sábado, 20 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 54




Paula estaba sentada quieta, mirando el espejo del tocador mientras su maquillador le aplicaba colorete en las mejillas. La mujer del espejo le devolvió la mirada, glamorosa en un vestido de noche con lentejuelas.


Después de que Maggie lanzara la campaña Mujer Independiente, Paula se había convertido en un éxito y su vida llevaba ocho meses siendo un torbellino de actividad y aventura. Tenía todo lo que alguna vez había soñado… dinero, fama, respeto en el negocio. Con la salvedad de que le faltaba algo vital.


—Lista, cariño —le dijo Kevin con un último movimiento de la mano.


Le escocieron los ojos. Le recordaba tanto a Dany…
—Muchas gracias —se levantó para dejar paso a otra modelo.


Esa noche, durante la Semana de la Moda, en uno de los días más fríos de febrero, se cumplía su última obligación contractual con Maggie Winterbourne, un espectáculo informal organizado en una galería de arte. Maggie le había robado descaradamente su idea.


La habían inundado con pedidos de sus diseños, pero desde entonces no había mostrado nada nuevo. Incapaz de tratar con el fin de su papel como presidenta y encargada de marketing de una empresa naciente, había relegado a un papel secundario su talento como diseñadora.


Cerró los ojos, esperando la cuña para salir.


Talento. Esa palabra aún la hacía detenerse y pensar. Toda su vida había pensado que sus diseños no habían sido más que garabatos que no merecían que les dedicara más tiempo. Las expectativas de su madre la habían abrumado.


Pero ya no era una niña de seis años.


Ya no era capaz de frenar la energía creativa que la recorría todos los días. Tenía docenas y docenas de bocetos que llenaban un cuaderno de dibujo, numerosos patrones en su dormitorio y tela que siempre terminaba en su máquina de coser.


Maggie comenzó a hablar. En cuanto le dio su cuña, Paula salió de detrás de la cortina y adoptó la primera pose. El aplauso resonó en sus oídos y las luces la cegaron. Avanzó hasta el siguiente punto como un títere de madera, y de ahí al siguiente, donde se suponía que debía quedarse cinco minutos antes de regresar a ponerse el segundo traje.


La posición le brindaba una vista diáfana de la pared de su derecha. Reconoció el trabajo de Sheila Bowden nada más verlo. Examinó las seis obras de arte. Eran estudios de un desnudo masculino. La curva de la mandíbula y la línea de la espalda resultaban muy familiares. Quebró su pose y se acercó. Algunos de los invitados de la mesa más próxima la miraron. Se preguntó si podría ser. ¿Pedro?


El corazón le dio un vuelco. Era él. Podía distinguirlo por el pelo en punta y por las líneas limpias del cuerpo que conocía tan bien. Al darse cuenta del desliz profesional que había cometido, regresó a la zona que le correspondía. 


Se sentía más animada.


En cuanto terminó el show, recibió muchas invitaciones para ir a un popular club nocturno, pero declinó. Volvió a mirar los desnudos de Sheila. Permaneció allí tanto tiempo, que la dueña se acercó y le tocó el hombro.


—Hermoso, ¿verdad?


—Sí, lo es. Me llevaré el que está de perfil con la espalda hacia la artista.


—Te lo prepararé.


Se llevó la pieza al loft. Los recuerdos la inundaron con tanta fuerza, que tuvo que cerrar los ojos. Las manos de Pedro, su boca, las palabras susurradas mientras la poseía en el sofá de Sheila. El aspecto que había tenido la última vez que lo había visto. Apretó la mandíbula contra una oleada de amor que casi la ahoga.


Abrió la ducha y se quitó la ropa. Con jabón, se lavó vigorosamente el maquillaje de la cara. Se apoyó contra los azulejos, cerró los ojos y tragó saliva para contener la terrible sensación de vértigo que la dominó. Tembló en el agua caliente y se sujetó los antebrazos para intentar darse un poco de calor.


Abrió los ojos y también la caja de su interior se abrió de golpe y todas sus emociones se diseminaron como hojas impulsadas por un poderoso viento. Despacio, se deslizó por los azulejos hasta quedar sentada en la bañera, temblando.


Era el momento de ser fiel a sí misma. Era el momento de reconocer que se había equivocado. Había cometido un terrible error que podría costarle todo. Todo.


Pedro era todo.


El contrato de Maggie no podía comprarle felicidad. Ni un millón de contratos podían comprarle la felicidad o la autoestima, porque eso era algo que tenía que surgir de dentro. 


Todos esos años había estado mutilada por la necesidad de lo que su madre había querido desesperadamente para ella. Pero allí sentada, sintió que en su interior se abría un pozo profundo de vacío. No sabía quién era ni qué quería de la vida.


Cerró los ojos y sollozó. Pedro. Habría necesitado mucho valor para haber posado desnudo. Si él tenía el valor para cambiar su vida de esa manera, ella no podía hacer menos y ser merecedora de su amor. Quería a Pedro


Quería irse a la cama cada noche con él; quería despertar cada mañana a su lado. Quería reír con él, provocarlo y hacerle el amor.


Su temor a fallarle al sueño de su madre la había cegado para lo que era importante en su vida. Amor, culminación y necesidad.


Necesitaba a Pedro. Necesitaba a su familia y a sus amigos.


Se levantó de la bañera como un ave Fénix de sus propias cenizas, una mujer nueva.



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