sábado, 29 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 33




En algún lugar remoto se produjo un silencio, luego otro chasquido y empezó una nueva canción con un ritmo más marcado que parecía acompañar el calor que iba aumentando entre ellos dos.


Alfonso la tumbó sobre la barra y se arrodilló delante de ella, sin dejar de hacer magia con sus manos y su boca. La dejó allí reclinada, saltó al suelo y continuó desde ahí su hambrienta exploración de sus senos, su ombligo y su estómago.


Cuando llegó a la cinturilla de los pantalones, Paula gimió de nuevo.


—Te deseo muchísimo —dijo.


—Yo también.


—No sé siquiera si puedo caminar para subir a mi apartamento —susurró ella, sufriendo al pensar en tener que interrumpir aquello.


Él la sujetó por las caderas y la atrajo hacia sí hasta que ella estuvo sentada en el borde de la barra con las piernas colgando, una a cada lado de él.


—No vamos a ir a ningún sitio —afirmó él—. No puedo esperar un minuto más. Te deseo desde hace demasiado.


Más excitada aún por la intensidad del deseo de él, como si hubiera esperado aquel momento durante años en lugar de días, Paula se arqueó hacia atrás y elevó las caderas. Él le desabrochó los pantalones y se los quitó.


—Paula, he soñado muchas veces con tenerte, con hacerte el amor —murmuró él comiéndosela con los ojos—. Eres más hermosa de lo que había imaginado.


Bañada por la suave luz de las lámparas y bajo la ardiente mirada de él, Paula se sintió hermosa, poderosa, irresistible. Incapaz de contenerse, soltó una carcajada sensual e incitante.


—Entonces tómame, Pedro —susurró ella, usando su nombre a conciencia en aquel momento tan especial.


Él gimió y se inclinó de nuevo sobre ella. 


Recorrió su cuerpo con la boca, desde sus senos hacia su vientre. Se detuvo en el ombligo y luego continuó hasta sus sedosos rizos.


Ella no pudo evitar gemir apasionadamente, ni mover sus caderas invitándolo.


Entonces él descendió un poco más y comenzó a lamer con delicadeza su zona más sensible y caliente. Paula creyó que iba a desmayarse. Él lamió, mordisqueó y chupó hasta que ella casi perdió el sentido mientras le pedía que no se detuviera y que le diera más.


—Ábrete para mí, pequeña —susurró él con voz ronca, sumergiéndose más profundamente en ella.


La explosión de placer sacudió a Paula, que se estremeció totalmente entregada a él. Él no se detuvo y la elevó aún más alto con la boca y los dedos.


—Por favor —suplicó ella, ansiando más—. Quiero sentirte dentro de mí.


Se apoyó en los hombros de él confiando en que la sujetaría y se levantó de la barra. Él la sujetó y la dejó resbalar sobre su cuerpo. Se quedaron cara a cara, ambos jadeantes, y se miraron durante un largo e intenso momento. Los dos sabían que lo mejor aún estaba por llegar.


Se produjo otro momento de silencio. Luego otro chasquido y otra canción, más rápida que las anteriores. Y con la base rítmica más grave y más presente.


—Lo has preparado todo de forma perfecta —comentó ella maravillada.


Él le acarició el pelo y la atrajo hacia sí.


—Pues espera a ver lo que puedo hacer cuando suena Metallica...


Se inclinó sobre ella y la besó apasionadamente. 


Al cabo de un rato, se separaron jadeantes y con ganas de más. Ella empezó a desabrocharle el pantalón y él sacó un preservativo del bolsillo.


—Vaya, un chico preparado... —comentó Paula.


—Nunca se sabe lo que puede suceder.


Ella contuvo el aliento y lo observó bajarse los pantalones y los calzoncillos. Cuando lo vio completamente desnudo, tan grande y preparado, Paula gimió y empezó a temblar de placer.


Era algo glorioso. Y era todo suyo, al menos por esa noche.


Él se colocó el preservativo, se inclinó hacia delante y levantó a Paula en brazos con facilidad. Ella se colgó de él, rodeándole los hombros con los brazos y la cintura con las piernas. El gemido gutural de él le indicó que lo excitaba tanto como a ella sentir sus pliegues húmedos sobre su erección. Paula comenzó a besarle la cara y el cuello y a susurrarle ruegos llenos de deseo al oído.


—Todo lo que tiene valor merece la pena la espera, Paula —dijo él con voz ronca mientras se frotaba ligeramente contra ella, encendiéndola con promesas pero sin darle lo que ella ansiaba.


Ella gimoteó y avanzó su cadera hacia él, intentando tomar lo que él no le daba. Él rió suavemente y la besó de nuevo.


—Por favor, Pedro —le rogó ella.


—Paula, me encanta cómo dices mi nombre —dijo él con un largo suspiro.


La agarró de los glúteos, la acercó hacia sí y por fin la penetró.


Paula dejó caer la cabeza hacia atrás y se recreó en la sensación de su miembro abriéndose camino en su interior. Era un acople perfecto. Ella nunca había vivido el sexo así. 


Nunca se había sentido tan completa ni tan amada ni tan encendida de deseo como con Alfonso. Y seguramente sus gemidos lo demostraban.


Él salió fácilmente de ella y volvió a entrar, adoptando un ritmo lento y cadencioso. Paula se apoyó contra la barra. Sin dejar de agarrarla de las caderas, él se inclinó sobre ella. Tomó un pezón en su boca y lo chupó, lamió y mordisqueó hasta que una explosión de placer invadió el cuerpo de ella.


Entonces él la levantó y la apretó fuertemente contra sí mientras continuaba sus excitantes embestidas. La besó dulce y apasionadamente en los labios y susurró:
—Valía la pena esperar.




1 comentario: