domingo, 30 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 35




El jueves, al final de la tarde, Pedro entró en La Tentación con un montón de cajas para la mudanza de las cosas de Paula. Ella estaba sola en el bar, detrás de la barra. Colgó el teléfono y esbozó una enorme sonrisa.


—Hola —le saludó ella al verlo entrar y enarcó una ceja al ver la cantidad de cajas—. ¿Eres consciente de que sólo poseo un armario lleno de ropa y una vajilla incompleta?


Él se acercó a ella y la miró desafiante.


—Esas cajas son sólo para tus zapatos.


Ella se mordió el labio inferior.


—Has curioseado en mi armario, ¿eh?


—En los grandes almacenes no tienen tantos zapatos.


Ella ladeó la cabeza.


—Todos tenemos alguna debilidad —afirmó ella.


«Y tú eres la mía», pensó él. Se apoyó en la barra y jugueteó con un mechón del pelo de ella.


—Muy bien, pues aprobaré tu vicio si te pones para mí una noche esas botas de cuero negro hasta por encima de la rodilla.


—Así que las has visto... —dijo ella y se humedeció los labios—. Eran parte de un disfraz de Halloween, pero me las quedé. Por si acaso...


—¿Por si acaso querías volver loco a un hombre?


—Por supuesto.


Sin que él dijera nada, Paula sacó un botellín de cerveza de la nevera y se lo ofreció. Pedro lo agradeció. No bebía mucho, pero cuando no tenía concierto le gustaba una cerveza helada al final del día. Ella recordaba perfectamente la marca que le gustaba más.


—Pues que sepas que mi colección de zapatos es ideal para seducir —comentó ella.


Él se puso tenso al pensar en Paula seduciendo a otro hombre.


—Mi amiga Graciela, la dueña de la librería de al lado, se puso el sábado por la noche uno de los pares de zapatos más atrevidos que tengo.


Estaba hablando de las ganas de seducir de otra mujer, no de las suyas. Pedro respiró aliviado.


Él había oído hablar de Graciela, igual que de otra amiga de Paula, Tamara, y de su hermana, Luciana. Pero aún no conocía a ninguna.


—Bueno, pues Graciela acudió con esos zapatos a la reunión de los diez años de su curso del instituto.


—¿Diez años, dices?


Menos mal que Graciela no era un año más joven. Porque si hubieran estado en el mismo curso, quizás ella sí que lo identificara al verlo.


—Sí. Y los zapatos hicieron salir a la Graciela que casi nunca se muestra al exterior.


Ella movió las cejas mientras sonreía. Pedro hizo una mueca.


—No me digas que tuvo una aventura de esas de los aniversarios. Creí que eso sólo sucedía en las comedias románticas, o en las películas de miedo.


—También sucede en las novelas románticas —replicó ella airadamente—. Pero bueno, sí que le sucedió. Estuvo comiendo conmigo el lunes y me contó todo lo que había sucedido esa noche mientras calzaba mis provocativos zapatos. Fue muy emocionante, ella y su pareja creyeron que eran otros —dijo ella con un silbido—. Cuando he visto al hombre hoy, lo he comprendido perfectamente. Se ha pasado a recogerla y... ¡menudo bombón!


Pedro sabía que ella estaba bromeando, pero no le hizo mucha gracia.


Paula no quiso hacerlo sufrir y añadió:
—Sólo que no es músico de rock. Tiene esa voz engolada que tienen los ricos. Y seguramente le gusta la música de ascensor.


—Qué horror —dijo él secamente, aunque disfrutando del esfuerzo de ella por ponerlo celoso—. Yo sé que a ti te gusta la música más sensual.


Ella adoptó una expresión soñadora.


—Desde luego. Me gusta moverme y bailar, y vivir, al ritmo de la música sensual.


Perfecto, porque a él también le gustaba.
Pedro procesó lo que acababa de contarle ella sobre su amiga y trató de conseguir más información.


—Entonces, ¿Graciela y tú compartís secretos importantes?


Ella guiñó los ojos y no contestó a la pregunta que él estaba haciéndole en realidad: si habían hablado de él.


—Nosotras siempre compartimos secretos —respondió ella con expresión recatada.


Él hundió sus dedos en el pelo de ella y la agarró por la nuca, la atrajo hacia sí y se encontraron sobre la barra. Sus labios estaban a unos milímetros de distancia.


—¿Y le has contado que hice que tuvieras un orgasmo aquí mismo, mientras preparabas un par de cócteles el lunes por la noche?


Paula se estremeció y ahogó un gemido al recordarlo.


—Fuiste muy malo al hacerme eso. No quiero ni imaginarme lo que la pareja de la mesa cuatro pensó de todo el tiempo que estuviste buscando un cable por detrás de la barra. O el tiempo que yo necesité para preparar sus cócteles.


—No creo que se dieran cuenta de que estaba besando tus muslos desnudos bajo tu falda, o de que tenía mi mano en tu...


Ella le tapó la boca con la mano y soltó una risita.


—Entonces comprendí por qué me dijiste que querías verme alguna noche con minifalda en lugar de con vaqueros. Y esa historia del cable... soy tan crédula...


Él la devoró con la mirada.


—Sí que lo eres. Y en cuanto a la pareja que pidió los Mai Tai... bueno, si hay alguien capaz de pedir algo tan monjil en público, seguramente ni sabría lo que yo te estaba haciendo ahí detrás.


—¿Monjil, eh? ¿Quiere eso decir que no vas a pedir un Pezón Resbaladizo en una temporada?


—No, pero te aseguro que tengo pensado preparar uno.


Incapaz de resistirse por más tiempo, él la besó, entrando en ese terreno dulce, cálido y placentero al que accedía siempre que la besaba. Ella sabía a cerezas, a risa, a sexo y a luz del sol, todo junto.


Cuando se separaron, ella admitió:
—La verdad es que Graciela y yo no nos contamos todos nuestros secretos. Sobre todo, no los que queremos que vuelvan a suceder.


Él se inclinó apoyándose prácticamente entero sobre la barra, para poder verla de cuerpo entero.


—¿Llevas falda hoy?


Paula dio un paso atrás para que él pudiera ver la minifalda vaquera ajustada que resaltaba sus hermosas piernas.


—Y no llevo nada más —dijo con voz maliciosa.


Al escuchar aquello, Pedro saltó la barra y se acercó a Paula con calma.


—¿Qué estás...?


—Tú has despertado a la bestia, así que atente a las consecuencias —dijo él con voz ronca.


Ella soltó una risita. Acercó su mano a los pantalones de él y ahogó un gemido al comprobar que estaba plenamente preparado para ella.


—Pues lo siento —dijo ella con tristeza—, pero la bestia va a tener que quedarse en su jaula un poco, a menos que quiera que la vea algún cliente que entre en el bar.


Él se echó a reír y sacudió la cabeza. Luego la besó apasionadamente.


—Yo soy la bestia —dijo cuando se apartó de ella.


—No, tú eres el rebelde.


¿Rebelde, él?


—No exactamente.


Ella le acarició los labios con un dedo.


—Sí que lo eres. Desde la punta del pelo hasta la punta de tus botas, y cada delicioso centímetro que hay en medio —le aseguró.


Luego se estremeció, se apoyó en él y hundió sus dedos en el cabello de él.


—Y me vuelves loca —añadió—. Desde tus ojos hasta tu voz, desde la forma en que te sientan tus vaqueros usados hasta el aro que llevas en la oreja y que me resulta tan sexy.




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