sábado, 29 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 34




Durante los siguientes días, Pedro hizo todo lo que pudo para ayudar a Paula. Le gustaba que ella realmente necesitara su ayuda. Él sabía que ella había querido que se quedara para tener sexo con él, y le gustó comprobar que también había sido sincera respecto a la cantidad de tareas que tenía que llevar a cabo. Pedro no sabía cómo ella se las habría arreglado sola. 


Pero no le cabía duda de que al menos lo hubiera intentado.


Afortunadamente, el hecho de ser consultor y diseñador informático por cuenta propia le permitió apartarse un poco de su vida habitual sin grandes problemas. No tenía un jefe a quien rendir cuentas ni tampoco familia cerca que lo echara de menos. Y sus proyectos podían esperar.


Además, Banks estaba cuidando de su casa.


Su amigo había acudido a verlo el lunes a la hora de comer y le había llevado ropa y algunas otras cosas. Pedro fue a agradecerle su acción hasta que vio la ropa que le había llevado: lo más andrajoso que él había visto nunca.


—Como esta ropa contenga algún tipo de criatura viva, voy a hacer que te las comas una a una —lo había amenazado, apretando los dientes.


Banks rió con su buen humor de siempre.


—Está limpia. La he sacado del sótano de Rodrigo y Jeremias y la he lavado en tu lavadora esta mañana. Vamos, admítelo, encaja perfectamente con tu imagen de roquero temerario y despreocupado —dijo su amigo.


Señaló la Harley de Jeremias, que estaba aparcada en el aparcamiento del local.


—Y eso también encaja —añadió Banks, dándole las llaves de la moto.


Pedro puso los ojos en blanco.


—¿Cuánto va a costarte que Jeremias deje a su nena aquí?


Banks sonrió maliciosamente.


—A mí no va a costarme nada. Pero tú le debes al chico un fin de semana en tu casa, con fiesta incluida.


Pedro gruñó. Un grupo de adolescentes iba a destrozar su casa... y todo, para que él pudiera fingir que era el propietario del ataúd con ruedas aparcado delante del bar de Paula. En su vida se subiría a ese armatoste. Aquello empezaba a ser ridículo.


Entonces recordó la noche anterior y cambió de idea. Todo eso merecía la pena.


Antes de que dijera nada más, Banks sacó algo más del coche. Era su antigua guitarra. Al verla, Pedro enarcó una ceja sin comprender.


—Con tu Fender no puedes darle una serenata —explicó su amigo—. Necesitas más que las notas del bajo para cantar esas canciones ñoñas que escribiste sobre ella cuando eras joven.


Pedro sacudió la cabeza.


—¿Una serenata?


Banks asintió y habló muy serio.


—Sé que estás furioso conmigo, pero te merecías una oportunidad. Y ahora lo has conseguido —dijo y le tendió la guitarra—. Haz que suceda algo, amigo mío, porque no me cabe duda de que vas a amarla hasta el día que te mueras.


Abrumado por la actitud de su amigo, que normalmente siempre estaba de broma, Pedro agarró la guitarra y lo observó marcharse. Se quedó en el aparcamiento un buen rato, pensando en lo que su amigo acababa de decirle.


Era cierto que él amaba a Paula desde que era un adolescente y que al reencontrarse seguía deseándola ardientemente. Pero amarla el resto de su vida... ¿sería eso posible? Y si así fuera, ¿qué iba a hacer al respecto, sobre todo cuando Paula conociera quién era él en realidad?


No pudo entretenerse mucho tiempo pensando en eso porque Paula lo puso a trabajar enseguida. Pedro registró el trastero y el almacén en busca de cosas de valor y otras para tirar a la basura. Luego, negoció con un vendedor de muebles usados y se aseguró de que compraba las piezas una a una, en lugar de fijar un precio por todo el lote, como el hombre pedía en un principio; así Paula obtendría mucho más dinero al final.


Ella valoró mucho su ayuda. Y desde luego supo cómo demostrárselo. En más posturas de las que él creía posibles.


Motivado por aquella gratitud, Pedro investigó en Internet sobre lámparas hechas a mano. 


Encontró a una empresa especializada en lámparas como las que había en el bar y quedó en que pasaran a verlas. Incluso encontró a un electricista especializado en trabajos delicados para que las descolgara. Sólo el dinero de esas joyas mantendría a Paula durante una buena temporada después de que cerrara el bar.


Ella valoró eso también. Lo valoró tanto, que Pedro no supo si podría caminar el jueves por la mañana. Lo cual era decir mucho, ya que todas las noches anteriores habían sido magníficas.


Hacer el amor con Paula era algo tan perfecto, que se había convertido en una parte de él. Le parecía más natural estar tocándola que no hacerlo. Y daba igual dónde estuvieran: en la cama, en la barra del bar, en el salón, en la cocina del bar... Se deseaban intensamente y satisfacían sus impulsos.


El martes por la noche, Pedro disfrutó mucho haciendo realidad otra de las fantasías de ella. Bajó algunas mantas y sábanas al bar y le hizo el amor a Paula sobre el escenario, bañados por la luz de los focos de colores.


Fue increíblemente erótico y superó todo lo que habían imaginado.


Él estaba seguro de que los dos sentían la conexión mutua. Pasaban todo el día y toda la noche juntos y habían llegado a conocerse como si fueran novios de toda la vida.


Se rieron mucho, se amaron mucho, hablaron mucho. Hablaron de todo salvo del pasado, y poco del futuro. Pero él sí que se planteaba ambos a menudo y se preguntaba hasta cuándo podría seguir con aquello antes de sincerarse con ella.


Y qué sucedería cuando lo hiciera.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario