sábado, 9 de junio de 2018
THE GAME SHOW: CAPITULO 13
A medianoche, Paula abrió la puerta de su apartamento lo más silenciosamente que pudo. Podía haberse ahorrado el esfuerzo. Pedro estaba sentado en el sofá con unos pantalones cortos y una camiseta, hojeando una revista económica que ella había sacado de la biblioteca a la vez que Harvey. Tenía que devolver las dos cosas antes de que la multaran y se alegró de que Pedro estuviera despierto para recordárselo.
—Hay que devolver la revista a la biblioteca el jueves que viene. Lo mismo que la película y algunos libros infantiles. Maca te dirá cuáles.
Pedro dejó a un lado la revista.
—Claro, no nos gustaría deber dinero también a la biblioteca… —Pedro hizo un gesto de arrepentimiento, como si se hubiera dado cuenta de la vergüenza que sentía ella por la cantidad de facturas que estaban a punto de vencer—. Perdona. Eso no venía a cuento.
—Todo vale… en la guerra.
—Las niñas han pasado una buena noche —el tono era de tregua.
—Entonces, las has acostado bien…
—Sí. Chloe cayó temprano.
—¿Y Maca?
—Le dejé que viera Harvey.
Ella sonrió como si supiera lo que había pasado.
—Bueno… —añadió Pedro—. Yo también quería verla…
—El colegio empieza dentro de un par de semanas y tienes que empezar a conseguir que se acueste a las ocho y media. Es muy difícil levantarla aunque duerma mucho.
—Los niños tienen que disfrutar los veranos —Pedro se encogió de hombros—. Yo siempre los disfruté.
—Ah, por cierto. Llamó tu madre.
Pedro se puso tieso, casi rígido.
—¿Dejó algún mensaje?
—Quería saber si vas a ir al cumpleaños de tu padre el mes que viene.
Se hizo un silencio un poco abrumador.
—Pensó que yo era una asistenta —siguió Paula—. Dijo que se alegraba de que hubieras contratado a alguien y de poder hablar con una persona en vez de con una máquina.
—Lo siento.
—No me importa. Me pareció que tenía algo de razón. Yo también detesto hablar con los contestadores automáticos. ¿Tu familia sabe algo del programa?
Pedro negó con la cabeza.
—Me pareció que no tenía sentido decírselo. No hablo con ellos muy a menudo.
—Y a juzgar por el tono de tu madre, los visitas menos todavía.
Pedro la miró intensamente.
—Eso no es asunto tuyo.
—Perdona. Tienes razón.
Paula rebuscó en la bolsa de cuero que le servía de bolso y portafolios y sacó una botella de vino.
—He pensado que a lo mejor te apetecía un vaso. Tómalo como una oferta de paz.
Pedro miró la botella y luego la miró a ella, que notó que se sonrojaba ante un análisis tan directo.
—Traeré los vasos —dijo Pedro al cabo de unos segundos.
Los dos parecieron más tranquilos cuando el vino estuvo servido. Paula se puso unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas.
Se alegró de quitarse las medias y la ropa de trabajo que había tenido que ponerse otra vez después del baño.
Su ropa nueva estaba en el armario que había en la habitación de invitados de la casa de Pedro. Había discutido largo y tendido con Sylvia sobre ese asunto, pero la productora había sido inflexible. Si Paula se empeñaba en dormir todas las noches en su apartamento, tendría que ir a casa de Pedro por la mañana para prepararse para ir a trabajar, aunque fuera mucho más cómodo ir desde su propio apartamento. El viaje a casa de Pedro y a la oficina suponía una hora y media más en su ajetreado día, pero aprovechaba la tranquilidad de la limusina para repasar algunos documentos y leer algunas publicaciones económicas.
—Ya sé que no debería preguntarlo, pero, ¿cuánto cuesta una botella de éstas?
—Claro que no deberías preguntarlo —la mirada era burlona, no de reproche—. Conozco tu presupuesto. Si compras una botella como ésta, tus hijas pasarán hambre durante una semana.
Ella suspiró.
—Me lo imaginaba. Bueno, brindo por Me pongo en su lugar. Si no fuera por él programa, quizá nunca hubiera sabido cómo viven los que viven bien.
Paula estaba sentada en el sofá y alargó el brazo para brindar. Pedro estaba sentado en la butaca de enfrente y se inclinó. Los vasos chocaron y los dos dieron un sorbo antes de volver a sus posiciones normales.
—Ha sido un detalle que la trajeras. Cuando he ido a hacer la compra, no me ha quedado dinero ni para una botella de vino barato.
—Me ha parecido lo mínimo que podía hacer, al fin y al cabo, la he birlado de tu cocina. Compraré otra para reponerla —Paula sonrió maliciosamente—. Al fin y al cabo, sé que puedes permitírtelo.
—¿Te gusta mi vida?
A ella le parecía que las reuniones interminables eran mareantes; los montones de papeles, desalentadores; la toma de decisiones, agobiante… Se encogió de hombros.
—Todavía no he tenido que pedirte ayuda… —le recordó Paula.
—La llamada de Harvey no cuenta.
—Yo creo que sí.
—Podría haberlo resuelto yo solo. Sólo quería ser amable. No le caigo muy bien a Maca…
—Entonces, podríamos decir que ha sido una forma de ganarte a Maca.
—Así es.
—Así tendrías más oportunidades de poder ponerte en mi lugar.
—No tiene nada de malo.
—Entonces, la llamada cuenta.
Pedro frunció el ceño y dio un sorbo de vino.
—Ya veremos qué dice Raul cuando nos reunamos con él mañana por la mañana.
El ruido de un autobús que pasaba por la calle ahogó la conversación.
—¿Cómo puedes dormir con tanto ruido? —le preguntó Pedro.
—Suelo estar tan cansada que ni lo oigo. Además, te acostumbras. Puedes acostumbrarte a muchas cosas si tienes que hacerlo —añadió con cierta melancolía inducida por el vino.
—Algo muy interesante para que lo diga una mujer que está dispuesta a ascender en el mundo empresarial.
—Efectivamente, quiero llegar a tener un despacho en la planta más alta. Por eso acepto pasar por esto. Sé lo que es importante de verdad a largo plazo.
—Tus hijas.
—Sí. Mis hijas están en el centro de todas mis decisiones. Por eso voy a clases nocturnas para sacar el master.
—Perfecto, pero, ¿por qué aceptaste el trabajo en el almacén? Eres licenciada y no creo que eso sea un requisito para controlar las existencias.
—No, pero quería trabajar en Danbury's y cuando hice la solicitud tenía pocas alternativas. Podía trabajar en el almacén o en las plantas de ventas.
—Se te darían bien las ventas. ¿Cuánto cuesta convencer a una mujer para que se compre un vestido muy caro que no necesita? —se burló Pedro.
Ella no hizo caso de la pregunta.
—Elegí el trabajo en el almacén porque el sueldo es fijo. No puedo arriesgarme a depender de las comisiones. Tampoco puedo permitirme la ropa y los accesorios que llevan los vendedores para mejorar su imagen.
—Eres una mujer con los pies en la tierra.
Por algún motivo, eso no le pareció un halago a Paula.
—Aunque nunca llegue a consejera delegada, mis hijas podrán contar conmigo —Paula suspiró cansinamente—. Trabajaré en el almacén hasta que me jubile si así tengo un sueldo seguro.
—Algunos dirían que eso es conformismo.
Pedro lo dijo con la esperanza de volver a ver la chispa de genio en aquellos ojos oscuros. No le gustaba esa Paula cansada y que parecía derrotada. Él quería ganar, pero no quería apalear a un cachorrillo para conseguirlo.
¿Dónde estaba el perro de presa que había visto tantas veces?
—¿Conformismo…? No, es supervivencia.
Lo dijo mirando a su vaso, como si no pudiera mirarlo a la cara al reconocer eso. Luego, echó una ojeada al apartamento.
—Tengo más que la mayoría de la gente y lo agradezco, pero quiero más que esto para mis hijas.
Pedro había estado convencido de que iba a decir que quería más para ella misma, pero debería haberlo sabido.
Paula siempre pensaba única y exclusivamente en sus hijas.
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