sábado, 30 de junio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 16





Pedro aparcó su coche junto al de Paula. Pensó con asombro que habían pasado menos de cuarenta y ocho horas desde que había hecho ese mismo gesto, y era muy poco tiempo para todo lo que estaba pasando entre ellos.


Sacó del coche la bolsa en la que había puesto el almuerzo para Paula y para él. La comida no era la mejor oferta de paz por cómo había dejado que la tentación lo envolviera la noche anterior, pero era todo lo que podía ofrecer.


Entró en la casa, que estaba en silencio. Se dirigió a la cocina, donde Alejandra había agrupado todas las plantas, y después de dejar allí la comida, comprobó que la tierra de las macetas acababa de ser regada.


—¿Paula? —la llamó—. ¿Estás aquí?


Al entrar en el salón vio el maletín y algunos papeles dispersos sobre la mesa. Les echó una mirada y se acercó a los ventanales del salón, comprobando que no estaban cerrados con llave. Paula debía de estar en el lago. Aunque sintió una punzada de culpabilidad en la conciencia, volvió a los papeles que acababa de ver.


Sabía que antes del tórrido encuentro que había tenido con Paula la noche anterior, ella había querido usar el ordenador, igual que sabía que no había vuelto al pueblo simplemente para hacer una visita. Lo que estaba haciendo exactamente... eso no lo sabía.


Sin agarrar los papeles, leyó los apuntes un par de veces. Aquellos nombres no significaban nada para él, lo que no era ninguna sorpresa. 


Sin embargo, las cantidades de millones de dólares marcadas con signos de interrogación y el encabezamiento de «Clientes misteriosos» que Paula había escrito fueron suficientes para que se formulara algunas preguntas.


Se arrepintió de no haberle preguntado a Esteban qué había estado haciendo exactamente Paula durante aquellos años. Se había temido que la respuesta hubiera caído en la categoría de «más de lo mismo», de una princesa mimada que usaba a la gente, y había querido pensar mejor de ella. Pero ahora que había pasado algo de tiempo con ella, no podía imaginarse que siguiera yendo de fiesta en fiesta y de crisis en crisis. De hecho, casi podía decir que Paula era una persona madura.


Sonrió al recordar el calor y la excitación de la noche anterior. Sí. Casi madura.


Entonces, ¿qué estaba haciendo que tuviera que ver con clientes misteriosos y con las cantidades de dinero que había anotado? 


Evidentemente, lo mejor era preguntárselo, pero tendría que hacerlo de manera que no empezara con «estaba leyendo algunos papeles que no debería haber leído...» Pero como no se le ocurría nada, supuso que improvisaría algo cuando estuviera más cerca de ella... un lugar en el que realmente le estaba gustando estar.


Agarró la comida que había dejado en la cocina y se dirigió a las dunas que llevaban al lago. Al llegar a la última duna vio a Paula cerca del agua, donde la arena era algo más dura. Tenía el cabello mojado y peinado hacia atrás, como si hubiera estado nadando, y llevaba un biquini rojo lo suficientemente provocativo como para enardecerlo.


Se rió al darse cuenta de que la toalla sobre la que estaba echada la había visto por última vez en su armario aquella misma mañana. Esa mujer tenía un don para apropiarse de todo lo que la rodeaba.


Mientras se acercaba, ella lo vio. Se hizo una visera con la mano para protegerse los ojos del sol y, al comprobar que era él, agarró rápidamente una tela y se la ató a la cintura. 


Pedro la vio incorporarse y colocarse la prenda para que le tapara las cicatrices que los dos sabían que había tenido durante años. Ella puso la mano derecha sobre la vieja herida y lo saludó con la izquierda.


Pedro se le encogió el corazón al ver aquel gesto de vulnerabilidad. Ella siempre se había esforzado por parecer impermeable ante las opiniones de los demás. Y él siempre se había sentido un poco triste al ver que ella tenía que ser tan perfecta.


—Hola —le dijo ella cuando Pedro se acercó—. Estás demasiado vestido para venir a la playa, ¿no?


Pedro le tendió la bolsa del almuerzo.


—Estoy en el descanso de la comida. Te vi salir de la biblioteca y supuse que estarías aquí, así que he traído algo de comer.


Paula dio unas palmaditas a la toalla, junto a ella.


—Siéntate.


Mientras sacaba un recipiente con ensalada de pasta y otro con macedonia, Pedro pensaba en la mejor manera de preguntarle en qué estaba metida. Paula agarró la ensalada de pasta.


—¡Carbohidratos! ¡Maravillosos carbohidratos! —exclamó Paula. Tomó el tenedor de plástico que él le ofrecía y lo hundió en la pasta—. No hay nada mejor que los carbohidratos para el estrés —dijo con la boca llena.


—¿Estás estresada? —preguntó Pedro. Ella asintió con la cabeza.


—Al máximo.


Pedro aprovechó la oportunidad que le acababa de dar para abordar el tema.


—¿Qué te ocurre?


Ella dudó antes de hablar.


—Creía que no estaba preparada para hablar de esto, pero supongo que lo estoy. Lo que ocurrio anoche me asustó, Pedro.


—¿Lo único que te preocupa es lo que ocurrio anoche? ¿No hay nada más?


Ella volvió a cargar el tenedor y siguió hablando como si no lo hubiera oído.


—Nos hemos besado dos veces en tres años, y en las dos he terminado comportándome como una especie de... no sé... reina del porno. Debes de tener alguna de estas dos opiniones de mí: que soy fácil o que estoy loca.


Pedro no tenía una respuesta clara para eso, pero sabía que no tenía nada que ver con reinas del porno.


—No reacciono así con todos los hombres, ¿sabes? Sólo contigo, y no sé por qué. Quiero decir, eres atractivo y todo eso, pero no puede decirse que hayamos sido los mejores amigos.


Pedro frunció el ceño.


—Yo siempre me he sentido muy amigable hacia ti —lo que era lo mismo que decir que la playa sobre la que estaban tenía sólo dos granos de arena.


Ella se encogió de hombros y tomó algo más de pasta.


—¿Crees que podrías compartir eso conmigo? —preguntó Pedro, señalando la ensalada de pasta.


—Claro —respondió ella, poniendo el recipiente entre los dos—. No estoy segura de cuánto tiempo más voy a estar en la ciudad. Podrían ser sólo unos pocos días si las cosas se solucionan pero, en cualquier caso... me gustaría quedarme en tu casa.


—Sí, me gustaría —contestó él. También le agradaba la posibilidad de saber lo que estaba pasando con Paula, una tarea que le resultaría más fácil si estaban bajo el mismo techo—. Quédate el tiempo que necesites.


—Gracias —contestó sonriendo.


—¿Y qué cosas tienen que solucionarse?


—Asuntos de trabajo.


—Así que tienes otro trabajo aparte de secuestrar doncellas y cocineros...


—Claro que sí. Ser la oveja negra de los Chaves no se paga muy bien. Después de trabajar como agentes inmobiliarios para terceros, una amiga y yo conseguimos nuestras propias licencias y nos establecimos por nuestra cuenta hace un par de años —dijo Paula—. Tenemos una pequeña agencia en la zona de Miami, especializada en propiedades de lujo.


—Eso te pega, princesa.


Paula sonrió.


—Es cierto. Me ha llevado algún tiempo encontrar mi lugar, pero ahí estoy.


—Cuéntame más sobre lo que haces.


Paula cambió ligeramente de postura, teniendo cuidado de mantener tapada la cicatriz.


—Es aburrido, a menos que seas otro agente inmobiliario.


—No puede ser peor que algunas cosas que he estudiado en la Facultad de Derecho.


—Me gustaría dejar mi vida de Florida en Florida.


—No estás casada ni nada por el estilo, ¿no?


Ella puso los ojos en blanco.


—Me considero afortunada si tengo una cita cada tres meses.


Aunque le pareció egoísta a Pedro le gustó cómo sonó aquello. Pero no sintió la misma emoción al darse cuenta de que podía aplicarse las mismas estadísticas.


—¿No podríamos tornarnos estos días de otra forma? ¿Con pocas preguntas y algo de diversión? —preguntó ella.


Aquélla era una evasión masculina, una que él había usado en varias ocasiones. Nunca se habría imaginado que estaría al otro lado, y no le gustaba demasiado.


—Claro —dijo, igual que le habían dicho antes a él algunas mujeres, aunque fuera mentira.


Porque sabía que Paula merecía algo más que sólo sexo, pero si era lo que ella quería, se lo daría. Tampoco podía decirse que él fuera a sufrir en el proceso...


Paula lo miró directamente a los ojos.


—Me parece evidente que vamos a terminar lo que empezamos anoche, así que vamos a dejar algunas cosas claras, ahora que aún podemos pensar con claridad. No estoy tomando la píldora, así que vas a tener que usar protección. 
De todas formas, lo habría esperado de ti. Y también espero que me digas que no tienes ningún problema de salud... ya sabes lo que quiero decir.


Pedro asintió con la cabeza.


—Sí a todo lo que has dicho.


Ella se relajó un poco.


—Lo mismo digo.


Pedro le tomó la mano y se la llevó a la boca para darle un ligera beso.


—Ahora que hemos dejado eso claro, tengo que decirte que esta noche tengo clase en East Lansing. Me iré a las tres y probablemente no regresaré hasta medianoche. Así que, a menos que quieras... —señaló la toalla sobre la que estaban sentados.


Paula se rió.


—Vamos a ver... podría hacer el amor con un agente de policía a pleno día en la playa con un montón de gente alrededor o podría terminar de comer carbohidratos y esperar a estar en una cama de verdad contigo —se inclinó hacia delante y lo besó en los labios—. Odio decirte que ganan los carbohidratos y la cama. ¿Crees que podrás esperar?


Podría, pero iba a ser una verdadera tortura... Pedro le echó una mirada a su reloj y se levantó.


—Mi descanso para comer se ha terminado. Te dejo con tus carbohidratos. Y no te metas en problemas, ¿de acuerdo?


—Mis días de chica mala ya se han terminado —contestó con sinceridad.


Por su propio bien, al igual que por el de Paula, Pedro esperaba que fuera verdad.




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