domingo, 17 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 21




Paula desafinaba a todo volumen cantando la canción que sonaba en la radio del coche de Pedro. Se dirigían a casa de los Chaves y Pedro no pudo evitar hacer una mueca de disgusto cuando ella repitió la estrofa.


—Paula, pensaba que odiabas esta canción.


—Y así es —dijo ella, bajando el volumen de la radio imperceptiblemente—. Pero es divertido cantarla en el coche. Así es como deberían clasificar la música en las tiendas: música para el coche, música para la playa, música para el ascensor, tal vez... e incluso música para hacerlo.


—Música para hacerlo —repitió Pedro, y bajo el volumen casi del todo —. ¿Y tendrían que contratarte a ti como experta?


—Ja, ja. Muy gracioso. No.


—¿Entonces no eres una experta?


—No exactamente. Pero sé lo que me gusta cuando lo oigo.


—Entonces, ¿qué te gusta?


—Digamos que hace mucho que no escucho ese tipo de música en su contexto adecuado.


—¿Y qué te gustaría? —Pedro no se pudo contener.


—Me encantaría cambiar de tema —dijo ella mirando por la ventanilla—. Qué día tan maravilloso hace.


Pedro estaba dispuesto a tomarle el pelo un poco más, pero en su cerebro empezaron a dibujarse imágenes de Paula tumbada en un sofá, tarareando alguna melodía apropiada, acariciándole el cabello a un hombre, que podría sentir su cálido aliento en la mejilla, sus labios rozándole las orejas...


Su oreja, sus mejillas, su pelo. Pedro estuvo a punto de pisar el freno a fondo en medio de la autopista en la que acababa de recordar que estaba. Ella estaba mirando por la ventana, perdida en sus pensamientos como si él no estuviera allí; Se le había caído un tirante del vestido que llevaba. El se movió en su asiento; empezaba a sentirse incómodo y los pantalones le parecían muy estrechos. Paula tampoco parecía darse cuenta de eso.


¿Estaba imaginándose ella una escena similar? 


A menudo pensaban la misma cosa a la vez y él se preguntó su había cambiado de tema porque empezaba a sentirse... cálida y nerviosa.


O tal vez estuviera pensando en Mariano, reviviendo el momento, recordando algún contacto mágico.


Cuando abrió la boca para preguntarle, se dijo que no debería hacerlo. Cuando empezaba un interrogatorio, tenía todas las preguntas previstas, el tono que iba a usar, las pausas, los gestos... nunca se lanzaba a preguntar sin más, y sin embargo, aquella vez lo hizo.


—Paula, ¿qué tal va todo con Mariano?


—Bueno —dijo, sin molestarse en mirarlo a la cara—. Creo que es simpático. Es lo que me dijiste tú por teléfono el otro día.


—Sí, lo recuerdo. El caso es que me preguntaba que, puesto que las cosas van bien entre vosotros, ¿por qué no lo has traído hoy?


—No... no se lo he dicho —dijo, mordiéndose el labio inferior, como si estuviera incómoda—. Habíamos planeado esto juntos y no le dije nada.


—Ya veo —y después de unos segundos, siguió—. Yo pensaba que como ahora es tu novio...


La miró de reojo y la vio hacer una mueca ante la palabra «novio». Hasta aquel momento había tenido unas reacciones bastante controladas, pero al ver eso, Pedro se sintió inspirado.


—Había pensado —se interrumpió—... Nada, no es importante.


—¿Qué? ¿Qué pensaste? Sabía que había algo en él que no te gustaba. Lo sabía porque te conozco.


Pedro se sintió algo atacado y estuvo a punto de callarse de verdad, pero entonces recordó la teoría de Damian sobre Paula y él: «tal vez le gustas», y eso bastó.


—Estaba pensando que tal vez no quisieras traerlo por —se detuvo, como si no tuviera ganas de decir lo que pensaba—... por el modo de hablar tan condescendiente que tiene, porque a tus padres, especialmente a tu madre, no le gustaría.


—¿Condescendiente?


—Tal vez se puso nervioso al conocerme e intentaba impresionarte, pero durante toda la conversación estuvo un poco... un poco...


—¿Un poco sabelotodo? —sugirió ella—. Como si te estudiara cuando habla contigo, como si fueras un experimento psicológico que tiene que descifrar.


«Ha sido ella quien lo ha dicho, no yo», pensó Pedro.


—Ya, yo pensé lo mismo.


Entonces ella se dio cuenta de lo que había dicho e intentó rectificar, para divertimento de Pedro.


—Bueno, pero no está tan malo. A veces es un poco... pesado, pero no es demasiado grave.


—Es lo que yo digo —continuó él, dispuesto a rematar la faena—. Podía sentirse nervioso y por eso hablaba así, pero cuando lo hizo con la boca llena, me resultó insoportable.


—¡Es verdad! ¡Yo también lo vi! Pero bueno, sólo lo hizo una vez. O dos como mucho.


—¡Qué va! Lo hacía cada vez que se metía un trozo de comida en la boca —Paula se quedó callada y él decidió envolverlo para regalo—. Paula, ya sabes que siempre soy muy educado y los modales son importantes para mí, así que tal vez le esté dando demasiada importancia. Lo importante es que no te moleste a ti. No voy a ser yo quien viva con él y coma tres veces al día con él para el resto de mi vida. Si te gusta lo suficiente, dentro de unos años, ni siquiera lo notarás. Eso es el amor verdadero.


—Claro —pero resultó poco convincente y volvió a mirar por la ventana.


«Buen trabajo», pensó Pedro, pero cuando su conciencia quiso saber por qué había sido necesario hacer aquello, no tuvo respuesta y volvió a subir el volumen de la radio.


Pedro no sabía muy bien cómo tenían que ir las lecturas, pero el sonoro aplauso que llenó la librería debía de ser un buen signo. El cóctel que hubo después tuvo como único protagonista a Nicolas Chaves, que recibió apretones de manos y felicitaciones que lo hacían sentirse encantado, aunque algo abrumado con tantas atenciones.


—Lo has hecho fenomenal —dijo Pedro cuando fue su turno. Esperaba que eso fuera lo más apropiado para alguien que acababa de hacer una lectura—. Todo el mundo parece impresionado.


—Gracias, gracias —respondió Nicolas de forma automática—. Y gracias por acompañar a mis dos chicas favoritas hasta aquí. Porque están aquí, ¿verdad?


—Claro que están —empezó a decir Pedro antes de verse interrumpido por un grito.


—¡Papá! —Paula corrió a los brazos de su padre—. He esperado a que te saludara primero la gente importante.


—No hay nadie más importante que tú —dijo su padre, dándole palmaditas en la cabeza.


Pedro sintió una punzada cerca del corazón al imaginar cómo tenía que ser que tu padre te dijera algo así mientras te abrazaba.


Paula se apartó de los brazos de su padre y miró a su madre, que había aparecido a su lado, rejuvenecida y sonriente, como si nunca protestase por la falta de atención de su marido. 


Después de volvió a Pedro y le dijo:
—Vamos a echar un vistazo a los libros hasta que estén listos para marcharnos.


—«Señorita» —dijo él, ofreciéndole el brazo con galantería.


Ella fue hacia él para aceptarlo, pero una estantería lleno de libros infantiles captó su atención.


Pedro la miró ojear los títulos y las portadas, y fue a sentarse en el suelo a su lado.


—Elige uno sin más. Son todos iguales.


—Quiero encontrar el libro perfecto para ti —respondió ella, dudosa, sin mirarlo—. Dame un segundo.




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