domingo, 5 de agosto de 2018
¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 29
Pedro sabía que no debería besarla de esa manera, pero era incapaz de detenerse. En el instante en que los labios de Paula hicieron contacto con los suyos, comprendió que estaba perdido a pesar de todas sus buenas intenciones. Era egoísta; lo reconocía. Quería que Paula pasara el resto de su vida con él.
Apenas podía contenerse para no pronunciar la palabra «casémonos» y escapar con ella a Las Vegas, o a Reno.
La había levantado en brazos, ebrio de felicidad; Paula apenas pesaba más que sus sobrinas.
¿Cómo podía alguien tan ligero y frágil ser a la vez tan fuerte?
Paula, con su sentido práctico de la vida, se convertiría en el puente que uniría el mundo de sus padres con el suyo. Ella le enseñaría a volar y, al mismo tiempo, se convertiría en su red. La amaba y ansiaba decírselo.
Pero no allí, en el oscuro pasillo de un hotel de clase turista. Conociendo a Paula, sabía que atesoraría el momento en que le confesara su amor entre sus más preciados recuerdos.
Quería hacerlo en un momento y en un lugar especiales para ella. Lentamente la bajó al suelo, memorizando la sensación de su cuerpo contra el suyo, la forma y el sabor de sus labios.
—Pedro, yo...
—Shhh. Espera.
—Pedro —estaba decidida a todo.
Pero él estaba igualmente decidido. En silencio, extendió la mano para que le entregara la llave de su habitación. Suspirando, Paula musitó:
—Puedo abrirla sola —después de introducirla en la cerradura, abrió la puerta—. Pedro...
Él ya se dirigía a su habitación, atravesando el pasillo.
—Llámame cuando te hayas puesto en contacto con los compañeros de navegación de Leonardo, ¿vale? —levantando una mano a manera de despedida, entró en la habitación.
Nada más cerrar la puerta a su espalda, se apoyó en ella. Sabía que se había despedido de una manera algo brusca, pero no había confiado lo suficiente en sí mismo como para pasar ni un instante más a su lado. Por primera vez comprendía por qué la gente podía aceptar que sus declaraciones de amor fueran filmadas: porque querían compartir su alegría con el mundo entero. Paula sentía eso mismo. No importaba que él no lo sintiera. Lo que importaba era que deseaba complacerla con la mejor y más espectacular petición de matrimonio que se hubiera visto jamás.
Ahora lo único que tenía que hacer era diseñarla.
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