¿Un psiquiatra? ¿Sería verdad? «Claro que es verdad. Se comporta y habla como un psiquiatra. ¡Observa, comenta y juzga!»
Sí, era un psiquiatra. «¡Y ahora, debo estar mal de la cabeza porque me preocupo por mi madre!»
«Muy bien, pues si crees que me voy a tragar toda esa basura, doctor Pedro Alfonso, estás muy equivocado. No tengo intención de descuidar a mi madre sólo porque a ti te parezca que es lo que debo hacer. Y si necesitara que alguien me dijera cómo vivir mi vida, no lo aceptaría de alguien que no sabe vivir la suya.
¿Por qué tanto secreto respecto a tu profesión? ¿Por qué no te preocupas de tus propios complejos de culpa y dejas los míos en paz?»
«De hecho, voy a cuidar más de mi madre de lo que he estado haciendo hasta ahora. Últimamente, he estado tan absorta en mi profesión que he descuidado a Alicia».
Paula decidió reducir sus viajes a Nueva York e ir a una agencia para contratar a una empleada de hogar. Después, reorganizaría su horario de trabajo para pasar más tiempo con Alicia. ¡Y no permitiría que nadie la distrajera!
Su determinación cayó por los suelos cuando, dos días después de haber llevado a Alicia a casa desde el hospital, abrió la puerta y se encontró delante a Pedro. Esa sonrisa… esos ojos que la miraban tan tiernamente… ¡Tan analíticamente!
—Hola, Pedro —consiguió mantener la voz fría y distante—. Encantada de volverte a ver. Sin embargo, me temo que has llegado en un mal momento, estoy muy ocupada.
—Sí, eso imaginaba. En realidad, he venido a ver a Alicia —Pedro entró en el vestíbulo—. ¿Cómo está?
—Muy bien. Gracias y adiós.
—Quería verla un rato y…
—¡No! —Paula, consciente de que su madre estaba en el cuarto de estar, bajó la voz—. Sé perfectamente lo que opinas de mi madre y no voy a permitir que le des un disgusto.
—¿Haría yo una cosa así? —preguntó Pedro en el mismo tono de voz bajo—. Me dijiste que cualquier disgusto podría…
—Escucha, vete, ¿de acuerdo? Y, por favor, no hagas ruido.
—Paula, estás enfadada por lo que te dije la otra noche. Siento haber sido tan poco delicado. Estaba algo equivocado, ya me he dado cuenta de ello. Tú conoces a tu madre mejor que yo y…
—Paula, querida, ¿quién es? —gritó Alicia.
Antes de que Paula pudiera responder, lo hizo Pedro.
—Soy yo, Alicia, Pedro. He venido a ver cómo estabas. ¿Cómo te encuentras?
—Oh, Pedro, querido. Entra y ve cómo están tus rosas. Fuiste muy amable al enviarlas, me han animado mucho.
Pedro pasó por delante de Paula mirándola con expresión inocente. Paula echaba chispas.
Angustiada, lo siguió al cuarto de estar.
—Alicia, qué alegría verte tan bien. Estás tan guapa como siempre, y eso que el otro día lo pasaste fatal.
—Sí, es verdad, pero intento que eso no me deprima. Oh, Pedro, me alegro mucho de que hayas venido. Quería pedirte si podías sustituir a Leonard mañana por la tarde.
—Sí, por supuesto, será un placer. Y a propósito del bridge, Alicia, ¿has visto la partida de hoy en el periódico?
—Claro que sí, es lo primero que leo todas las mañanas.
—En ese caso, ¿te importaría explicarme el porqué de la apuesta del Norte? —entonces, Pedro miró a Paula—. Oye, Paula, no te preocupes por nosotros, sé lo ocupada que estás. Sólo voy a quedarme un rato con Alicia y luego me marcharé.
—Bueno, yo… —Paula vaciló unos momentos, insegura e incómoda.
Y enfadada.
¿Qué estaba tramando Pedro?
—Pedro, ésa era la única apuesta que podía hacer el Norte, ¿es que no lo ves? —Alicia tomó el periódico y le hizo mirar la página—. Tiene cuatro picas y…
Pedro jugó al bridge con el grupo al día siguiente y fue a visitar tres veces más a Alicia aquella semana. Las dos primeras, no vio a Paula; por el contrario, le abrió la puerta una mujer con aspecto de matrona a quien Alicia presentó como la señora McGinnis, la nueva encargada de la casa.
Estupendo, pensó Pedro, Paula se había dado cuenta por fin de que no podía hacerlo todo ella sola. Pero tenía sus inconvenientes, significaba no ver a Paula y cinco días sin verla eran demasiados días; sobre todo, después de haberse despedido enfadados. Lo mejor sería convencer a Paula para que cenase con él, pensó de camino a su tercera visita a Alicia.
Esta vez tuvo suerte, Paula le abrió la puerta. Su Paula, con el cabello revuelto, un jersey viejo y descalza. Paula no le dijo nada, pero su expresión indicaba que se alegraba de verlo.
—Paula… Paula —Pedro alzó la mano para agarrarle la barbilla.
En ese momento, se oyeron unas carcajadas procedentes del cuarto de estar y Paula se apartó de él al recordar que había otras personas.
—Entra. El señor Spencer está aquí y me gustaría presentártelo.
Pedro la siguió al cuarto de estar, donde estaban Alicia y el mismísimo Bruno Spencer. Tenía todo el aspecto de un trepador, pensó Pedro, y el atractivo salvaje que atraía a la mayoría de las mujeres.
—Creo que ya nos hemos visto —le dijo Spencer—. Usted es el amigo de la familia que me presentó Paula en el restaurante de Sacramento.
—Sí. ¿Qué tal?
Tras una breve charla, Pedro se enteró de que Spencer había pasado una semana en Hawai y que, de repente, había decidido pasar por California.
—Para hacerle una visita a mi nueva socia —aclaró Spencer sonriendo a Paula—. Y, desde luego, la he sorprendido trabajando mucho.
«Y, desde luego, has disfrutado viéndola trabajando», pensó Pedro celoso al ver la forma como Spencer miraba a Paula.
—Y ahora, querida —dijo Spencer al tiempo que se ponía en pie, dirigiéndose sólo a Paula—, ¿no vas a enseñarme el sitio donde creas esos magníficos diseños?
—Sí, claro. Por favor, discúlpanos —Paula lanzó a Pedro una fugaz mirada y, entonces, se volvió a Spencer—. Ven, sígueme.
Pedro siguió a Paula con la mirada y los vio desaparecer. Le sorprendió la furia que lo invadió. Siempre se había enorgullecido de poder controlar sus sentimientos y, desde luego, no era machista. ¡Pero ningún hombre tenía derecho a mirar a Paula así! Ningún otro hombre tenía derecho a… De repente, quiso subir al ático y tomar a Paula en brazos y…
—Pedro, no me estás escuchando.
Vagamente, se dio cuenta de que Alicia requería su atención. Además, no podía hacer lo que quería. Aunque se entregara a sus instintos más básicos, Paula pronto volvería a ver cómo estaba su madre.
Lo primero era lo primero, se dijo a sí mismo. No sabía aún cómo, pero tenía que despertar el sentido de independencia en Alicia, aunque sabía que iba a ser una labor gigantesca.
—Si pudiera conseguir interesarla en algo productivo… -le dijo a Richard el día siguiente por la tarde en el jardín posterior de la casa.
—Yo quiero inculcar a mis hijos sentido de la responsabilidad —comentó Richard observando el césped recién cortado. No creo que sea mucho pedir a un chico de doce años que corte el césped.
—Pero lo único que le interesa, además de sí misma, es el bridge.
—Por otra parte —continuó Richard—, el jardinero no rompería los aspersores y, si lo hiciera, los reemplazaría. En fin, supongo que tendré que hacerlo yo.
Richard se agachó para recoger la cabeza de un aspersor.
—No, no, no —le dijo Pedro agachándose a su lado—. Deja que lo haga yo, no puedo permitir que te estropees esas manos que valen un millón de dólares. Además, si quieres inculcarles sentido de la responsabilidad… ¡Eh, chicos, venid aquí!
Pedro llamó a los muchachos que estaban jugando al baloncesto en el otro extremo del jardín.
—¿A cuál de los dos le tocaba cortar el césped?
—A mí —respondió Dario—, pero ya lo he hecho.
—En ese caso, aún te queda algo por hacer. Tráeme la llave inglesa —cuando el chico regresó con la herramienta, Pedro le indicó la cabeza del aspersor—. Uno no termina el trabajo hasta que no ha reparado los daños causados durante el proceso.
—Yo no sé arreglar la cabeza de un aspersor —protestó Dario.
—Pues aprende. Mira, fíjate.
Pedro se arrodilló para hacerle una demostración.
—Hay otro aspersor allí —les recordó Richard cuando hubieron terminado.
—Yo lo arreglo, ya sé cómo. Puedo hacerlo yo solo —gritó Dario.
El chico arregló la cabeza del aspersor y volvió a su juego orgulloso de sí mismo.
—El sentimiento de logro es lo que genera sentido de la responsabilidad —le dijo Pedro a Richard cuando los dos se sentaron en la terraza —. Y ahora, ¿qué demonios podría lograr Alicia Chaves?
—No me vengas con tus problemas —le dijo Richard tomando el periódico—, yo ya tengo bastante con los míos. Al marido de Ruth Carter le han mandado a trabajar a otra ciudad y nos deja.
—No creo que Alicia haya logrado nada en su vida.
—Ha trabajado cinco años con nosotros y conoce a todos los pacientes que vienen a la clínica.
—Creo que Alicia jamás se ha sentido responsable de nada ni de nadie.
—La mejor recepcionista que hemos tenido nunca. No sé cómo vamos a sustituirla.
—¿Recepcionista? ¿Sustituirla? —Pedro se incorporó en su asiento.
Richard dejó su periódico.
—No, ni hablar.
—Alicia sería la recepcionista perfecta. Es bonita, encantadora y…
—¿Bonita y encantadora? ¿Estás hablando de esa mujer a la que has acusado de irresponsable, absorta en sí misma, vaga…?
—Atributos que no le restan ni encanto ni belleza. Tus pacientes se animarían sólo con verla.
—¿Dependiente e incapaz?
—¿Es que no te das cuenta? Una vez que tenga cierta responsabilidad, comenzará a tener un sentido del logro, lo que hará maravillas en ella.
—Lo siento, pero no somos una institución de caridad —Richard volvió a tomar su periódico.
—Escucha, si tienes que sustituir a tu recepcionista…
—No. Mis empleados son competentes. Una mujer sin experiencia en…
—¿Cuánta experiencia se necesita para contestar el teléfono e indicarle a la gente la puerta por la que tienen que entrar?
Pedro se dio cuenta de que se le acababa de presentar una oportunidad magnífica, aquel era un trabajo que Alicia podía realizar. Continuó con su causa y, cuando Lisa apareció en la terraza con una bandeja en la que había vasos y una jarra de té con hielo, Richard estaba cediendo.
—Oh, Pedro, Cristal Morris ha llamado —dijo Lisa—. Está arreglando una cita para que os reunáis los dos con tu editor en Nueva York con el fin de hablar de la campaña de promoción del libro. No te olvides de llamarlo.
—Está bien —respondió Pedro ausentemente.
Richard había accedido. Ahora, sólo le quedaba convencer a Alicia.
—Y se nos ha ocurrido otra idea —continuó Lisa. Tan pronto como la última revisión esté aprobada, a Crystal le parece que Richard y yo deberíamos dar una fiesta para anunciar el libro y darle publicidad antes de su publicación. Será una fiesta elegante, así que podré ponerme ese vestido maravilloso de encaje que me regalaste, Pedro. ¿No te parece una buena idea, Richard?
—Sí, estupenda, si es que significa que va a acabar el libro, a marcharse a casa y nos va a dejar en paz de una vez.
—Richard, sabes perfectamente que te encanta estar con mi hermano —Lisa se acercó a su marido y le acarició el cabello.
—A tu hermano puedo tolerarlo, lo que me molesta es su vida amorosa, no hace más que conspirar. ¿Por qué no mete a la chica en una maleta y se la lleva a Inglaterra?
—No creas que no se me ha ocurrido, pero no saldría bien —dijo Pedro sonriendo maliciosamente—. Pero este plan sí que puede funcionar. Gracias, cuñado.
****
—Alicia, ¿qué estás haciendo?
—Ver que me voy a poner mañana para ir a trabajar.
—¿A trabajar? ¿Qué estás diciendo?
—Sabía que te sorprendería - Alicia esbozó una sonrisa radiante—. Tengo un trabajo.
—Alicia, no has trabajado en tu vida. ¿De qué demonios estás hablando? Quiero decir que… ¿cómo has conseguido un trabajo?
—¿Qué te parece éste, querida? -Alicia se puso por delante un vestido de punto de color verde pálido y se miró en el espejo—. Creo que me sienta bien a los ojos. Pedro dice que es importante que me ponga guapa.
—¿Pedro? ¿Qué tiene él que ver con el trabajo?
—Verás, en realidad, le estoy haciendo un favor. Su primo… no, creo que es su tío… bueno, ese médico que te operó de los ojos, Paula… A propósito, ¿sabías que es pariente de Pedro? Por cierto, no sabía que era tan guapo y tan agradable. En fin, me ha contratado.
Paula miró a su madre estupefacta.
—¿Cómo se llama, Hardy? No, creo que se llama Hartley. En fin, Pedro me dijo que estaba desesperado porque la recepcionista los dejaba. Es difícil encontrar a una sustituía porque es un trabajo de responsabilidad, ¿sabes? Y Pedro me dijo que necesitaban a una mujer atractiva y con encanto que supiera tratar a los clientes. Y Pedro, por supuesto, pensó en mí inmediatamente. Así que empiezo mañana.
—¡Pero Alicia, jamás has trabajado! Y no necesitas hacerlo, no necesitamos el dinero.
—Lo sé, querida. Ya te lo he dicho, le estoy haciendo un favor a Pedro. Por lo visto, su primo ha sido muy amable con él y… En fin, Pedro ha sido también muy bueno con nosotras y a mí me ha hecho el favor de venir a jugar cuando necesitábamos un sustituto. No he podido negarme. Quizá debería ponerme algo azul, ¿qué te parece éste?
—Espera un momento, Alicia. Ven, siéntate y charlemos —Paula hizo que su madre se sentara en un sillón y se arrodilló a sus pies—. Escucha, no estoy segura de que trabajar sea bueno para ti. Ya sé que te sientes mejor, pero recuerda lo que el doctor Davison te dijo sobre la tensión nerviosa. Además, con tus alergias…
—Exactamente, Pedro ha dicho que…
—¡Por el amor de Dios, estoy harta de oír hablar de Pedro!
—¿Qué te ocurre, querida?
—Nada. Está bien, continúa, ¿qué te ha dicho Pedro?
—Que es el lugar idóneo para que yo trabaje. Como sabes, es un complejo médico. Hay seis… no, ocho médicos. Bueno, no estoy segura de cuántos, pero también hay un otorrinolaringólogo, y un especialista en alergias. Pedro dice que estaré allí más segura que en casa.
—¿Y dónde es exactamente?
—En el centro médico de Hardy… no en el centro médico Harkness, y está en Fair Oaks. Y la señora McGinnis me va a llevar y va a ir a recogerme todos los días al trabajo. Quizá este vestido, el azul, es el mejor para ir a trabajar el primer día. ¿Qué te parece, querida?
****
—Supongo que por eso es por lo que has estado manipulando a mi madre para…
—¿Manipulando a tu madre?
—¡Sí! Oh, Pedro, ¿cómo has podido hacer eso? Alicia no ha trabajado en su vida. Y ahora que no se encuentra bien…
—Tranquilízate, Paula, un trabajo es lo mejor que le puede pasar a tu madre. Necesita darse cuenta de que puede cuidar de sí misma.
—No necesita esa tensión nerviosa. Yo soy perfectamente capaz de cuidar de ella.
—Oh, encanto, ¿es que no te das cuenta? Alicia necesita responsabilidad, necesita pensar en algo que no sea en sí misma, sentirse…
—Pedro, por favor, deja tu psiquiatría para tus clientes. ¡Yo no soy uno de ellos y tampoco lo es mi madre!
—Paula, tengo un cheque tuyo por quinientos dólares.
—Sabes perfectamente por qué ese cheque. ¡Y sabes que no es por un tratamiento psiquiátrico! Mi madre no es un conejillo de indias, ¿por qué no la dejas en paz?
—Por favor, Paula, me preocupo por tu madre, en serio. Y también me preocupo por ti. Sólo estoy haciendo lo que creo mejor para…
—¡La misma historia otra vez! ¡Lo que tú crees que es lo mejor! Te lo advierto, Pedro, si no dejas a mi madre en paz, voy a denunciarte.
—Vamos, Paula.
La risa de Pedro le resultó tan irritante que colgó el teléfono. Ese hombre era imposible.
«Si le pasa algo a Alicia, si se pone enferma, no seré responsable de lo que te haga. ¡Así que ten cuidado conmigo, Pedro Alfonso!»
Me encanta cómo Pedro trata de solucionar los problemas de los demás. Pero... Y los suyos? Está muy buena esta historia.
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