viernes, 20 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 18




Pedro Alfonso bajaba por la Quinta Avenida en dirección al restaurante donde iba a encontrarse con aquel abogado de Seattle. No perdía de vista al niño que iba delante de él. Era más o menos de la edad de Octavio, igual de vivaracho, y se estaba acercando demasiado al bordillo, muy cerca de los taxis que zumbaban a su lado a toda velocidad. Pedro estaba a punto de extender una mano para agarrarlo cuando una mujer se le adelantó.


—¡Suéltame! —gritó el chico.


—No quiero que te pierdas —respondió ella—. Y por supuesto, no quiero que vayas andando por el bordillo para que pierdas el equilibrio.


—¡Quiero perder…! ¿Qué es el equilibrio?


La mujer definió el término en palabras que el niño pudiera comprender. Pedro sonrió. Aquella mujer le recordaba a Paula. Siempre era capaz de transmitir sentido común en cualquier situación tensa y de transformarla en una experiencia didáctica.


En realidad, no había muchas situaciones tensas. En realidad, desde que ella estaba en la casa, los niños parecían realmente felices. 


Siempre estaban cantando alguna canción o citando algo que Paula les había enseñado.


Finalmente tuvo que admitir que había sido una buena idea que ella colocara todas sus cosas por la casa. Hacía que fuera más acogedora. De hecho, el ambiente había cambiado. Incluso el olor… Galletas recién hechas o un suculento y tentador aroma de algo que ella estuviera cocinando. Aquellas comidas sencillas habían sido un agradable cambio, para los niños con respecto a la comida preparada. Él mismo había llamado muy a menudo para decirle que iría a cenar.


¿Y qué? La estaba pagando. ¿Y qué había de malo en que le gustara regresar a la casa? 


Resultaba un lugar con la misma serena felicidad que había tenido su casa de la infancia. 


Dios sabía que necesitaba un descanso. Y le gustaba ver a los niños contentos.


Los niños. Su principal prioridad debería ser conseguirles algo más permanente. Lo sabía perfectamente. Sin embargo, no sabía cómo podía hacerlo después de haber leído las palabras de Kathy. ¿Serían las agencias de adopción parte del sistema, algo que ella le había pedido que evitara? Ojalá pudiera preguntárselo.


Sin saber lo que hacer, no había hecho nada. En cualquier caso, no tenía tiempo. Lawson le tenía a salto de mata entre la absorción de una planta en Houston y la fusión con una fábrica de aviones en Seattle. Lo de Seattle era una gran operación. Resultaba algo aterrador pensar en que aquellos aviones se movían tanto por las máquinas como por las personas. Le hacía a uno pensarse dos veces el tener que deshacerse de alguno de los técnicos, a pesar de la duplicación de puestos.


Al recordar lo que Paula le había dicho sobre la duplicación, sonrió. Le sorprendía recordar tantas cosas sobre ella. Nunca se quedaba a solas con él. Cuando los niños se marchaban a la cama, se retiraba a su habitación. No se había vuelto a repetir la situación que habían compartido aquella noche en la cocina. Pedro lo sentía. Le había divertido charlar con ella. 


Resultaba sorprendente lo mucho que sabía del mundo de los negocios. Ni siquiera la terminología que utilizaba era la de una mujer de la limpieza. Si pudiera hablar más con ella, descubrir algo sobre su pasado…


¡Entonces le gustaba hablar con ella! ¿Qué había de malo en eso? Ella era ingeniosa, desafiante…


Además, estaba siempre ocupada. Hacía lo que antes hacían varias personas y lo hacía mejor que todas juntas. Tal vez debería sugerirle…


Aquello era una tontería. ¿Qué jefe sugeriría a un ama de llaves que tenía una carga muy pesada? No quería que ella se hiciera una idea equivocada.


Tendría que haber algún modo. Lo pensaría en la conferencia que tenía en Nueva York aquel fin de semana. Aquello era otra cosa. El domingo era su día libre y él no regresaría hasta el lunes por la noche. Tendría que pedirle que se quedara con los niños… ¿Dónde iría todos los domingos?


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