viernes, 31 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 41




Durante la media hora que le llevó al médico llegar a su casa, a grandes pasos Pedro recorría la cocina, la veía con unos ojos que le advertían que no debía intentar siquiera moverse.


Era extraño, pero la tensión de Pedro parecía aligerar un poco el temor de Paula. Qué diferente era tener a alguien con quién compartir la espera, la ansiedad... ¿Se sentiría igual de ansioso si supiera que era su hijo el que Paula esperaba? Cuando se estremeció, él lo notó, y se acercó a ella de inmediato.


—¿Qué pasa? —le preguntó.


—Nada —mintió la chica—. Sólo tengo un poco de frío.


Por la manera en la que el frunció el ceño, Paula pensó que adivinaba que mentía, un minuto después, Pedro abrió la puerta de la cocina y fue al vestíbulo. Escuchó que subía y un minuto más tarde se presentó con el edredón de su cama con el que la cubrió.


Cuando, por accidente, los dedos de Pedro rozaron el bulto de su vientre, ella brincó y se estremeció. Las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos. Si tan sólo las cosas fueran diferentes, si tan sólo la amara... si tan sólo descara a su hijo tanto como ella.


—Debe ser el médico —dijo Paula al oír que un auto se acercaba.


—Espera aquí. Yo iré a recibirlo —le indicó Pedro.


—Bueno, ¿qué pasó? —le preguntó el médico alegre al entrar a la cocina.


Paula explicó lo ocurrido, vio como su sonrisa desaparecía y fruncía el ceño cuando se volvió a Pedro y tranquilo, comentó:
—Creo que lo mejor sería que subiera y se acostara. Si usted pudiera...


Aunque la chica quería protestar y decir que bien podía subir la escalera sin ayuda, le pareció más sencillo ceder y permitir que Pedro soportara el peso de su cuerpo, mantenía un brazo firme alrededor de su cintura mientras la conducía al dormitorio.


El embarazo había incrementado algunos de sus sentidos, en especial el del olfato, y el aroma de Pedro tan cerca la abrumó con una mezcla angustiosa de dolor y gozo. Paula deseaba cerrar los ojos y apoyarse contra él por siempre, derretirse en él, ser parte de él... dejar que la absorbiera de tal manera que nunca se pudieran separar. Las lágrimas le quemaban detrás de los párpados y tropezó al tratar de controlar su debilidad emocional.


—Paula, ¿qué pasa? —exclamó Pedro tenso.


Ella negó con la cabeza, no podía hablar, sabía que si no ponía cierta distancia entre ellos, se desmoronaría por completo.


Se llevó la mano al vientre al sentir que el bebé se movía en su interior como si quisiera estar cerca de él. Suplicaba en silencio que comprendiera y la perdonara por negarle el derecho de conocer y amar a su padre; le decía que lo hacía por él, para que no sufriera por el rechazo de Pedro.


Agradecía que ya estuvieran muy cerca de su dormitorio.


—Iré a buscar a la partera para que la examine —el médico le dijo cuando Pedro bajó a buscar el edredón—. Supongo que estará de acuerdo conmigo en que lo que necesita es un par de semanas en cama.





ADVERSARIO: CAPITULO 40




Cuando escuchó que llamaban a la puerta, el sonido fue tan inesperado que pasaron varios segundos antes que se molestara en moverse.


¿Quién podría visitarla a esa hora? Era probable que fuera alguien que quería vender algo, se dijo pesarosa, al ir al vestíbulo y encender la luz.


Abrió la puerta con cautela y se quedó helada. 


La sorpresa al verlo le robaba la capacidad de pensar con lógica.


—¡Pe... Pedro!


—Sí, soy yo —le confirmó al entrar—. ¿Estás sola? ¿No decidió venir a vivir contigo a pesar de esto? —le preguntó con voz suave, tenía la mirada posada sobre el vientre de Paula—. ¿Lo hiciste a propósito, Paula? ¿Concebiste este hijo con la esperanza de que dejara a su esposa por ti? —preguntó brusco.


Paula tenía la boca seca, los músculos de la garganta paralizados por lo que le decía.


—Te vi en el pueblo esta tarde —lo escuchó manifestar—. En un principio no lo podía creer, no podía creer que hubieras sido tan... tan...


—Descuidada —complementó Paula, cuando empezó a amortiguarse la sorpresa, y una mezcla de angustia, dolor y enojo tomó su lugar. 


¿En realidad pensó durante un momento emocional cuando ella le abrió la puerta, que él había adivinado la verdad y se presentaba a reclamar a su hijo... decirle que la amaba, que los amaba... que los quería? Pues de ser así... si en realidad ella fue tan tonta, ahora él le confirmaba lo tonta que en realidad era.


—¿Sólo fue un descuido, Paula?


Sus palabras eran como una lluvia de golpes crueles que caían sobre su corazón desprotegido, cada uno de ellos más devastador que el anterior. ¿Eso era lo que él en realidad pensaba; que ella de manera deliberada eligió embarazarse con la esperanza de que al hacerlo obligaría a su amante a dejar a su esposa y a su familia?


Advirtió un sabor amargo en la boca, un frío que le rodeaba el corazón. ¿En verdad tenía una opinión tan baja de ella?


Cuando ella no respondió, el insistió inclemente:
—Pero, no está aquí contigo, ¿verdad? Te traicionó, justo como traicionó a su esposa. ¿En realidad pensaste...? —se detuvo, y entonces agregó cortante—. Ahora estás embarazada y el padre de tu hijo te ha abandonado... los ha abandonado a los dos, ¿cierto Paula?


La chica levantó la cabeza y se obligó a verlo.


—Sí, supongo que si lo dices así, lo ha hecho —admitió tranquila, todavía sorprendida, incapaz de negar lo que el decía ni de revelarle la verdad.


Una expresión extraña apareció en el rostro de Pedro; había enojo, irritación y desolación, y también algo más... algo que se acercaba al sufrimiento, aunque por qué las palabras de Paula le causaban tanto dolor, no tenía idea, a menos que fuera que le recordaban algo de su propia infancia; del trato cruel que diera su padre tanto a él, como a su madre.


—Y, sin embargo, no lo culpas, ¿o sí? —le dijo en tono acusador sin dejar de observarla.


— ¿De qué? —Preguntó Paula negando con la cabeza—. ¿De haber concebido a su hijo? —levantó la cabeza orgullosa—. La opción de seguir el embarazo fue mía. Fue mi elección; mi deseo. Quiero a su hijo.


—¿Aunque los haya abandonado? —le preguntó desolado.


—Hay cosas mucho peores en la vida que un niño tiene que soportar además de no tener un padre —Paula le señaló amable. Vio por la expresión en los ojos de Pedro que él sabía justo a lo que se refería—. Este hijo... mi hijo, nunca dudará de mi amor.


Giró sobre los talones al hablar, pretendía que él comprendiera con claridad que quería que se fuera, temerosa de que si permanecía allí, obligándola a hablar de un tema tan emocional, se delataría. El ya la despreciaba, y se podía imaginar lo que sentiría si supiera que él era el padre del niño... que lo negaría.


Sus emociones se acrecentaban en su interior, la llenaban de pánico. Se movió con torpeza y tropezó con el tapete de la cocina.


Era algo que le había ocurrido docenas de veces antes, y se había jurado que movería el tapete o se desharía de él y después lo olvidaría hasta que le volvía a ocurrir, pero, en esta ocasión, la sorpresa combinada de la llegada de Pedro, más el temor natural que sentía por el bebé, hicieron que se tensara al percatarse que caía de frente, y gritó con pánico.


Pedro se movió de inmediato, pero no con la rapidez suficiente para detenerla y cuando se arrodilló a su lado preguntándole si estaba bien, lo único en lo que ella pudo pensar, fue en el bebé y se le llenaron los ojos de lágrimas.


—No te preocupes, todo estará bien —escuchó que Pedro le decía y antes que ella pudiera evitarlo, con gentileza la ayudó a ponerse de pie, apoyando el peso de Paula contra él y la guió hacia una silla una vez que ella se sintió con fuerza suficiente para moverse—. Quédate aquí —le indicó—. Llamaré al médico.


Paula quería protestar, decirle que no necesitaba su ayuda, pero temía demasiado por el estado de su hijo para decir o hacer nada. 


Atontada le indicó en dónde podía encontrar el número de su médico, mientras temblorosa se acomodaba en la silla. Deseaba que se relajaran sus músculos tensos, su mente suplicaba que la caída no tuviera consecuencias drásticas.


Se sentía mal y tenía la cabeza ligera, el estómago se le retorcía por la náusea.


Era sólo la sorpresa, se dijo, eso era todo, pero todo el tiempo fue consciente de la advertencia que le hicieran en el hospital y de lo frágil y preciosa que era la vida en su interior.



ADVERSARIO: CAPITULO 39




—¿QUE pasa? ¿Qué hay de malo? —Paula preguntó ansiosa mientras pasaba la mirada del rostro de ceño fruncido de la enfermera al de la partera. Por lo general disfrutaba sus visitas prenatales, pero ese día, por alguna razón, la apartaron de las otras madres sin darle ninguna explicación.


El corazón se le aceleró por el temor que sintió por el bienestar de su hijo.


—No pasa nada —la tranquilizó la partera—. Lo único que ocurre es que su bebé no parece crecer con la velocidad que debiera. En ocasiones ocurre que por una razón u otra, un niño deja de crecer. Por lo general, sólo es algo temporal, pero... bueno... nos gusta revisar más a fondo cuando se presenta este caso; y usted todavía está baja de peso...


Paula se sintió culpable. Si algo le ocurría a su hijo por su negligencia...


—¿Qué tengo que hacer? ¿Qué ocurrirá? —preguntó preocupada.


—Nada en este momento —la tranquilizó la partera—, pero, quiero que regrese en una semana. Si su bebé no muestra señas de crecimiento para entonces... -—frunció más el ceño, lo que intranquilizó mucho a Paula.


—¿Qué puedo hacer? —su pregunta era una súplica.


—Descanse y coma bien —fue la respuesta inmediata.


—Y, ¿si mi bebé no ha vuelto a empezar a crecer para entonces...?


—Ya veremos. Tal vez tenga que internarse en la clínica para que los vigilemos, pero no hay razón para alarmarse. Como dije antes, suele darse este tipo de situaciones. Tomémoslo como un descanso temporal por parte del bebé... En este momento no es necesario que se deje llevar por el pánico. De hecho, es lo último que debe hacer —agregó con firmeza.


Cuando Paula salió del hospital media hora después, todavía estaba alarmada. Caminaba sin ver. No notó la presencia del hombre que estaba parado al otro lado de la calle. Su bebé corría un riesgo y era culpa suya. Tenía que serlo. Si cualquier cosa... El pánico y la culpa empezaron a hacer presa de ella. Nunca se sintió más sola ni más atemorizada en toda su vida.


Pensó en ir a ver a Laura para confiarle su preocupación, pero entonces recordó que su amiga se preparaba para el arribo de sus padres y los de Saúl quienes pasarían la Navidad con ellos, y consideró que no debía molestarla si estaba tan ocupada.


Mientras conducía de regreso a casa, la invadió el sufrimiento que le ocasionaba el temor y la soledad... Se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas, pero las contuvo. La lástima por sí misma no la llevaría a ningún lado y no ayudaría en nada a su bebé. Sabía, cuando se decidió, que los dos estarían solos durante su embarazo y después, que no habría nadie con quién compartir la experiencia, no tendría un marido, un amante... ni siquiera parientes cercanos. Lo entendía y desde entonces decidió que tendría la suficiente fortaleza para aceptarlo. ¿Ahora se decía que carecía de ella?


De inmediato se le tensó el cuerpo y rechazó el pensamiento. Sólo era la sorpresa, lo inesperado de la noticia... la sensación de temor y culpa por que ella de alguna manera pudiera ser la responsable de lo que le ocurría a su bebé... que sufría por su culpa.


Cuando llegó a casa, detuvo el auto y cansada caminó hacia la cocina. Sabía que debía comer, pero la idea de preparar alimentos que tendría que ingerir sola, hizo que se sintiera más cansada y deprimida que nunca. La calefacción estaba puesta y a pesar de ello, tenía frío. Al cruzar el pueblo, vio muchos hogares en donde el árbol de Navidad ya estaba decorado y encendido; imaginó a las familias felices que contrastaban con su enorme soledad.


Ahora, en un momento en que no se sentía capaz de enfrentarlo, era consciente de cuánto anhelaba la presencia de Pedro... era una sensación tremenda de desesperación y de infelicidad... un enorme vacío en su vida que sólo él podía llenar.




jueves, 30 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 38




Todavía estaba un poco baja de peso, el medico la había advertido. Los meses de la enfermedad de su tía se cobraron un precio que todavía pagaba.


El sufrimiento por la perdida de su tía se había reducido un poco, aunque ahora que estaba por llegar la Navidad, no podía dejar de pensar en las fiestas de su infancia que la señora hacía tan especiales para ella. Su tía podría no estar allí para compartirlas, pero ella continuaría las tradiciones de las que disfrutara tanto, por su propio hijo, y de esa manera Maia ocuparía un lugar en la imaginación del niño semejante al que ocupaba en la mente de Paula.


Tendría, como siempre hizo la anciana, un árbol natural, que decoraría con los adornos tradicionales que su tía siempre usaba.


Planeó todo, se mantenía activa, pues sabía que cuando se sentía así, cuando le pesaba la soledad y anhelaba que Maia estuviera a su lado, la mejor forma de enfrentarse a la situación era esa.


Sólo deseaba poder dejar de amar a Pedro en la misma forma, pero ella tenía años de recuerdos compartidos de amor y solicitud por parte de su tía que la mantenían a pesar de su pérdida, en tanto que de Pedro, prácticamente no tenía nada, sólo unas cuantas palabras pronunciadas como un murmullo, unas cuantas caricias de una noche... y el sufrimiento de que lo amaba, en tanto que ella no significaba nada para él.


Cada que recordaba la velocidad con la que la dejó, antes que ella despertara, se sentía muy mal, la invadía la tristeza y el disgusto hacia ella misma, y sin embargo, sabía que de tener la oportunidad, no cambiaría nada.


Tocó el bulto de su vientre con toda la ternura de una madre.


Y, más que nada, no cambiaría eso... Había concebido el hijo de Pedro.





ADVERSARIO: CAPITULO 37





Cuando llegó a casa, Paula se entregó al trabajo que le diera Laura. Se percató de que era trabajo de la compañía de Pedro, el corazón se le aceleró y las manos le temblaron.


Pedro... ¿En dónde estaba ahora? ¿Que hacía? ¿Con quién estaba? ¿Pensaba en ella en algún momento?


Detente de inmediato, se advirtió temblorosa. No tenía objeto permitir que sus pensamientos recorrieran senderos que debían permanecer cerrados.


Ella esperaba que con el bebé que la distrajera, dejaría de tener sueños tan vividos de Pedro; que dejaría de sufrir por él, de pensar en él, de amarlo... pero en vez de lograrlo, parecía que después de haber concebido su hijo, su unión emocional con él se hubiera fortalecido.


Era ridículo que una mujer de su edad se hubiera enamorado de un hombre con tal fuerza, después de tan poco tiempo de conocerlo, en especial cuando él no hizo nada para alentar sus sentimientos. Si no le hubiera suplicado tanto que le hiciera el amor esa noche, ¿se hubiera percatado ella de lo que sentía por él? ¿O habría seguido en la creencia de que todas las emociones que generaba en su interior eran ocasionadas por el resentimiento y desagrado que sentía hacia él? Era demasiado tarde para hacerse esa pregunta. Ella lo amaba, y aunque pudiera, no quería olvidar esa noche que pasó con él. Se llevó la mano al vientre, una sonrisa tierna le curvó los labios al pensar en su hijo. El hijo de Pedro...


Tenía seis meses de embarazo, y el bebé empezaba a notarse como un pequeño bulto debajo de su ropa, cuando escuchó la noticia devastadora de que, después de todo, Pedro pensaba cambiar su oficina matriz de Londres al pueblo.


Desde luego que fue Laura quien le diera la noticia. Durante un tiempo, Paula se preguntó si Laura habría adivinado que Pedro era el padre de su hijo, pero se dijo que reaccionaba con demasiada sensibilidad y que Laura sólo lo mencionaba tan a menudo, porque pensaba en la diferencia que marcaría en su negocio el hecho de que él trasladara su base de operaciones al pueblo.


—Es oficial. Aparentemente, está en negociaciones para los permisos de ampliar la fábrica y para construir un nuevo edificio de oficinas, sólo espera la luz verde. Saúl dijo que Pedro busca una casa en el área. En tanto la encuentra, vivirá otra vez en el hotel.


Paula no se atrevía a verla a los ojos, pues temía delatarse. Sabía que necesitaba estar sola para asimilar lo que acababa de escuchar. Pedro, residente permanente del área. 


¿Cómo se sentiría ella? ¿Cómo reaccionaría, si por accidente, se topaba con él? ¿Cómo podría ocultar sus sentimientos... su amor?


Dejó a Laura tan pronto como pudo. Necesitaba reflexionar.


Pedro, como alguien que vivía lejos en Londres, en donde ella no tenía que verlo, que sólo la acompañaba en sus sueños, en sus pensamientos, el sufrimiento de amarlo y no verlo era una cosa. Pero, Pedro en persona, en su propio entorno, allí en su pueblo, en donde nacería y crecería su hijo, era otra muy distinta.


Hasta entonces había tenido suerte. Los pocos que ya sabían que tendría un hijo, respetaron su deseo de ocultar la identidad del padre.


—Aunque, tú sí lo amas —Laura adivinó, y Paula no pudo negarlo, a pesar de que la cautela le decía que debía hacerlo.


Ahora tendría que ser mucho más cuidadosa para asegurarse de que nadie pudiera llegar a adivinar que Pedro era el padre de su hijo. Se estremeció. Pero, ¿y si Pedro mismo adivinaba... si preguntaba? ¿Tendría la fuerza para mentir, para negarle que el bebé era suyo?




ADVERSARIO: CAPITULO 36






Esa mañana tenía cita con su doctor. Era el médico general que atendiera a su tía antes de que decidiera internarse en el hospital. Paula no estaba segura de cómo reaccionaría con su embarazo, o cuántas preguntas le haría acerca del padre. Sin importar lo que la presionara, Paula estaba decidida a mantener la identidad de Pedro en secreto. Al menos eso le debía. 


Después de todo, él no pidió ser el padre del niño, y estaba bastante segura de que no quería serlo. Muy, muy segura.


No tenía por qué haberse preocupado. Aunque titubeó un poco cuando le explicó al médico las razones por las que quería mantener la identidad del padre en secreto, él no intentó obligarla a hablar, se concentró en su estado de salud, le advirtió que estaba baja de peso, le recordó que había pasado una época de mucha presión, y que las primeras semanas del embarazo eran cruciales para un feto en formación.


—¿Quiere decir que podría perder a mi bebé? —Paula le preguntó preocupada.


—No necesariamente, sólo se lo señalo por el hecho de todas las presiones que la han rodeado, y porque sus reservas mentales y físicas fueron agotadas por la enfermedad de su tía, debe prepararse a estar muy alerta y asegurarse de no cansarse demasiado —frunció un poco el ceño—. Vive bastante lejos. Creo que no es necesario que le advierta de los peligros que pueden encerrar acciones como subir escaleras de mano, o correr de arriba a abajo por una escalera sin ver por donde va. Por lo general, a mis pacientes embarazadas les digo que sigan con su vida normal, pero en su caso... —movió un poco la cabeza—. No creerá el número de pacientes que sienten una necesidad imperiosa de redecorar. Si la invade ese deseo. ¡No lo haga!


Paula lo miró inquieta. ¿Trataba de decirle que su bebé corría algún riesgo, o sólo le decía que debía tener cuidado por estar sola? Como si le hubiera leído la mente, él continuó, tuteándola por vez primera.


—Todo está bien, Paula. Tanto tú como tu bebé estarán bien, en tanto recuerdes que te debes cuidar mucho. Es obvio que deseas este bebé.


—Mucho —Paula se lo aseguró.


—Bien —le sonrió—. Contamos con una clínica para nuestras futuras madres, en donde se ofrecen todo tipo de actividades. Clases para un parto natural, clases de natación... Heather, la recepcionista te puede dar los detalles.




miércoles, 29 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 35





Esa noche volvió a soñar con Pedro. En su sueño, él se había enterado del bebé y estaba enojado con ella, le decía que todo era culpa de ella... que ella nunca se debió dejar embarazar, que si la decisión hubiera sido de él, nunca hubiera aceptado tener un hijo suyo.


Cuando despertó, el corazón le latía con fuerza y tenía frío; las lágrimas le rodaban por las mejillas y había pánico y sufrimiento en su corazón. No, Pedro, nunca se debía enterar del bebé, se dijo al sentarse sobre la cama. 


Temblando se rodeó las rodillas con los brazos en actitud protectora.


Se alegró de que él hubiera regresado a Londres. Esperaba que se quedara allá. Por su hijo, ella deseaba que no volviera, no quería volver a verlo, no quería que él se diera cuenta...
Contuvo una risa histérica. Si, por desgracia llegaba a regresar... si Pedro decidía transferir su oficina matriz a la localidad... sí se topara con él y notara que estaba embarazada... si preguntara por el padre de su hijo, ella tendría que fingir que el padre era el amante inexistente con quien él creía que ella sostenía un romance.


Afuera, había empezado a llover, pero el sonido la tranquilizó, le recordó los rosales que ordenó como le prometiera a su tía.


Un día, cuando el bebé estuviera lo suficientemente mayor para comprender, ella le contaría a su hijo de las rosas y de su tía.


¿Y le hablaría de Pedro? No estaba dispuesta a responder a esa pregunta. Se acomodó otra vez entre las almohadas y cerró los ojos. Cuando antes en realidad descuidaba su salud y no le importaba si comía o dormía bien, ahora, por el bienestar del bebé, se obligaba a desayunar, lo que por lo general no habría hecho. Se recordaba que el niño necesitaba los nutrimentos aunque a ella el tazón de cereal con leche le provocara náusea.


Le sorprendió lo calmada que se sentía, lo decidida que estaba; pareciera que su vida se hubiera recargado con una energía nueva, con nuevos objetivos.


Cuando llegó a la oficina de Laura un poco más tarde ese mismo día y anunció que quería regresar a su trabajo, Laura de inmediato empezó a amonestarla.


—Necesito el trabajo y el dinero —lo dijo Paula y añadió en voz baja—. Estoy embarazada, Laura.


Como lo esperaba, al principio, su amiga quedó demudada, pero no desaprobó la situación ni la criticó.


—No te preguntaré si estás segura de que esto es lo que quieres. Veo que lo es, aunque debo admitir que no me había dado cuenta...


—No fue planeado —la interrumpió Paula a toda prisa—. De hecho... fue un accidente. Si he de ser honesta, no fue sino hasta que tú mencionaste un embarazo la otra mañana, que pensé que yo podría estarlo.


—¿Y, el padre? —Laura le preguntó—. ¿Es... está dispuesto a...?


—No lo sabe y no quiero que lo sepa —le dijo Paula. Notó la expresión de su amiga y temblorosa añadió—: No querrá saberlo, Laura. No puedo entrar en todos los detalles. El hecho de que esté embarazada es mi responsabilidad, mi culpa si quieres... algo que ocurrió en... en un momento de locura. Algo que no había planeado ni imaginado siquiera que me pudiera suceder; pero ahora que ha ocurrido... quiero este bebé —le dijo decidida—. Sólo quisiera que la tía Maia todavía viviera.


—Bueno, no puedo fingir que no me has sorprendido —admitió Laura—, en estos días no es nada raro que una mujer se encargue sola de un hijo.


Una hora después, Paula salió de la oficina de Laura cargada de trabajo, suficiente como para mantenerse ocupada el restó de la semana. 


Justo al salir, Laura le dijo:
—Sé que es bastante egoísta de mi parte, pero sentí un gran alivio al verte llegar. Llamaron de la oficina de Pedro Alfonso esta mañana solicitando más empleados temporales, y si tú no hubieras tomado este trabajo me hubiera sido bastante difícil encontrar el personal del calibre necesario. Me moría por preguntar si ya saben si Pedro piensa transferir su matriz acá, pero desde luego, no es el tipo de pregunta que puedes hacer con facilidad, y, aunque la hubiera hecho, dudo que me dieran una respuesta. La encargada de personal es de la vieja escuela, tiene más de cincuenta años, es viuda y muy leal a su jefe.


Por fortuna, Paula le daba la espalda a Laura. 


Aún así, la aterraba que la tensión de su cuerpo pudiera traicionarla. Estaba segura de que ni siquiera podría pronunciar el nombre de Pedro sin que la voz le fallara, por lo que ignoró el comentario de su amiga y abrió la puerta.


—Te traeré esto tan pronto como esté listo —le dijo con voz ronca.


En seguida se detuvo en la hipotecaria, en donde extendió un cheque que liberaba la hipoteca y sintió un gran alivio al hacerlo.


Una cosa más que agradecerle a la tía Maia, reflexionó un tanto llorosa al salir de la oficina. 


Era cierto que podría haberlo hecho si vendía la cabaña y compraba algo más pequeño, más cerca del pueblo, sin jardín... un lugar en donde su hijo se vería privado del ambiente sano de la cabaña. Se hubiera visto más presionada y ansiosa si no fuera por el legado de su tía. 


Como estaban las cosas ahora, sabía que si por cualquier razón se creía incapaz de trabajar durante su embarazo, o tal vez, necesitaba de más tiempo que el normal para regresar al trabajo después de la llegada de su bebé, no sentiría el pánico de no saber cómo viviría durante ese tiempo.


Fue al supermercado, hizo sus compras con cuidado, consciente de que debía comer bien y los alimentos debían ser nutritivos.



ADVERSARIO: CAPITULO 34




Subió al auto y cerró los ojos. Sus pensamientos eran un torbellino de pánico y confusión. 


Embarazada... ¿cómo podía ser? Ella no estaba casada... no era parte de una relación. La idea de traer a un hijo al mundo, de dedicarse a su bienestar y crianza... la idea de ser una madre sin compañero, era algo que no había considerado.


Un bebé... un bebé de Pedro...


La sensación de afecto que la invadió le provocó lágrimas emotivas, hizo que quisiera reír y llorar al mismo tiempo. Embarazada... no podía ser. 


¿O sí?


Varias horas después, ella sabía, no sólo que podía estar embarazada, sino que lo estaba. 


También supo de inmediato que, a pesar de todos los problemas a los que se podría enfrentar, quería a ese niño... el hijo de Pedro.


Después de todo, otras mujeres lo hacían. Otras mujeres criaban solas a sus hijos. Está bien, tal vez, concebir su hijo fue lo último que pretendía cuando le suplicó a Pedro que le hiciera el amor. 


¿O, lo fue? ¿Hubo en algún sitio profundo de su subconsciente una necesidad desesperada de negar la conclusión de la vida de su tía creando una nueva vida?


Quizás era una idea tonta... el tipo de idea que una mujer embarazada tiende a considerar, pero que no podía negar. Después de todo, no era ingenua; siempre supo las consecuencias que sus actos podrían tener. Pedro mismo le advirtió, y ella ignoró esa advertencia... y no sólo la ignoró, sino que de manera deliberada, le permitió que pensara... Su cuerpo se tensó de repente.


El bebé, el hijo de Pedro... sería sólo de ella. El nunca sabría de su existencia, nunca querría saber. Después de todo, cuando hicieron el amor, él sólo respondía a ella en lo sexual sin considerar que podría crear una nueva vida.


Pero, se había creado una nueva vida. Una vida que ella adoraría, cuidaría... un hijo... el hijo de Pedro. La sensación de sufrimiento que le creó la aceptación de los hechos, hizo que Paula volviera a temblar.


En la clínica a donde fuera a confirmar su embarazo, le dieron un consejo imparcial. Si ella deseaba concluir...


Entonces supo que, a pesar de lo ilógico, de lo emotivo, de lo poco que consideró su respuesta inmediata, su decisión estaba tomada. Aunque, hasta ese momento pensar en un hijo, de quien ella asumiría toda responsabilidad, era algo que no había contemplado, ahora que estaba embarazada, su necesidad más imperiosa era proteger la nueva vida que llevaba en su seno. 


No por su tía, ni siquiera porque el bebé era de Pedro, sino porque estaba allí... porque le exigía su protección, sus cuidados, su amor, por el bebé mismo.


Embarazada... Se percató al escuchar la bocina impaciente del auto detrás de ella, que bloqueaba el resto del tránsito, perdida en sus pensamientos.


No fue sino hasta esa noche cuando pudo pensar con raciocinio en los aspectos prácticos de su embarazo. Desde luego que no se podría mantener en secreto, y ella no quería que fuera así... pero el papel de Pedro como padre del niño... eso tendría que ser...


Ella podía tener el derecho de dar a luz a un hijo, de amarlo y desearlo, pero no tenía el derecho de imponer ese hijo no deseado al padre, aun cuando quisiera hacerlo. Pero, la gente tendía a mostrar curiosidad... en especial, Laura. Era natural que su amiga quisiera saber.


Pero, todavía no... No por ahora. Esperaba que por el momento su amiga aceptara que el padre del niño era alguien de quien ella no deseaba hablar.


Sentada en la cocina, rodeando con los dedos la taza de te que bebía en lugar del cafe acostumbrado, ansió que su tía volviera para poder compartir ese momento con ella. Sabía que la mujer no la juzgaría ni la condenaría.


Sabía lo mucho que habría amado al bebé.