sábado, 21 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 19




Sol se lo dijo en cuanto regresó de Nueva York. 


Al entrar en la casa el lunes por la tarde, los dos niños salieron a recibirle.


—Hemos montado en tren —anunció Sol.


—Era muy grande —añadió Octavio.


—El señor Alfonso acaba de llegar, Sol. Está cansado. No le molestéis —dijo Paula, desde la cocina.


—No estamos molestándole —replicó Sol—. ¿Quieres que te contemos lo del tren?


—Claro —respondió él. No estaba dispuesto a cortar aquella fuente de información. Le dio a Sol su maletín—. Puedes subírmelo mientras me lo cuentas todo.


—Íbamos a ir en coche, pero Paula dijo que el tren sería una aventura porque nunca habíamos montado en uno.


—Tomamos palomitas de maíz y yo me senté al lado de la ventana —dijo Octavio, mientras subían.


—Yo también estaba sentada al lado de la ventanilla —añadió Sol—. Solo que iba de espaldas a la marcha del tren y era como si todo estuviera pasándome.


—Como si el tren estuviera quieto, ¿verdad? —comentó Pedro, riendo.


—Sí. ¿Te has montado de espaldas a la máquina en un tren?


—Claro que sí. Sé exactamente a lo que te refieres —respondió él, cuando entraron en la habitación. Entonces colgó su porta traje, se quitó el abrigo y se aflojó la corbata—. ¿Y adónde fuisteis en ese tren?


—A la casa de la abuela.


—No es nuestra abuela —explicó Sol—. Es la de Paula, pero ella nos dijo que podíamos simular que así era. Y al abuelo también lo llamamos así, como Paula.


—Es una casa muy grande —comentó Octavio.


—Es porque allí vive mucha gente —dijo Sol—. Gente mayor, como la abuela, pero ella vive arriba y tiene su propia cocina y todo.


—Y jugamos a las cartas con el abuelo. Yo gané.


—Le dejamos que ganara —comentó Sol riendo—. Ni siquiera sabe leer los números. Yo sí.


Así que allí era donde iba todos los domingos, a ver a sus abuelos que vivían en una residencia de ancianos y, según parecía, en una muy lujosa. Debían de tener bastante dinero o ¿era Paula la que pagaba el alojamiento? ¿De lo que ganaba de limpiar casas? ¡Imposible!


Abuelos. ¿Y sus Padres?


Pedro se preguntó por qué diablos le preocupaba. Lo único que tenía que tener en cuenta era cómo realizara su trabajo, no su vida personal.



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