sábado, 18 de agosto de 2018

MILAGRO : CAPITULO 7




Paula esperó a Pedro bajo uno de los grandes robles. Estaba lo bastante avanzada en su estado para no poder abrocharse el botón de la ropa más ajustada, pero hacía más de una semana que no sentía náuseas.


Dormía mucho, pero no sabía si era por el embarazo, consecuencia de la depresión por su futuro divorcio o puro aburrimiento. No se le daba bien estar ociosa. En la ciudad siempre había encontrado formas de ocupar su vida aunque eso, en realidad, distaba mucho de llenarla. Pero en el campo no tenía comidas a las que asistir, comités que dirigir, ni cenas que planificar. Tras mirar las paredes blancas de la casita durante casi un mes, la desesperación la había animado a presentar a Pedro su propuesta.


Mientras habían hablado de los colores había empezado a fijarse en el principio de barba que sombreaba su mandíbula angulosa y en la camiseta sudada que se tensaba sobre sus fuertes músculos. Se abanicó con la mano, achacando el ardor de su piel a la elevada temperatura. No podía deberse al hombre. 


Estaba embarazada, recién separada y a muchos meses de un futuro divorcio. Además, nunca había sido dada a fantasear. Sin embargo, durante un instante...


Buscó una explicación lógica a la curiosa mezcla de emociones que sentía. Lo mejor que se le ocurrió era que se sentía confusa y solitaria en un lugar nuevo, enfrentándose no a un gran cambio en su vida, sino a dos. Pedro era amable, simpático y amistoso. No iba en contra de la ley flirtear un poco con él. En cuanto a la inusual atracción que le provocaba, debía ser imaginaria y debida a su exceso de hormonas.


Cuando Pedro se reunió con ella, Paula notó que se había afeitado y se había cambiado de pantalones cortos y se había puesto una camisa.


Le pareció captar el olor a jabón y tenía el pelo húmedo. Se volvió hacia el árbol.


—Este roble sería perfecto para un columpio —comentó.


—O un neumático atado de una cuerda —dijo Pedro, tras examinar las gruesas ramas un momento.


—No —ella movió la cabeza—. Un columpio, sin duda. Con el asiento pintado de rojo.


—¿Estás rememorando tu infancia?


—Vivía en Los Ángeles, ¿recuerdas? —su infancia no tenía que ver con columpios—. Pero diseñé la campaña publicitaria de una compañía aérea. El anuncio empezaba con un niño columpiándose y haciendo ruidos de avión.


—«Nuestros pilotos siempre han deseado elevarse» —con una sonrisa, Pedro recitó el texto—. Recuerdo ese eslogan. No sabía que era tuyo. De hecho, no tenía ni idea de que habías trabajado... en publicidad.


—Ahora no trabajo —explicó ella; era obvio que él no se la imaginaba ganándose la vida—. Dejé mi puesto en Danielson & Marks hace cuatro años.


—Danielson & Marks —soltó un silbido—. Eso es de lo mejorcito. ¿Lo echas de menos?


—A veces —admitió ella. No había compartido eso con nadie, ni siquiera con sus mejores amistades. Cuando le hacían esa pregunta, decía que estaba satisfecha y muy ocupada con sus comités y su ajetreado calendario social. Pero a Pedro era fácil contarle la verdad—. Sobre todo, echo de menos el proceso creativo. No es fácil vender un producto o idea a los consumidores con unas pocas palabras o imágenes.


—Apuesto a que eras muy buena.


—Tenía mis momentos —ella sonrió, pensando en los cuatro premios que había ganado durante su relativamente breve carrera profesional.


—¿Y por qué lo dejaste? —preguntó él, metiéndose las manos en los bolsillos.


Ella se inclinó y arrancó una brizna de hierba que luego rompió en pedacitos.


—Bueno, iba a casarme y... —se frotó las manos sin concluir la frase.


—Tus prioridades cambiaron —apuntó él.


Paula asintió, aunque ya era capaz de admitir que no las había cambiado ella. Había hecho lo adecuado para evitar las fricciones. No se sentía nada orgullosa al respecto


—Tal vez vuelvas algún día. Con una agencia como ésa en tu currículum, pocas empresas te rechazarían.


—Sí, podría —dijo ella. Lo cierto era que su experiencia profesional era todo menos mediocre. Paula había sido buena en su trabajo y se había enorgullecido de hacerlo bien.


—¿Pero? —la animó él, como si supiera que tenía otra idea en mente.


—En realidad me gustaría crear mi propia agencia publicitaria, una especializada en publicitar buenas causas, no productos y servicios.


—Eso no debe dar mucho dinero, pero imagino que ya lo sabes. Parece que le has dado vueltas a la idea.


—Sí, pero tengo que pensarlo más —concedió ella. La idea llevaba un par de años parada, enfriándose mientras Paula se volvía cada vez más displicente.


—Éste es un buen sitio para pensar. Además, cuando decidas empezar, seguramente no te faltarán contactos para poner el negocio en marcha —dijo él.


Ella casi había esperado que él criticara la idea. 


Era indudable que sus padres y Lucas lo habrían hecho. Tal vez por eso nunca había compartido su sueño con ninguno de ellos.


—Gracias.


—¿Por qué? —Pedro arrugó la frente.


—Por... dejarme pintar la casita.





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