viernes, 8 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 20




Hicieron el amor como animales, furiosos y apasionados, hambrientos y frenéticos. Paula era consciente de que aquélla era la primera vez en su vida en la que un hombre se atrevía a dominarla.


Y le encantaba.


En ese mismo instante, Pedro debió de soltarle las manos, porque justo entonces se dio cuenta de que se estaba aferrando a él como si fuera una tabla salvavidas mientras él iba acercándose cada vez más al clímax. Paula gimió en su boca mientras Pedro la besaba, incapaz de hacer nada que no fuera permanecer allí tumbada y aceptar a Pedro en su interior, aceptar aquella invasión porque no había nada en el mundo que deseara con tanta fuerza.


Y después, con toda la tensión que se había ido acumulando entre ellos, la liberación llegó con mucha más fuerza y más violencia de las que jamás habría creído posible. Gritó como un animal herido, aunque lo último que su cuerpo sentía era dolor.


El placer corría por sus venas, debilitándola mientras Pedro encontraba su propia liberación. 


Pedro gimió en sus labios mientras la besaba, la abrazaba con fuerza y se derramaba dentro de ella, poseyéndola tan completamente que Paula ya no estaba segura de dónde empezaba y dónde terminaba cada uno de sus cuerpos.


Al final, abrió los ojos y lo vio jadear con la mirada fija en sus ojos mientras intentaba recuperar la respiración.


Después, cubrió de besos su nariz y sus mejillas mientras se relajaba entre sus piernas. Fueron unos besos tan tiernos y se parecían tan poco a la intensidad de su encuentro que a Paula se le hizo un nudo en la garganta.


Paula nunca se había dejado emocionar por el sexo y no pensaba empezar a hacerlo en aquel momento. Simplemente, necesitaba concentrarse en los hechos. Aquél era Pedro Alfonso, un hombre con el que no soportaba estar en la misma habitación cuando estaba vestido.


Se suponía que no tenía que dejarse emocionalmente ni por él ni por el sexo que habían compartido.


Pero en aquel momento no era capaz de invocar ninguna otra atrocidad. El calor de Pedro, su peso sobre su cuerpo, borraban cualquier otro pensamiento coherente.


Pedro apoyó la cabeza en una mano y le dirigió una sonrisa lenta y sensual.


—¿Todavía no te has curado?


Paula no pudo evitar devolverle la sonrisa.


—No estoy segura. A lo mejor esto tiene que durar toda la noche.


Y, tal como en ese momento ya temía, aquella resultó ser una estimación muy conservadora.



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