sábado, 18 de agosto de 2018
MILAGRO : CAPITULO 8
Paula nunca había estado en un almacén de bricolaje. Ni su padre ni su marido eran de los que hacían reparaciones en el hogar. El de Gabriel’s Crossing le recordó a algo salido de una película, incluso había un par de hombres mayores sentados en un banco, a la sombra del porche. No la habría sorprendido que hubieran estado mascando tabaco o tallando figuritas de madera. Resultó que estaban comiendo pipas de girasol e intentando rellenar un crucigrama.
Uno de ellos por lo visto era el dueño, porque se puso en pie y estrechó la mano de Pedro.
—Hacía tiempo que no te veía. Empezaba a preguntarme si te habías rendido con esa vieja casa y habías vuelto a la ciudad —sus ojos se arrugaron y chispearon, sonrientes.
—Siempre acabo lo que empiezo, Pat. Además, alguien tiene que mantener tu negocio a flote.
—No creas que no te lo agradezco.
—Paula, éste es Pat Montgomery —dijo Pedro, volviéndose hacia ella.
—Encantada de conocerlo, señor Montgomery.
—Aquí sobran las formalidades. Soy Pat a secas —le dirigió una mirada especulativa—. ¿Vas a estar mucho tiempo de visita por la zona?
—En realidad no estoy de visita. Me he mudado aquí... al menos temporalmente.
—Paula ha alquilado la casita que hay en mi propiedad —aclaró Pedro.
—No me digas —las espesas cejas del hombre se alzaron y su boca se torció con una sonrisa.
Paula notó que sus mejillas se encendían. Se imaginaba lo que estaba pensando, y a ella aún no se le notaba el embarazo. Por suerte, Pedro acudió al rescate.
—Paula buscaba un respiro de la ciudad. Su esposo se reunirá con ella más adelante.
Ella comprendió que debía haberle dado esa impresión. No estaba en su naturaleza mentir, ni omitir la verdad. Sin embargo, en ese momento le pareció mejor dejar las cosas así.
—Estoy seguro de que tu esposo y tú estaréis bien en Gabriel’s Crossing. Es un buen sitio para un respiro.
—Sí, estoy segura de que así será.
—La pintura está en el primer pasillo —dijo Pedro, señalando al final de la tienda—. Yo buscaré la madera que necesito mientras tú eliges.
—De acuerdo.
Ella dedicó unos veinte minutos a ver los muestrarios de tonos. Supo exactamente cuando Pedro llegaba a su lado. No oyó sus pasos. Más bien percibió su aroma a jabón y, sin saber bien por qué, intuyó su presencia. Debía ser una tontería, pero había algo en él que resultaba reconfortante. No iba a permitirse considerar el resto de los adjetivos que se le pasaban por la cabeza.
—He reducido la elección a estos dos tonos —dijo, antes de darse la vuelta—. He leído que el verde es un color relajante, perfecto para proporcionar un sueño pacífico y reparador.
—Una de las paredes de mi dormitorio es roja. Bueno, técnicamente carmesí. Me pregunto qué se supone que proporciona eso —sus ojos chispearon con humor. Con humor y algo más.
—El insomnio —dijo ella, tragándose las inapropiadas respuestas que se le ocurrieron.
Pedro soltó una risotada y se pasó una mano por el pelo, dejándolo tan alborotado como era habitual.
—No sé qué decir. Yo duermo como un bebé.
La palabra «bebé», ayudó a Paula a disipar cualquier pensamiento inconveniente.
—Verde espuma —extendió la muestra como si enarbolara una daga—. ¿Qué opinas?
—Es tranquilo —dijo él, tras estudiarlo atentamente.
—Perfecto.
Los dedos de él rozaron los suyos cuando aceptó el cuadrado de muestra.
—Le pediré a Pat que mezcle un par de botes y luego nos iremos.
—Te invitaré a un cucurucho de helado —dijo ella.
—Acepto la invitación y no dejaré que la olvides.
Mientras él se alejaba, Paula tuvo la impresión de que Pedro Alfonso era uno de esos hombres que nunca olvidaba nada.
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