sábado, 16 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 32




Joel y su hija desmontaron la última cámara del apartamento de Paula. Otro equipo había hecho lo mismo en casa de Pedro. Paula y Pedro habían hecho las maletas para volver a sus vidas. Paula había mandado al chófer de la limusina con todos los trajes que se había comprado como consejera delegada. ¿Volvería a usarlos alguna vez?


Paula iba a echar de menos el despacho de Pedro, pero no le importaba mucho despedirse de aquella casa enorme. Era bonita, pero no había pasado mucho tiempo allí, aunque había intervenido algo en la decoración. Recorrió todas las habitaciones para cerciorarse de que todo estaba en orden. 


Quizá la casa hubiera parecido un hogar si las niñas hubieran llenado todos los vacíos o si Pedro la hubiera esperado en el sofá por las tardes con su sonrisa seductora.


Había cometido un error inmenso con Kevin. 


Creyó en el cuento de hadas incluso cuando la cruda realidad le decía otra cosa. Pedro y Kevin no se parecían en nada.


Ni siquiera los sentimientos que le producían se parecían. 


Nunca había sentido ese anhelo, ese tipo de amor, pero esa vez no soñaba. Pedro no era perfecto, pero algo le decía que era perfecto para ella. Tomó aire y fue hacia la puerta. 


Estaba decidida a seguir esa intuición.


Pedro estaba esperándola en el sofá cuando ella llegó, como de costumbre. Sólo eran las siete de la tarde. Las niñas la recibieron en la puerta con grandes abrazos y besos. Pedro esperó pacientemente y con gesto abatido, aunque Paula no sabía a qué se debía.


—Hola.


—Macarena, por favor, ¿podrías llevarte a tu hermana al cuarto y leer un libro? —le pidió Pedro—. Me gustaría hablar con tu madre.


Maca los miró con curiosidad y agarró a su hermana de la mano antes de salir de la habitación y cerrar la puerta.


—Creía que íbamos a salir a cenar —dijo Paula—. He pasado por el apartamento de Miriam Davies para pedirle que viniera a cuidar a las niñas.


—Antes quiero hablar contigo.


—¿Pasa algo?


—Espero que no, pero hoy he oído algo que me preocupa de verdad. Necesito que me contestes algunas preguntas.


—Muy bien —aceptó Paula lentamente.


—¿Va a haber una demanda?


—¿Ya te has enterado?


—Me he mantenido bien informado —contestó Pedro cortantemente.


—El abogado me ha dicho que no es nada personal, que es el precio de hacer negocios. Ha dicho que podría haber pasado con cualquiera en la butaca de consejero delegado.


—Tú harías cualquier cosa por tus niñas, ¿verdad?


Paula no entendió el cambio de conversación.


—Claro, cualquier cosa.


—Pensar que me tenías engañado… —Pedro sacudió la cabeza—. Pensé… da igual lo que pensara. Estaba equivocado. Otra vez.


—No entiendo. ¿Por qué estabas equivocado? —se quedó espantada al verlo dirigirse hacia la puerta—. ¿Por qué te vas?


—¿Y aún lo preguntas?


Pedro, dímelo. Por lo que más quieras. No entiendo qué está pasando. ¿Te marchas por una demanda a Danbury's?


Pedro extendió una mano con una llave en un llavero de oro. 


Era la llave del apartamento. Se despidió y Paula supo que era para siempre.



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