sábado, 4 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 28




Para consternación de Paula, la Posada Charlotte estaba llena. De hecho, todos los alojamientos en treinta kilómetros a la redonda de Roperville habían sido ocupados a causa del certamen regional de bandas de música. 


Obviamente, aquello merecía figurar en algún segmento de Hartson Flowers... si Paula podía lograrlo. Pero su prioridad era terminar el especial de San Valentín.


Aunque el cielo estaba despejado y la temperatura baja, soplaba viento y amenazaba con llover para finales de esa semana. La caravana todavía estaba de camino hacia allí desde Odessa, y llegaría aquella misma noche. 


El martes era el primer día que podrían grabar. 


Estaban luchando tanto contra el reloj como contra el clima. Una rápida llamada de teléfono a Georgiaa les reveló que Susie todavía no se había puesto en contacto con ella, así que probablemente tendrían que arreglárselas con la petición de matrimonio de Leonardo Baker, a bordo de un velero.


Paula y Pedro  se separaron con el fin de terminar con todos los preparativos y quedaron en comer juntos para tratar todos los detalles.


—¿Qué te parecería cerrar el especial con sólo dos peticiones? —le preguntó él mientras se sentaban a comer en el restaurante del hotel.


—¿No te parece un poco pronto para abandonar? Ya hemos hecho todo el trabajo preliminar. Sé que el tiempo es dudoso, pero mañana sabremos si podemos grabar por fin.


Pedro asintió y se pasó una mano por el pelo, un gesto de inseguridad poco frecuente en él. Paula advirtió su sombría expresión.


—Estás preocupado por algo, y no se trata del show. ¿Qué es lo que pasa?


Pedro negó con la cabeza, como si se negara a responder a esa pregunta. Paula picó un poco de lechuga de su ensalada y esperó. Tenía la esperanza de que Pedro confiara lo suficiente en ella, pero sabía que era mejor no presionarlo.


—Necesito volver a Houston —dijo al fin Pedro—. Parece que mi cuñado, el poeta, se marcha a Europa.


—Y quieres despedirte de él...


—No —la corrigió Pedro—. Más que despedirme, me gustaría olvidarme de él para siempre —tensó la mandíbula—. Patricio se marcha porque dice que necesita soledad para crear. Entregó algunos de sus poemas a una publicación literaria y se los rechazaron todos.


—Lo siento.


—El rechazo no es algo nuevo para Patricio. Pero, según mi hermana, esta vez le dijeron que su poesía era superficial.


—Oh, vaya...


—De hecho, eso significa la confirmación de lo que yo siempre he pensado —sonrió tristemente—. Sus poemas jamás me dijeron nada. Sin embargo, cuando ese comentario procede de una publicación literaria tan respetada, Patricio «siente la necesidad de rellenar su pozo de creatividad con nuevas experiencias». Y, aparentemente, sólo una prolongada estancia en Europa, lejos de su esposa y de sus tres hijos, podrá ser suficiente.


Pedro agarró con fuerza su tenedor, y Paula pensó que era una suerte que Patricio estuviera en Houston y su cuñado en Roperville.


—¿Qué piensa tu hermana de todo esto?


—Oh, Teresa está completamente a favor. Y también mis padres. De hecho... —Pedro dio una fuerte palmada sobre la mesa—... ¡quieren vender su participación en mi compañía y entregársela a Patricio para que se pague el viaje! —exclamó, entre incrédulo y frustrado.


—No sabía que Producciones Alfonso sacara acciones al mercado...


—Y no las saca. Mis padres no saben nada de cuestiones financieras. Patricio y mi hermana, tampoco —Pedro hizo a un lado su comida, sin haberla probado—. Cuando me estaba financiando mi primer estudio, papá insistió en ayudarme. Y yo se lo permití porque pensaba que cuando mis padres se gastaran todo su dinero, al menos les quedaría ese pequeño remanente sin tocar. Así que acepté su dinero y les dije que lo había invertido. Desde entonces, he estado pagándoles cuantiosos dividendos... y es de eso de lo que han estado viviendo.


Paula ya no podía extrañarse de que Pedro fuera tan cuidadoso con el dinero. 


Sabía que había vuelto a invertir la mayor parte de sus beneficios en los shows y en el equipamiento del estudio. Y además de mantenerse a sí mismo, había mantenido a su familia entera.


—Oh, Pedro —le entraron ganas de abrazarlo, y lo habría hecho si no hubieran estado sentados en un restaurante. Se inclinó hacia adelante y lo tomó de un brazo.


—No tienes por qué preocuparte —le cubrió la mano con la suya—. El asunto es que mis padres pretenden ayudar a Patricio a realizar su sueño de la misma manera que me ayudaron a mí a realizar el mío. ¿Qué se suponía que tenía que haberles dicho? ¿Que me negaba a venderles la participación?


Retirando la mano, Paula negó con la cabeza.


—¿Y si les das el dinero que necesita Patricio y le dices a tus padres que no has tenido que vender toda la participación? De esa manera, todavía podrás seguir financiándolos.


—Ésa es una buena idea. Podría probarla. Desgraciadamente, mis activos no están muy líquidos en este momento. Necesito organizarme un poco.


Paula sabía que recientemente había invertido mucho en el especial de San Valentín. De pronto, Pedro cerró los puños.


—No puedo soportar el pensamiento de Patricio dilapidando los ahorros de mi padres en un egoísta viaje a Europa... ¡cuando todavía está viviendo con sus suegros porque no es capaz de mantener a su propia familia!


—Quizá puedas hablar con tu hermana acerca de ello.


—¿Con Teresa? Ella piensa que todo lo que hace su marido es maravilloso. Está loca por él.


Parecía tan disgustado que Paula no pudo evitar sonreír.


—Ella apoya al hombre al que ama...


—¿Eso es lo que el amor le hace la gente? ¿Les vuelve ciegos a lo que es de sentido común?


—No, a no ser que ya lo sean antes de enamorarse —Paula intentó decirse que Pedro sólo estaba hablando por su hermana, pero sospechaba que no era así—. Que Patricio se marche ahora a Europa no tiene sentido para ti, pero la gente hace muchas cosas que no tienen sentido para los demás. Simplemente van en busca de sus sueños.


—Pero, ¿por qué tengo que ser yo el que pague los sueños de los demás?


—Porque eres de ese tipo de hombres —sonrió Paula.


—¿Y si estoy cansado de ser así? —inquirió Pedro, bajando la mirada a su plato.


Podía cambiar, pero Paula sabía que no lo haría.


—¿Sabes? Tú tienes parte de culpa.


—¿Yo?


—Sí. Has estado manteniendo a tu familia, dejándoles que creyesen que tenían dinero, y ahora estás disgustado porque quieren gastarse lo que siempre han pensado que era suyo.


—Por supuesto que estoy disgustado. ¿Cómo creen que van a vivir?


—Bueno, quizá Patricio consiga un enorme éxito.


Pedro la miró fijamente con expresión contrariada.


—Tú eres como ellos, ¿verdad?


—No, yo...


—Claro que sí. Me acuerdo de nuestra conversación. Dijiste que el hombre de tus sueños se gastaría sus últimos dólares en papel para escribir poemas, antes que en un filete —lanzó su servilleta sobre la mesa y se levantó.


—Simplemente era una figura retórica —sólo en aquel instante comprendió Paula la importancia que había dado Pedro a sus palabras, y el motivo que había tenido para hacerlo—. Si tuviera hambre, desde luego que preferiría el filete. Pero quizá podría ser un filete más pequeño, para emplear el dinero sobrante en una botella de vino tinto con que acompañarlo...


—Habría sido un vino ciertamente barato —replicó Pedro, sonriendo casi a su pesar.


—Anda, vuelve a sentarte y come un poco.


Pedro se sentó de nuevo y Paula le acercó su plato.


—Relájate. He decidido que este especial de San Valentín tendrá un gran éxito y que tú ganarás tanto dinero vendiéndolo, que podrás enviar a Europa no sólo a Patricio, sino a toda tu familia si es que desean acompañarlo.


Mientras volvía a tomar su tenedor, Pedro le recordó:
—Aquí es donde radica el otro problema: la situación en que quedará mi hermana.


—Claro —asintió Paula—. Apoyar a tu marido es una cosa, pero dejarlo vagabundear por toda Europa mientras tú te quedas en la casa de tus padres haciéndote cargo de tres niños, es algo muy diferente. Ahora que pienso en ello, Pedro, tu hermana está chiflada.


Pedro le puso una mano sobre la suya e inclinó la cabeza a modo de agradecimiento.


—Gracias.


—De nada.


Y ambos se echaron a reír. Durante el resto de la comida, Paula se dedicó a contarle divertidas anécdotas de Hartson Flowers. Pedro reía sin cesar, y a ella la encantaba hacerle reír. Y lo mejor de todo era que Pedro terminó de comer habiéndose olvidado por completo de sus problemas familiares.


Cuando se dirigieron a sus habitaciones, con toda naturalidad, Pedro le rodeó los hombros con un brazo. Paula intentó por todos los medios encontrar algo especialmente romántico en aquel gesto, pero no pudo.


Pensó que lo estaba perdiendo. Pedro se estaba convirtiendo en un amigo. Eso no era nada malo, pero ella quería más. Sus habitaciones estaban a uno y otro extremo del pasillo. Paula intentó pensar en algún motivo para invitarlo a pasar a su habitación... seguro que tenía que haber algún documento o algo que necesitara de su atención, de su aprobación... En ese momento, Pedro le retiró el brazo de los hombros y le tomó una mano.


—Paula, gracias. Sé que has hecho todo lo posible para que me sintiera mejor y, bueno, lo has logrado.


Sonriendo, se inclinó para depositarle un casto beso sobre la sien.


Paula sintió que algo se estremecía en su interior. No lo dejaría marchar después de haberle dado un beso tan poco satisfactorio. No estaban en un lugar público. No había razón alguna por la que no pudiera abrazar al hombre al que amaba.


Así que, cuando Pedro intentó soltarle la mano, ella se la retuvo para colocarla en su cintura mientras lo atraía hacia sí con el otro brazo.


—¿Paula?


—Cierra los ojos y piensa en la luz de la luna.


Pedro cerró los ojos.


—¿Y en qué estás pensando tú?


—En eso —poniéndose de puntillas, lo besó.


Por un brevísimo instante, Paula pudo percibir la violenta batalla que se libró en el interior de Pedro. Hasta que la abrazó con fuerza levantándola en vilo.




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