sábado, 18 de agosto de 2018

MILAGRO : CAPITULO 5




Paula regresó a la ciudad a última hora de la tarde. Abrió la puerta lentamente, temiendo la confrontación que estaba por llegar. Debería haber adivinado que lo que quedaba por decir se diría de forma civilizada, tan civilizada como para resultar impersonal. En eso su marido era igual que los padres de ella, no le gustaba discutir.


Encontró a Lucas en su despacho, sentado en su sillón de cuero favorito, junto a la chimenea de gas, que chisporroteaba alegremente, compitiendo con el aire acondicionado. Las cosas como el precio de la electricidad y la conservación de la energía no le interesaban. 


Tenía suficiente dinero como para desperdiciarlo. Eso le había dicho a Paula una vez, cuando ella lo recriminó por dejar el grifo abierto en el cuarto de baño.


Lo contempló. Era un hombre atractivo, sofisticado y de aspecto cuidado. Pensó que nunca lo había visto con pantalones vaqueros, ya fueran de diseño o desgastados por el uso. 


Tampoco podía imaginárselo manejando herramientas eléctricas y oliendo a serrín y sudor. Él se consideraba por encima de cualquier tipo de labor física. Los únicos callos de sus manos se debían a su partida de squash semanal, y sus músculos al ejercicio que realizaba con un entrenador personal en el gimnasio de casa.


Carraspeó para atraer su atención, rompiendo la norma fundamental de sus padres: «espera siempre a que te hablen, antes de hacerlo tú». 


En ese momento comprendió cuánto la molestaba esa necesidad que tenía de guardar silencio ante su marido.


Lucas la miró por encima del Wall Street Journal.


—Ya he cenado, porque no sabía cuándo regresarías —dijo—. Creo que Maria ha dejado algo en el horno para ti.


Paula sintió un vuelco en el estómago, que no tenía nada que ver con la mención de la cena.


—No tengo hambre. ¿No sientes ninguna curiosidad por saber dónde he ido?


—Supongo que irías a Bergdorf a liberarte del mal humor —dijo él con voz seca—. ¿Cuánto has gastado?


Si eso era lo que pensaba de ella, no la conocía en absoluto. Aun así, por el bien del bebé, decidió intentar salvar su matrimonio una última vez.


—No estoy irritada, Lucas. Estoy... horrorizada por la solución que sugeriste. Tenemos que hablar.


El dobló el periódico y lo puso a un lado. Nunca había sido un hombre afectivo, pero en ese momento parecía tan distante que ella sintió un escalofrío. El tono de su voz cuando habló estuvo a la par.


—Creo que ya lo hemos hecho —dijo.


—No hemos hablado —discutió Paula—. Me lanzaste un ultimátum.


—Sí, y tú a mí —él enarcó una ceja.


Así había sido. Y muy en serio. No podía ni quería destruir el milagro de vida que crecía en su interior. Paula tragó aire y enderezó la espalda. Era la segunda vez en el mismo día que no iba a doblegarse.


—Voy a mudarme. Esta tarde he encontrado un sitio donde vivir. Una casita en el campo.


Sólo pensar en un horizonte de árboles y hojas, en vez de uno de metal, piedra y cristal hacía que le resultara más fácil respirar.


Lucas parpadeó dos veces rápidamente. Fue la única señal de que sus palabras lo habían sorprendido. Después reasumió la actitud distante.


—¿Necesitas ayuda para hacer el equipaje? Maria ya se ha ido, pero Niles aún está aquí.


—¿Eso es todo? —Paula perdió parte de su compostura—. Me marcho, nuestro matrimonio... se acaba, y ¿no tienes más que decir?


—Si esperas que caiga de rodillas y te suplique que te quedes, has estado viendo demasiada televisión —juntó los dedos de las manos—. Por supuesto, si has cambiado de opinión respecto a la situación...


—No es una situación. Es un bebé, Lucas. Vamos a tener un bebé.


—Tú vas a tener un bebé —apretó tanto los dedos que las yemas se pusieron blancas—. Yo no quiero niños. Tú lo sabías. Estuviste de acuerdo cuando nos comprometimos —le recordó.


—No creí que pudiera tenerlos. Los médicos me habían dicho...


—Estuviste de acuerdo.


—Entonces, ¿ya está? —preguntó Paula con voz suave.


—No, pero los abogados tendrán que solucionar el resto.


Ella tragó saliva. Se preguntó si realmente había esperado que cambiase de opinión. Y algo aún peor, si ella había deseado que lo hiciera.


Su relación nunca había sido explosiva. Incluso al principio cuando todo era nuevo y debería haber sido emocionante, habían escaseado las chispas. Se preguntó en qué se había basado. 


Tal vez en intereses mutuos, o respeto. O gratitud porque Lucas la aceptara, a pesar de su incapacidad de concebir.


—¿Por qué te casaste conmigo, Lucas? —preguntó—. ¿Me quieres? ¿Me quisiste alguna vez?


Él la estudió un largo momento.


—¿Por qué no te haces esas preguntas a ti misma?


Mientras doblaba ropa y la metía en maletas, Paula lo hizo. Y no le gustaron las respuestas que obtuvo.


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