sábado, 9 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 25





Mientras se dirigía hacia el despacho de Pedro, advirtió que no eran pocos los huéspedes que se habían decidido a salir a pesar del mal tiempo. Incluso en la playa, que se veía desde la distancia, había bastante gente y la piscina, por la que pasó de camino hacia las oficinas, estaba tan llena como podría haberlo estado un día soleado. Suponía que la clase de gente que llegaba a Escapada no iba a dejarse abatir por la amenaza de un huracán. Probablemente incluso lo consideraban como algo emocionante.


Como lo que había vivido ella la noche anterior…


Al no haber conseguido nada de Mike D'Amato, decidió que la mejor manera de lograr lo que quería de Pedro era con una aproximación directa. Le diría que no se marcharía hasta que no estuviera completamente tranquila. Y quizá se disculpara también para intentar limar las asperezas originadas por su brusca despedida de aquella mañana.


Los recepcionistas estaban en aquel momento ocupados con los cambios del fin de semana, muchos huéspedes se marchaban y otros tantos llegaban, y no la vieron colarse por la zona de recepción. Paula siguió el letrero que indicaba la dirección de las oficinas y cruzó un pasillo hasta llegar a una puerta con una placa de bronce en la que habían grabado el nombre de Pedro.


Llamó a la puerta y le contestó el propio Pedro.


—Adelante.


Aquello confirmaba que su suposición sobre el lugar en el que se encontraba era correcta.


Paula estaba a punto de entrar cuando oyó una voz femenina tras ella.


—Lo siento, señorita, pero esta zona es solamente para empleados.


Paula giró y le dirigió una sonrisa.


—Oh, soy una amiga de Pedro.


—En cualquier caso, no puede entrar directamente aquí y llamar a su puerta. Tendrá que volver a recepción y…


—Pero hay una cola enorme… —Paula alargó la mano hacia el pomo, pero la mujer se interpuso entre ella y la puerta.


—¡No puede molestar al señor Alfonso!


La puerta se abrió en aquel momento. Apareció Pedro y se las quedó mirando fijamente.


—Janine, ¿qué está pasando aquí?


—Lo siento, señor Alfonso. Esta mujer acaba…


Pedro miró a Paula.


—No te preocupes, la conozco.


Con evidente desilusión, Janine fulminó a Paula con la mirada y asintió.


—De acuerdo, señor. Siento haberlo molestado.


Pedro se echó a un lado para que Paula pudiera pasar.


—Si de verdad quieres evitar a gentuza como yo, deberías contratar un guardia de seguridad.


Pedro cerró la puerta y permaneció frente a ella, con los brazos cruzados. Era evidente que iba a echarla de un momento a otro.


—¿Qué pasa, Paula? ¿Qué estás haciendo aquí?


—Yo podría preguntarte lo mismo —dijo Paula con una sonrisa.


—Ésta es mi oficina.


—¿Trabajas también los domingos? ¿No te parece un poco exagerado?


Pedro se apoyó entonces en su escritorio y suspiró.


—No tengo por qué defender mis hábitos de trabajo delante de ti, pero no, normalmente no trabajo los domingos, a no ser que sea necesario.


—Déjame imaginar. Hoy hay una mujer a la que te gustaría quitarte de la cabeza. Pero no lo estás consiguiendo, ¿verdad?


—No, y no lo conseguiré mientras no me deje en paz.


—Sólo quería que supieras que no pienso irme hoy.


Pedro entrecerró los ojos de manera casi imperceptible.


—¿Mañana entonces?


—No.


—¿Por qué?


—Porque he cambiado de opinión. Te debo una disculpa… Esta mañana he tenido una reacción un poco exagerada.


Pedro no se molestó en disimular su sorpresa y Paula no pudo menos que sonreír. Nunca se le había dado bien reconocer sus errores, pero, por una buena causa, estaba dispuesta a decir cualquier cosa.


—Disculpas aceptadas, así que ahora puedes marcharte, ¿de acuerdo?


—Necesitas mi ayuda, Pedro.


—¿Ah, sí?


—Puedo ayudarte a sacar información a Mike D'Amato.


—No hace falta —Pedro apretaba la boca con gesto serio, firme. Probablemente aquélla era la misma expresión que empleaba cuando tenía que despedir a una empleada o abandonar a una novia.


—Tú eres su jefe, eres el jefe de todo el complejo. ¿De verdad crees que alguno de tus empleados podría estar dispuesto a hablar contigo de asuntos como ésos?


—Si quieren que el centro tenga éxito y además conservar sus empleos, sí.


—Me pareces un poco ingenuo, Pedro.


—¿No tienes que ir a causar estragos a ninguna otra parte?


—No vas a deshacerte de mí tan fácilmente —dijo Paula, acortando la distancia que había entre ellos.


—Contigo nada es fácil. Ésa es una de las muchas cosas que he averiguado.


—Anoche todo fue bastante fácil.


Anoche… A Pedro le bastaba pensar en lo ocurrido para que se le acelerara el pulso.


Pedro bajó la mirada hacia su pecho y la miró después a los ojos.


—¿Por qué quieres quedarte? Yo creía que habías dicho que ya te habías hartado de mí.


—A lo mejor he mentido al calor del momento.


—¿Entonces no has tenido suficiente?


Paula se mordisqueó el labio inferior.


—Me temo que no.


Le metió el dedo en la cintura del pantalón y tiró de él hacia ella. Pedro no ofreció mucha resistencia, de hecho, dejó que sus cuerpos se unieran. Pero mantuvo en todo momento los brazos a ambos lados de su cuerpo.


Paula tuvo que alzar la mirada para poder mirarlo a los ojos, puesto que Pedro era unos quince centímetros más alto que ella. Podía ver en ellos inquietud. Más inquietud incluso que la habitual.


—Supongo que tu plan no ha sido tan fácil de imaginar como pensabas.


—Supongo que no —contestó, sorprendida por la preocupación que reflejaba su voz. Pero a continuación, intentó parecer más descarada—. Es posible que me equivocara al pensar que con una sola noche bastaría.


—¿Qué estás intentando decirme?


—Que a lo mejor necesitamos una semana.


—¿Necesitamos?


—No me digas que lo de anoche te ha dejado completamente satisfecho.


—Dudo que pueda llegar a estar más satisfecho que cuando me he despertado esta mañana.


—Ya sabes lo que quiero decir.


Pedro suspiró.


—Sí, lo sé. ¿Pero de verdad crees que con una semana funcionará?


—¿Por qué no? Fuera de la cama no nos soportamos, así que una semana tendría que ser tiempo más que suficiente, ¿tú que piensas?


—Que lo de pensar no parece formar parte de esta ecuación.


—A veces no es bueno pensar demasiado.


—Fuiste tú la que pensaste que con una noche bastaría. Yo no estoy seguro de compartir tu lógica.


Paula decidió entonces que lo mejor era cambiar de tema.


—Me gustaría saber si podrías ayudarme a alargar mi reserva hasta la semana que viene.


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