sábado, 16 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 20




—¿Qué tal el soltero de oro? —preguntó Damian mientras engullía una chocolatina.


—¿Mmm? —murmuró Pedro mientras escribía el nombre de Damian en un cheque.


—Me refiero a qué tal el nuevo hombre en la vida de Paula.


El nombre de Paula hizo que Pedro levantara la vista del cheque. Ya se arrepentía de haberle contado a Damian por teléfono que había salido con Paula y su cita la noche anterior.


—Realmente sólo han salido dos veces.


—Dos veces en dos días. Debe de haberla impresionado de verdad.


—Ten —dijo, alargándole el cheque—. No te lo gastes todo de golpe.


—Sólo en la compra y alguna cosa más —dijo él, agitando el papelito en el aire—. Aún me resulta extraño aceptar cheques de mi hermanito pequeño.


—Tú hiciste lo mismo por mí cuando yo estaba en la facultad de Derecho. Te estoy devolviendo el préstamo.


—Ya, pero tu beca cubría la mayor parte de tus gastos.


—Para. Tú me pagaste los libros, la comida, el alquiler y todo lo que hizo falta. Tenías tantos trabajos que es una maravilla que recuerdes mi nombre cuando me ves. Te prometí que te lo devolvería, y aquí está —Pedro echó un vistazo a la cocina de su hermano, a la pila llena de platos sucios—. ¿Se te había olvidado fregar los platos?


—Sí. Durante los últimos seis días, más o menos —pero sus protestas cayeron en saco roto cuando Pedro abrió el grifo—. Pedro, eres un pirado de la limpieza.


Deja en paz mis platos.


—¿Para que pueda volver a verlos en tal estado cuando vuelva el jueves que viene? No, gracias —dijo, mientras buscaba un estropajo en la pila.
Damian se sentó a su lado en un taburete mientras su hermano empezaba a fregar.


—He notado que has cambiado de tema. Eso te funcionará con los testigos, pero no conmigo.


Pedro conocía bien ese tono de hermano mayor. 


Por eso dejó escapar un largo suspiro y dijo:
—Si vas a soltarme un sermón, por lo menos agarra un paño y seca los platos.


Damian obedeció.


—Estábamos hablando de Paula y ese hombre. Ella también es mi amiga, así que quiero los trapos sucios.


—Damian, si quieres la verdad te diré que esto es de escuela primaria. No hay trapos sucios.


—¿No se supone que tenías que aprobarlo o suspenderlo? —insistió Damian.


—No está mal. Tiene un trabajo decente y parece respetarla. No muestra ningún signo inmediato de ser un psicópata.


—¿Entonces le has dado permiso para pasar el resto de su vida con ella? ¿Tener hijos con ella y todo eso?


—No, Damian, claro que no —en el plato que estaba fregando vio la cara de Paula iluminada de felicidad mientras Mariano deslizaba un solitario de diamante en su dedo anular, y se le escurrió el plato de entre las manos en el agua que llenaba el fregadero.


—¿Entonces qué le has dicho? ¿O no has hablado con ella aún?


—He hablado con ella esta mañana.


Ella lo había llamado desde la escuela al trabajo antes de que los niños empezaran las clases. 


Pedro pensaba que lo primero que oiría sería un «¿qué tal?» impaciente, pero en su lugar ella le preguntó qué hacía ligando con la camarera. 


Aquel arrebato tan parecido a los celos lo hizo sonreír, y no fue hasta entonces cuando le preguntó qué tal lo había hecho y si le había gustado.


Lo único que se le había ocurrido decir a Pedro era que Mariano parecía un buen chico, lo cual era cierto, pero nada más pronunciar estas palabras, sonó la campana del colegio y ella tuvo que colgar.


Deseó poder haber hablado con ella un poco más y haberle dicho que Pedro parecía simpático, pero... ¿pero qué? Pues muchas cosas...


—¿Qué le dijiste?


—Le dije que me parecía bastante bien.


—Así que le has dado el visto bueno.


Pedro hizo una mueca. La insistencia de Damian, aunque fuera un rasgo muy valioso en la carrera periodística que él quería empezar, podía acabar con los nervios de un hermano.


—Sólo Paula puede hacer eso. Es su vida.


—Creía que me habías dicho que si tú no lo aprobabas, ella se olvidaría de él.


—Eso creo —dijo él, dejando de fregar por un segundo.


—Así que tu opinión es la llave, porque de otro modo, no te hubiera pedido que le filtraras las citas.


—Pero incluso si le hubiera dicho que no me gusta, ella habría hecho su voluntad si le gustaba de verdad.


—Claro, si le gusta. Es verdad —reflexionó Damian—. Y eso significa que si es capaz de dejar a un hombre en menos que canta un gallo, seguramente no le gusta ese tío.


—¿Qué quieres decir?


—Nada, realmente —dejó el plato que estaba secando sobre el montón que había ido haciendo en la encimera. Se quedó en silencio unos segundos y Pedro no dijo nada, sabiendo que su hermano no se guardaría sus pensamientos para sí mismo—. Tal vez todo esto sea una treta.


Pedro soltó el estropajo y lo miró:
—¿Una treta? ¿De qué estás hablando? ¿Paula?


—Sí.


La sonrisa de sabelotodo de Damian enfadó a Pedro.


—Explícame ahora mismo qué te hace pensar que Paula, mi mejor amiga, intenta...


—¿Manipularte? Piénsalo. Tal vez ella desea en secreto que tú rechaces a todos esos tíos. Tal vez sea una especie de test para ver lo que sientes por ella.


—¿Por qué?


—¡Porque le gustas! ¿No se te ha ocurrido nunca?


Pedro se quedó sin respuesta.


—Paula es demasiado directa como para hacer eso.


—No sé, la gente hace muchas tonterías cuando está enamorada.


—¿Y cómo sabes tú eso?


—Oye, las mujeres se rinden a mis pies, me llaman a cualquier hora del día o de la noche, diciéndome que les hable de cosas sucias. Les digo que se contengan los jueves para no hacerte sentir mal —Pedro no podía ni reírse. Su mente estaba fija en Paula. No podía ser que estuviese enamorada de él.


—¿Y qué sugieres que haga, oh, sabio gurú? No puedo jugar con ella, esto es muy importante para Paula. Deberías haberla visto anoche, cuando yo le hacía una pregunta a Mariano, respondía ella para que la respuesta fuera la adecuada y yo no tuviera nada que criticarle. No parecía estar deseando que lo rechazara para —se atragantó un poco con las palabras— para tenerme a mí.


—No digo que tengas que jugar con ella —otra vez esa maldita sonrisa en la cara de Damian—. Pensé que tal vez a ella le gustaras... es algo sobre lo que pensar, nada más.


Pedro siguió frotando una grasienta sartén.


—Gracias, Damian. Aún no tenía suficientes cosas en la cabeza y vienes tú a volverme más loco todavía.


Pero lo que Pedro no iba a contarse a Damian era que la caza de marido de Paula le estaba volviendo loco. Quería que volviera la vieja Paula, aquella cuya prioridad era estar con él.




2 comentarios: