sábado, 9 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 12





Entró en el cuarto de baño y encontró lo que estaba buscando: una bañera con hidromasaje. Estaba encastrada en el suelo y rodeada de mármol italiano por todos lados. La cabeza volvió a traicionarla. En aquella bañera cabían dos personas. Dejó la copa de vino en el borde y abrió el grifo.


El teléfono sonó cuando acababa de quitarse la última prenda de ropa. Soltó una maldición, se cubrió con una toalla y fue a contestar.


—Residencia Alfonso, dígame…


—Hola, Paula. Soy Pedro.


Se tapó mejor con la toalla, como si él pudiera verla, pero sintió un arrebato de pánico que hizo que se olvidara de todo pudor.


—¡Las niñas! ¿Ha pasado algo?


—No. Siento haberte asustado —Pedro se aclaró la garganta—. Es que no encuentro a Harvey. He buscado por todo el apartamento y no veo ni rastro de él.


Paula dejó escapar una carcajada. La preocupación había dado paso al alivio.


—Macarena dice que es su favorito —terminó Pedro.


—Sí, es un conejo.


Paula volvió al cuarto de baño con el teléfono inalámbrico, se sentó en el borde de la bañera y metió los pies, que no estaban acostumbrados a que los torturaran con zapatos de tacón.


—¿Tienes alguna idea de dónde puede estar Harvey? Ella dice que tú lo sabes —Pedro bajó la voz—. Me parece que no está dispuesta a irse a la cama sin él.


Paula dio otro sorbo de vino mientras se planteaba si le evitaba ese trance.


—¿Lo considerarías como un fallo de tu sistema?


A Paula le pareció oír un juramento en voz baja.


—No te preocupes, sólo quería hacerle un favor a la niña. En cualquier caso, está agotada.


—No sabes mucho de niños, ¿verdad?


—No hace falta ser un especialista en cuidados infantiles para querer que una niña de siete años se acueste con su peluche favorito —le espetó Pedro en un tono defensivo.


—No era una crítica, Pedro, sólo era una observación.


La conversación prometía ser larga y Paula se quitó la toalla y se metió silenciosamente en la bañera. Al menos eso era lo que querría haber hecho, pero, accidentalmente, pulsó el botón que ponía en marcha todos los chorros.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Pedro.


—Nada.


—Suena como si… ¿estás en mi bañera? —el tono era de incredulidad.


Ella ni siquiera pensó en mentirle.


—Efectivamente. Además, estoy bebiéndome una copa de tu vino francés —giró la copa entre los dedos—. ¿Te da envidia?


A ella le pareció oírle decir que tenía envidia de la bañera.


—¿Qué has dicho, Pedro?


—Nada. ¿Qué tal está?


—¿El vino o el baño?


Pedro miró el tazón de té helado que tenía en la mesa que había delante del sofá. La cara de Bugs Bunny tenía chorros de vapor condensado y él estaba a punto de cocerse, pero la idea de un baño caliente le pareció muy tentadora.


—Los… dos…


—Naturalmente, no soy una especialista en vinos franceses, pero me parece excelente y el baño… ¿qué voy a contarte…? Es el paraíso. Es posible que me quede durante la próxima hora.


—Yo nunca me he dado un baño en esa bañera.


—¿Nunca?


—No. Caben dos personas.


Ella hizo un ruido que podía ser un sorbo de vino o que expresaba que ya había comprobado la última afirmación.


—Ya me he dado cuenta.


Pedro contuvo un gruñido. Si la semana anterior una mujer atractiva le hubiera dicho eso, él habría batido todos los récords de velocidad para llegar a su casa. Sin embargo, la semana anterior él no era responsable de dos niñas pequeñas ni tenía unas cámaras que grababan todos sus pasos. Además, Paula no era solamente una mujer atractiva, era su enemiga.


—Volviendo a Harvey, ¿tienes alguna idea de dónde puedo mirar?


—¿Te gusta James Stewart?


—¿Podríamos atenernos al asunto que nos ocupa, por favor?


—Es lo que hago. Harvey es una película de James Stewart.


Pedro cayó en la cuenta.


—La del conejo invisible de dos metros y medio que sólo podía ver el personaje de James Stewart…


—Vaya, ya vas enterándote. La semana pasada la sacamos de la biblioteca pública. Maca la ha visto dos veces.


—¿Le gusta James Stewart?


—Una de las cadenas que podíamos ver antes de que la antena se estropeara emitía películas clásicas todos los domingos por la mañana.


—Tiene siete años y le gusta James Stewart…


A los siete años, una niña debería ver dibujos animados, pero no se lo dijo a Paula. Le había parecido, por el tono de voz, que ya se sentía bastante culpable por la madurez prematura de su hija.


—Sólo intenta no irse a la cama —le explicó ella.


—Pero estaba llorando con lágrimas de verdad —le replicó él convencido de que ella estaba equivocada.


Pedro las había visto caer por las mejillas de Maca y había sentido un espanto como no había sentido nunca en su vida.


—Todos los niños saben soltar unas lágrimas, Pedro. Te lo aseguro, a la edad de Chloe ya son maestros en el arte de fingir. Bueno, si eso es todo, me gustaría seguir con el baño antes de que se me enfríe el agua.


Pedro oyó otra vez los chorros justo antes de que se cortara la línea y decidió que Maca no era la única que disfrutaba jugando con sus sentimientos



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