piel, y que un apremiante impulso latía en lo más profundo de su ser.
«¡Bésame!».
El teléfono repicó por tercera vez.
La boca de Pedro se desplazó por su barbilla apenas a un milímetro sobre su piel. Paula se agarró con las manos a su chaqueta con todas sus fuerzas para mantenerse en pie.
Y… finalmente… él puso los labios sobre los suyos.
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