sábado, 29 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 32




Supo el momento en que Alfonso llegó a su lado, aunque se había movido muy sigilosamente. No necesitó abrir los ojos para saber que estaba junto a ella. Percibió su calor y su aroma y acercó más su cuerpo al de él. Abrió los ojos y vio que él la miraba hambriento.


—¿Es suficientemente lento y seductor? —le preguntó él en un susurro.


Paula asintió. Sin decir nada, se quitó los zapatos y agarró a Alfonso de la mano. Él entrelazó los dedos con los de ella y la ayudó a subir a la barra del bar. Luego se subió él también.


—¿Bailas? —le preguntó a Paula.


Mecida por la sensual música, ella asintió y se abrazó a él. Y entonces todo desapareció, salvo aquel momento, aquel lugar y aquel hombre.


Sus cuerpos encajaban perfectamente, como si estuvieran hechos el uno para el otro. Habían compartido momentos íntimos, pero nunca habían estado tan cerca el uno del otro. El contacto de sus cuerpos era tremendamente erótico.


—Ten cuidado, vamos a movernos —le dijo él comenzando a seguir el ritmo de la música.


—Tú no permitirás que caiga —contestó ella.


Se refería a mucho más que a bailar sobre la barra.


Los ojos de él brillaron bajo la luz roja de una lámpara cuando contestó.


—No, Paula, no permitiré que caigas.


Volvieron a quedarse en silencio. Paula apoyó la cabeza sobre el hombro de él, junto a su cuello. 


No pudo contenerse y probó el sabor de aquella suave piel con la lengua. Él gimió levemente.


Paula inspiró su aroma cálido y especiado y la invadió una profunda relajación. Se entregó a la música, acompañando a Pedro en cada uno de sus movimientos. No le extrañó que supiera bailar, ya que se movía, respiraba y pensaba con ritmo.


Lo que ella no se imaginaba era que bailar lento con él sería como hacer el amor: un acto dulce, cargado de deseo y muy erótico.


—Esta música me gusta —murmuró él.


—Pues no es exactamente AC/DC.


Él rió suavemente.


—Pero es la mejor para este momento.


Sí que lo era.


Él la sujetaba por la cadera con una mano y con la otra le acariciaba la espalda. Bajó un poco más y metió la mano por debajo de la cintura de los pantalones. Comenzó a dibujar círculos y ella supo que estaba siguiendo el dibujo de su tatuaje. Paula recordó lo que él había dicho en su apartamento que le gustaría hacer con su tatuaje y se estremeció imaginándoselo.


—¿Tienes frío? —le preguntó él.


Ella negó con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra. Toda su energía estaba concentrada en seguir moviendo los pies, seguir sintiendo sus muslos junto a los de él, seguir rozando sus senos contra el poderoso pecho de él.


La canción terminó, pero ellos continuaron moviéndose en el silencio. Enseguida sonó el zumbido de la máquina colocando un nuevo disco y los acordes de otra melodía inundaron el ambiente. Era un tema tan lento y seductor como el otro.


—Bésame, Alfonso —susurró ella.


Él la complació: se inclinó y unieron sus labios, y luego sus lenguas, en otra danza igualmente erótica. Paula se entregó por completo a aquella deliciosa sensación. Sin pensar, acercó sus manos a la cintura de él y le quitó la camiseta. 


Luego, recorrió su torso desnudo centímetro a centímetro con la palma de las manos, recreándose en su calidez y su firmeza. Era un cuerpo bellísimo. Y estaba un poco resbaladizo por el sudor del concierto ofrecido y el calor de los focos. Y por aquel baile.


Alfonso igualó las cosas un poco quitándole a Paula la camiseta con la misma calma con que ella le había quitado la suya y recorriendo palmo a palmo la piel que quedaba al descubierto.


Paula gimió de placer ante su tacto suave y cálido. Entonces él le desabrochó el sujetador y ella terminó de quitárselo. Lo lanzó al suelo junto con las camisetas y se apretó contra él mientras seguían bailando.


Notar el pecho de él contra sus pezones a través de la ropa había sido una sensación increíble, pero sin ropa era glorioso.


—Eres preciosa —murmuró él.


Sujetó uno de sus senos con una mano y acarició el pezón hasta que la encendió un poco más.


—Quiero saborearte —le dijo él, como si le hubiera leído la mente.


Ella respondió con su cuerpo: se inclinó hacia atrás y se ofreció a él. Él comenzó a lamerla y besarla por el cuello y fue bajando hasta llegar a uno de sus senos. Acarició el pezón con la boca y Paula no pudo contener un grito de placer.


—Sabes tan bien como prometes —murmuró él.


Se metió el pezón en la boca y chupó con pasión. Paula agradeció que la tuviera bien sujeta por la cintura, porque las piernas comenzaron a temblarle.


—Te tengo bien sujeta, no te preocupes —susurró él.



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