sábado, 29 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 30




Pedro no sabía qué hacer primero, si confesarle la verdad a Paula o golpear a su antiguo mejor amigo. Paula lo miraba fijamente, con los ojos entrecerrados y la cabeza ladeada, como si estuviera planteándose algo muy seriamente.


—¿Eso es cierto? —le preguntó ella por fin.


Pedro se preguntó por qué la voz de ella había temblado un poco.


—No, no lo es.


Banks sacudió la cabeza pesaroso.


—No deberías ser tan orgulloso, amigo.


Pedro tuvo que contenerse para no golpearlo. 


Paula carraspeó suavemente y lo sacó de sus pensamientos.


—Odio admitirlo —comenzó ella—, pero la verdad es que un poco de ayuda aquí me vendría bien.


Pedro se quedó inmóvil. De pronto su afán por negar la historia de Banks desapareció. Miró a Paula a los ojos buscando alguna intención oculta, pero no vio nada de eso. Lo que sí sucedió fue que ella se sonrojó al comprender lo que él le preguntaba con la mirada: ¿realmente ella necesitaba ayuda? ¿O había cambiado de opinión sobre no querer tener un amante?


Paula no esperó respuesta de él y se puso a secar algunas copas, ocultando así sus pensamientos.


—¿Puedes explicarte? —preguntó él.


—No quiero caridad —afirmó ella tajante—. Y tampoco la ofrezco.


—¿Y qué ofreces entonces? —preguntó él desafiante.


Ella terminó de secar una copa y lo miró a los ojos. Hubo un silencio tenso que hizo a Pedro preguntarse si ella estaría tomando alguna decisión crucial o simplemente escogiendo sus palabras.


—Un empleo. Si tú realmente necesitas trabajar, a mí me vendría bien un poco de ayuda.


—Paula...


—Sí que quiere el empleo —aseguró Banks, dando una palmada sobre la barra.


El hombre sonreía lleno de alegría. Se bajó del taburete.


—Os dejaré para que lo habléis entre vosotros —anunció y regresó al escenario, donde se puso a hablar con Jeremias.


Paula le pareció de pronto muy pequeña y delicada. Contemplaba el local con expresión de sentirse abrumada por lo que se le avecinaba.


—¿Estás bien? —le preguntó él.


¿Realmente ella necesitaba ayuda? Nunca lo había mencionado. Por lo que él recordaba, Paula no era el tipo de persona que pidiera ayuda a menos que ya no pudiera más.


—No había reparado en que tendría que deshacerme de todos los objetos de este lugar y sacar todas mis cosas del piso de arriba. Hasta hoy no había asumido que voy a tener que hacerlo todo sola.


—Yo quiero ayudarte —murmuró Pedro.


¿Cómo podía ofrecerle su ayuda al mismo tiempo que le quitaba la idea de que él era un perdedor sin trabajo en busca de una limosna?


Ella se abrazó a sí misma y se restregó el torso con las manos, como si de repente tuviera frío.


—No puedo pagarte mucho, pero sería un trato ventajoso para los dos. Yo sé que vas a hacerme ahorrar dinero. Si le encargara el trabajo a un profesional, estoy segura de que me pediría más.


—No tienes que pagarme...


Ella dejó caer los brazos a los costados y elevó la barbilla.


—Como ya te he dicho, no necesito la caridad de nadie. Si necesitas un empleo, yo puedo ofrecerte uno de unas cuantas semanas.


Paula se sonrojó ligeramente y Pedro comprendió después a qué podía deberse.


—Puedo ofrecerte incluso alojamiento. Hay una pequeña habitación en la parte trasera con un cuarto de baño y una cama. Puedes comer todo lo que encuentres en la cocina, y te pagaré lo más que pueda.


Ella le estaba ofreciendo que se quedara allí, bajo el mismo techo y sabiendo que ella dormía en el piso de arriba. Si él había creído que tenía fuerza de voluntad, supo que esa cualidad no resistiría ni la primera noche estando cerca de Paula Chaves.


¿Y ella? ¿Podría resistirse?


—Bueno, ¿qué me dices?


Pedro no sabía qué responder. Miró a Paula detenidamente, estudiando su lenguaje corporal. 


De nuevo ella estaba alerta, había fruncido el ceño y se movía más lentamente. Las manos le temblaban ligeramente, signo de que estaba agotada.


Pero había algo más... Un leve brillo en sus hermosos ojos verdes, una alegría contenida en su cuerpo en tensión.


Algo más sucedía, él estaba seguro. Paula estaba ofreciéndole algo más que un empleo. Pero él no quería conjeturar qué podía ser.


—Banks es un mentiroso redomado, Paula —comenzó él intentando aclarar las cosas—. Te ha manipulado para que me ofrezcas el empleo.


Paula no se dio por aludida.


—No lo ha hecho. A mí no se me manipula fácilmente —aseguró.


Se apoyó en la barra y se acercó a él.


—No quiero hacer todo esto yo sola, Alfonso —le dijo en voz baja—. ¿Te quedarías conmigo, por favor?


¿Cómo resistirse? Él lo deseaba. No sólo quería pasar más tiempo junto a ella, además ella realmente necesitaba ayuda. Necesitaba alguien en quien apoyarse, lo estaba admitiendo en voz alta, seguramente por primera vez en su vida. Y quería que él fuera esa persona, aunque creyera que él era Alfonso, el músico en paro y sin hogar ni dinero.


Si él le confesaba la verdad de quién era, ella ya no querría su ayuda. Paula era demasiado orgullosa como para aceptar la caridad de nadie. 


Levantaría una barrera y se escondería detrás de ella, y él tendría que marcharse y no volvería a verla.


Pedro se debatía en su interior. Si no aclaraba las cosas, estaría aceptando todas las mentiras que Banks había soltado hacía unos momentos.


Pero podría quedarse junto a Paula.


No le gustaba mentir, y menos a ella, pero no podía desaprovechar la oportunidad de ayudarla. Y no podía marcharse cuando aún les quedaban tantas cosas por conocer el uno del otro.


—¿Pedro? —preguntó ella.


Él supo de pronto lo que tenía que hacer. La forma en que ella pronunciaba su nombre lo hacía estremecerse.


«A por todas», se dijo.


Iba a tener problemas tanto si le descubría la verdad como si no, así que al menos disfrutaría de un tiempo junto a la mujer a la que deseaba desde hacía casi una década. Y que sucediera lo que fuera.


—De acuerdo, Paula —murmuró con voz firme—. Me quedo.





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