sábado, 29 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 31




Paula decidió que seduciría a Alfonso en cuanto supo que estaba desempleado y que vivía al día. 


Lo seduciría cuanto antes, esa misma noche.


De hecho, llevaba planteándose la idea desde que había terminado de hablar con Luciana por teléfono y se había encontrado con su mirada desde el escenario. Algo había sucedido en ese momento, una chispa cargada de emoción y totalmente inesperada. Paula no lograba sacudirse la sensación de que entre ellos estaba construyéndose algo que tenía que suceder. 


Cuando sus miradas se habían cruzado, la atracción sexual que sentían desde el viernes se había convertido de pronto en algo más.


Menos mal que no había compartido con nadie sus planes de convertirse en una persona madura y responsable, porque con su decisión actual creerían que se había vuelto loca. 


Conocer la situación de Alfonso debería haberle hecho salir corriendo en dirección opuesta. Pero no.


La nueva Paula tendría que esperar. Se dio cuenta de que se había marcado demasiados objetivos difíciles. ¿Cómo había creído que podría soportar la pérdida del negocio y al mismo tiempo un cambio radical en su vida personal? Decir adiós al legado familiar ya era suficientemente duro como para encima plantearse una vida casta. Lo haría, pero más adelante. En cuanto el bar cerrara, dejaría de fijarse en los hombres con aire de chicos malos.


Pero eso sería después. De momento, iba a disfrutar al máximo los últimos días de La Tentación con un hombre que representaba esa palabra en su totalidad.


—Una última aventura —se dijo mientras terminaba de secar la última copa y fijaba la vista en él.


El hombre alto y delgado que estaba recogiendo cables en el escenario era el candidato ideal para tener una aventura desenfrenada. No tenía ataduras y vivía con despreocupación. 


Seguramente no se podría confiar en él y sería alguien impredecible. Alguien como Alfonso tan pronto se marcharía como se quedaría a su lado. Lo que significaba que no esperaría nada, no exigiría nada y no querría nada a cambio.


Paula sabía que entre ellos no se crearía nada duradero, por lo que su corazón no peligraría. Si él tuviera un empleo, una casa o raíces que lo ataran a algún lugar, entonces sí sería alguien peligroso, porque tal vez quisiera una vida estable y una relación de pareja.


Si él fuera ese tipo de hombre, lo habría apartado de su vida sin pensarlo. Prefería evitar la posibilidad de terminar con el corazón roto. 


Pero no lo era, así que ella podía entregarse a aquella aventura completamente.


La siguiente media hora, Paula terminó de limpiar el bar mientras Alfonso y el resto de la banda cargaban el equipo en la furgoneta. Paula advirtió las miradas curiosas y algo lascivas que sus compañeros dirigían a Alfonso. Él no mostró arrogancia por ir a quedarse cuando todos ellos se marcharan.


Seguramente, él no estaba seguro de por qué se quedaba. No debía de saber si ella se lo había pedido porque necesitaba su ayuda... o porque deseaba acostarse con él.


Paula lo había hecho por las dos cosas. Lo deseaba con locura desde que lo había visto entrar en el local el viernes, y también necesitaba alguien que la ayudara a clausurar el bar. Él necesitaba un empleo y un lugar donde quedarse al menos dos semanas. Y luego seguiría su camino por el mundo, en otra ciudad, en otros bares. Y quizás con otras mujeres.


Paula desechó ese último pensamiento: la ponía muy triste. No tenía sentido que le importara lo que Alfonso hiciera al marcharse de allí. Eso significaría que él le importaba.


«Eso es imposible», intentó convencerse a sí misma. Si había decidido permitirse tener una aventura era por la clausura del bar y porque necesitaba sexo. No tenía nada que ver con que él le gustara o que ella estuviera más vulnerable. 


Y desde luego no tenía que ver con amor. Ella no permitiría que eso sucediera, o terminaría con el corazón roto cuando él se marchara. Y él se marcharía, inevitablemente. ¿No se habían marchado de su lado todas las personas que le importaban?


—Buenas noches, Paula —se despidió el músico más joven, el batería que había intentado que le sirviera cerveza—. Me pasaré por aquí a haceros una visita antes de la clausura definitiva.


—Tendré los refrescos preparados para ti —contestó Paula con una sonrisa.


Y de pronto, tan rápidamente que no tuvo tiempo de prepararse mentalmente, y mucho menos físicamente, Alfonso y ella se quedaron solos. Él cerró la puerta después de despedir a sus amigos y se giró lentamente hacia Paula.


Ella se estremeció, no sabía si de nervios o de expectación, pero le gustó la sensación.


—Teniendo en cuenta que has llenado el local todo el fin de semana, ¿no has pensado en abrirlo de nuevo en otro lugar? —dijo él rompiendo el silencio.


Paula se encogió de hombros.


—Se me ha pasado por la cabeza —respondió ella acariciando la vieja barra de madera, pulida por el uso de tantos años—. Pero no sería igual. Lo importante es este edificio.


Él asintió, la comprendía perfectamente. Luego pulsó los interruptores de luz que había junto a la puerta y dejó la sala iluminada solamente con las luces de seguridad.


Paula esperó conteniendo el aliento. ¿Habría notado Alfonso lo que ella estaba pensando? 


Supo que sí cuando él echó las persianas de las ventanas, aislándolos del exterior.


—Gracias —murmuró ella.


Él no dijo nada, sólo esperó a que ella diera el siguiente paso. Y Paula lo dio.


—¿Te he dado las gracias por atravesar esa puerta el viernes por la noche? —comenzó ella y se humedeció los labios—. ¿Y te he dicho lo mucho que me gusta que te quedes aquí... conmigo?


Eso fue suficiente. Él asintió y ella esperó a que él se le acercara. Pero en lugar de eso él se dirigió hacia la vieja máquina de discos, que llevaba en el local desde que se abrió y contenía la música original de aquella época. Ya no se usaba porque los clientes preferían el karaoke que había en la esquina opuesta. Pero la máquina seguía en buen estado y Alfonso parecía saberlo.


Estudió la lista de canciones, introdujo varias monedas y pulsó algunos botones. Luego se giró hacia Paula y la miró con tal intensidad, que no necesitó decir nada.


Paula apenas oyó el sonido de la máquina seleccionando el disco: el latido acelerado de su corazón era mucho más potente. Una seductora melodía de jazz comenzó a sonar por los viejos altavoces. Paula cerró los ojos y se dejó invadir por la suave música.




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