sábado, 9 de marzo de 2019
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 21
La luz de la mañana bañaba el dormitorio.
Pedro bostezó y se estiró en la cama, con el cuerpo dolorido después de una noche en la que había puesto a prueba su resistencia física. Él siempre se había considerado un amante entusiasta, pero, diablos, con Paula, hasta «entusiasmo» parecía una palabra demasiado moderada. Y el dolor de sus músculos lo demostraba. A pesar de la agotadora sesión diaria en el gimnasio, se había regalado una dosis de ejercicio extra en el gimnasio. En algún momento durante la noche, había llamado al servicio de habitaciones y habían cenado en la cama, pero con eso sólo habían saciado el hambre, no el apetito sexual.
Se sentó en la cama y observó a Paula mientras dormía, con el pelo derramado sobre la almohada y los senos apenas ocultos por la sábana que se elevaba y descendía junto a su pecho al ritmo de su respiración. Con los ojos cerrados y el rostro relajado, parecía una mujer diferente.
Despierta, Paula era todo fuego y atractivo. Sus ojos, su expresión, el lenguaje de su cuerpo… todo ello apuntaba al demonio que aquella mujer realmente era.
Dormida, poseía una serenidad que no reflejaba nunca cuando estaba despierta. Parecía vulnerable, incluso, una cualidad que Pedro jamás le habría atribuido a Paula.
Como si le hubiera sentido observándola, Paula abrió los ojos.
—Buenos días —dijo con voz suave.
Era una situación muy embarazosa tenerla allí en aquel momento. Pedro no sabía qué hacer con Paula si no estaba discutiendo o haciendo el amor con ella.
—Me ha sorprendido un poco que no te hayas ido a escondidas en medio de la noche.
Paula se frotó los ojos y le dirigió una media sonrisa.
—Estaba demasiado cansada. Me has dejado agotada.
—Creo que ha sido más bien al contrario.
E incluso después de todo lo que habían hecho, le bastaba la visión de su silueta recortada contra las sábanas para excitarse otra vez. Se colocó la sábana sobre el regazo para que su erección no lo traicionara.
—No te sientas obligado a mantener una conversación amable conmigo. Creo que los dos somos conscientes del trato al que llegamos.
Aquélla sí que era la Paula que conocía. Y si ella estaba dispuesta a poner fin a su persecución…
—Creo que me debes algo —dijo Pedro.
Paula dio media vuelta en la cama para mirarlo.
A sus labios asomó una perezosa sonrisa.
—¿Y qué es lo que puedo deberte?
—¿La historia completa, quizá?
La sonrisa de Paula desapareció.
—¿Qué historia completa?
—El resto de la información sobre el servicio de amas en el centro.
—Oh, de acuerdo, se me había olvidado.
—¿Pierdes la memoria cuando disfrutas realmente del sexo?
—Desde luego, nadie podría decir que eres muy modesto.
Pedro se encogió de hombros. No lo era, pero ésa no era en aquel momento la cuestión.
—¿Así que todavía no te has cansado de mí?
Paula lo miró con recelo.
—¿Por qué me lo preguntas?
—¿No era ésa la razón por la que querías acostarte conmigo?
—Yo creía que te habías acostado conmigo para que te ofreciera cierta información.
—Deja de intentar eludir la pregunta.
—Sí, por fin te he sacado de mi cabeza, ¿de acuerdo? Misión cumplida. Felicidades.
—No pareces especialmente emocionada.
—Desde luego, ésta no es precisamente la idea que tengo de una agradable conversación matutina después de haber compartido una noche de sexo.
—Acabas de decirme que no tenía que sentirme obligado a mantener una conversación agradable contigo —Pedro decidió no señalar que, además, había sido idea de ella el que se acostaran juntos. No estaba seguro de que aquel loco experimento hubiera tenido, ni remotamente, ningún éxito para él, pero, diablos, si al menos pudiera conseguir la información que necesitaba…
Paula lo miró con los ojos entrecerrados.
—He cambiado de opinión.
Pedro resistió la tentación de sonreír ante la facilidad con la que era capaz de aplacarla.
—Entonces dime, ¿qué sabes sobre esa supuesta red de amas?
Paula se sentó en la cama y cruzó los brazos sobre sus gloriosos senos, unos senos tan lozanos bajo aquella tenue luz que tuvo que hacer el esfuerzo de su vida para no inclinarse y apresarlos con su boca.
—Eso es lo único que te importa, ¿verdad? Tu maldito negocio. No me extraña que tengas tanto éxito. Desde luego, sabes poner el trabajo por encima de todo.
—Debería haber sabido que no podía confiar en que mantuvieras el trato.
Paula le sonrió con dulzura.
—Eres un imbécil.
—De modo que así funciona esto, ¿no podemos hablar durante cinco minutos sin discutir? De todas formas, es una suerte que ya te hayas cansado de acostarte conmigo.
Paula le dirigió una mirada letal.
—Sí, es una suerte —dijo, mientras apartaba las sábanas y se levantaba.
Pedro la vio cruzar la habitación y dirigirse a la puerta, presumiblemente para ir a buscar la ropa que se había quitado en el salón. Su espalda perfecta, suave y suntuosa, lo invitaba a seguirla. Por irritante que pudiera ser, no podía menos que sentir el vacío de su ausencia en la cama.
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