sábado, 30 de junio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 17




Paula apagó el ordenador de Pedro y miró el reloj. Ni siquiera eran las nueve y media, así que aún quedaban horas antes de que Pedro regresara. Paula se levantó y se estiró para aliviar la tensión de los músculos.


Se sentía un poco culpable por usar su ordenador para la búsqueda que estaba realizando; pero había decidido vivir con la teoría de que, lo que Pedro no sabía, no le haría daño.


Estaba convencida de que podía cuidar de sí misma mientras el detective privado hacía su trabajo. Pedro no tenía por qué verse involucrado, y ella no necesitaba que él fuera testigo de otra de sus catástrofes. Al día siguiente llamaría a Claudio, le contaría sus sospechas y le daría la lista de nombres de los clientes misteriosos. Deseaba poder tener algo más concreto que sospechas, pero los informes mensuales que acababa de revisar no le habían aportado nada que pudiera relacionar con los nombres o con las sumas de dinero de los clientes.


Y ahora que había terminado con los negocios, era el momento de prepararse para el placer... 


Se asomó al dormitorio de Pedro y sacudió la cabeza al ver los montones de libros y revistas.


No era una zona catastrófica, pero estaba lejos de ser el escenario de seducción que ella quería.


Paula tomó algunos libros y revistas. Pedro era un hombre de inquietudes. Había revistas de deportes, de temas actuales y de derecho. Se sentía como una mirona aprendiendo cosas de él de aquella manera, pero estaba dispuesta a aprovechar todo lo que pudiera.


Almacenó los libros y las revistas sobre el montón de zapatos que había en el suelo del armario de Pedro, y casi no logró cerrar la puerta antes de que el desastre amenazara con salir al exterior. Mientras se dirigía al salón para recoger los artículos que había comprado como preparación para aquella noche, tuvo que admitir que el deseo que sentía por Pedro no había comenzado hacía un par de días. Lo había deseado siempre. Cuando era una adolescente, sus primeros chispazos de curiosidad sexual habían estado centrados en él. Y ahora, como mujer, pensaba actuar en consecuencia.


De vuelta en el dormitorio metió la mano en la bolsa y sacó uno de los artículos que había comprado. Abrió la botella de aceite para masajes y la olió.


—Perfecto.


La dejó en la mesilla de noche, junto con las pequeñas velas aromáticas en sus soportes de cristal.


Había puesto sobre la mesilla la caja de preservativos que había encontrado en un cajón y estaba ahuecando las almohadas y doblando el edredón cuando sonó el teléfono. Al principio pensó en dejarlo sonar, pero luego recordó que el teléfono de la cocina no tenía contestador automático, y aquél otro, tampoco.


¿Y si era Pedro el que llamaba? ¿Y si iba a llegar más tarde, o se había quedado sin gasolina? Al cuarto timbrazo, decidió contestar.


—Residencia Alfonso —dijo.


Después de un corto silencio, oyó una voz de mujer.


—¿Es la casa de Pedro Alfonso? —parecía confusa o sorprendida.


—Sí.


—Y... eh... ¿está Pedro?


Paula intentó mantener a raya su propia curiosidad.


—No, lo siento, no está disponible. ¿Quieres dejarle un mensaje?


—¿Quién eres? —preguntó la mujer.


Paula no sintió ganas de compartir ninguna información con ella.


—Una amiga de Pedro. ¿Y tú?


—Bety.


—Bety —repitió Paula—. ¿No quieres que le diga nada?


—Yo..., espera, hoy tenía clase por la noche, ¿no? No puedo creer que me haya olvidado.


Muy bien, así que estaba al tanto de los horarios de Pedro. Pero eso no significaba que tuvieran una relación íntima...


—¿Le digo que te llame cuando vuelva?


—Por supuesto. Dile que se trata de algo que llevaba tiempo esperando.


—¿Tiene tu número de teléfono? —preguntó Paula.


Bety se rió.


—No te preocupes, lo tiene.


Se despidieron y Paula colgó, preguntándose quién sería Bety. No estaba exactamente celosa; sabía que Pedro no tenía novia formal. Era un hombre honesto y no le hubiera permitido quedarse en su casa si la tuviera... menos aún la habría tocado como lo había hecho la noche anterior.


Aun así, Paula se sintió inquieta. Pedro tenía toda una vida de la que ella sabía poco. Y no podía preguntarle, ya que ella no estaba muy dispuesta a compartir detalles de su propia vida.


Había planeado esperarlo en su cama, pero cambió de opinión. Se puso el camisón dorado y decidió esperarlo en el sofá. Al menos ese lugar era suyo.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario