sábado, 20 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 52
Paula fue a la fiesta y ocultó todo lo que pasaba por su interior con la misma facilidad que mantener una tapa bajada sobre una caja. Esa gente, que con tanta generosidad había entregado tiempo y esfuerzo, merecía su atención y alabanzas. Habían ayudado a que el espectáculo fuera un éxito.
Naomi estaba inundada de pedidos de la tela.
Calculaba que acabaría con los rollos de que disponían en ese momento almacenados. Se había demorado para llamar al fabricante para que empezara la producción sobre los pedidos que no podían satisfacer con las existencias.
Y los grandes almacenes y las tiendas clamaban por sus diseños y querían saber qué tenía hecho, lo que prácticamente era nada. Tuvo que postergar esa fase, ya que no podría cubrirla en ese momento.
La mañana llegó después de una noche interminable de dar vueltas en la cama, sintiéndose profundamente desgraciada. Ese contrato debería haberla hecho la persona más feliz del mundo, pero dejar a Pedro era como una tortura.
Naomi se reunió con ella en la cocina de su tía y preguntó:
—¿Te encuentras bien?
—Sí. Todo lo bien que cabe esperar.
—¿Has hablado con Pedro?
—No, aún no. Estoy reuniendo valor. Le prometí que no quedaría revelada su identidad y mira lo que pasó. Debió de ser terrible para él. La verdad es que no sé si querrá verme ahora. Puede que no desee verme nunca más.
—No puedo creerlo. Has hecho que su negocio se convierta en un éxito. Vale, ha recibido un poco de publicidad. Ya se apagará. Ya sabes cómo es la prensa. No tardará en centrarse en otra persona. Has conseguido todo lo que te habías propuesto. Deberías disfrutarlo. Pedro se recuperará.
No estuvo de acuerdo.
Su tía entró en la cocina y miró la hora.
—Paula, tenemos que llevarte al aeropuerto.
Seguro que estás animada por volver a Nueva York.
—Lo estoy, tía. Has sido fabulosa.
Su tía sonrió y se abrazaron. Paula sintió un nudo en la garganta. Aunque había podido confiarle a Naomi y a Pedro la situación en la que se hallaba su vida, no había llegado a revelárselo a su tía.
—Tía, he de decirte algo.
—Claro. Vamos a sentarnos al porche.
Una vez sentadas en la hamaca, Paula le tomó las manos.
—Tú siempre has estado ahí para mí, incluso ahora. Estaba en la bancarrota cuando vine aquí. No me quedaba nada.
—¿Por qué no me lo dijiste? Habría…
—Lo sé. Me daba vergüenza contaros a mamá o a ti mis problemas. No quería que me vieras bajo una mala luz. Toda mi vida he mantenido lejos de vosotras lo que no era perfecto. Pero ahora, después de pasar por todo esto y darme cuenta de lo importantes que son los amigos en mi vida, comprendo la importancia vital que tiene la familia. Te quiero, tía, tanto que nunca más adornaré la verdad.
—Yo también te quiero, Paula. Nada cambiará jamás eso.
Volvieron a abrazarse y Paula dijo:
—Será mejor que vaya a despedirme de Pedro antes de irme.
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