sábado, 23 de junio de 2018

AT FIRST SIGHT: CAPITULO 21




Volvieron a meterse en el coche y fueron de un sitio para otro. A Pedro le sorprendió la variedad de flores silvestres y de arbustos que había en las rocas al pie de la sierra. Alrededor de las dos de la tarde, Pedro anunció que se estaba muriendo de hambre y volvieron a la autovía para buscar algún puesto de hamburguesas.


—Después del almuerzo, sólo quiero ir a un sitio más —le dijo Paula mientras, hambrienta, comía patatas fritas—. Quiero ir al río Oso. Deber llevar poca agua ahora y, en el fondo, hay guijarros muy bonitos.


De nuevo, volvieron a las colinas para buscar el río.


—¿Ése es el río? —preguntó él contemplando lo que parecía un arroyo.


—¡Sí, ése es! —gritó ella—. En un mes, el agua subirá hasta aquí.


Bajaron a la arenosa orilla, que con el tiempo quedaría cubierta por las aguas, y extendieron la manta. Paula tenía razón respecto a las piedras, eran del tamaño de las uvas, erosionadas y suaves, y de todos los colores. Parecían un mosaico en el lecho del río.


—¿No vas a pintarlas? —le preguntó Pedro después de que Paula se quitara las playeras, se subiera los vaqueros hasta las rodillas y se metiera en el agua. Ella negó con la cabeza.


—Ah, si ha llegado la hora de jugar… —Pedro sonrió maliciosamente y también se quitó los zapatos y se subió los pantalones.


—No estoy jugando. Quiero recoger… ¡Ay!


En ese momento, Paula se tropezó, cayó hacia atrás y se quedó sentada en el río, quedándole el agua a la altura de la cintura.


—¡Oh, encanto, lo siento! ¿Te has hecho daño? —le preguntó Pedro mientras le tendía la mano para ayudarla a levantarse.


—No, pero… ¡Oh, me he mojado toda!


Pedro se echó a reír, pero no por mucho tiempo. 


De repente, contuvo la respiración al contemplarla. Paula tenía sus negros cabellos revueltos y una mancha de pintura en la mejilla.


Parecía un mozalbete travieso, y Pedro se dio cuenta de que jamás había deseado a una mujer tanto como a ella.


Agarrándole la mano, la levantó y la estrechó contra sí. La besó el cabello con abandono. La besó la sien y los párpados. Por fin, capturó su boca con posesividad.


—Oh, Paula, Paula —murmuró Pedro enterrando el rostro en su cuello.


Tenía la piel cálida y suave, y olía a agua y a tierra mojada. Casi involuntariamente, deslizó las manos por debajo del jersey de Paula para acariciar su piel satinada y las curvas de sus senos. Ella lanzó un ahogado gemido y se apretó contra él rodeándolo con los brazos, intentando fundirse con él.


Pedro se estremeció de pasión y se oyó gemir a sí mismo. Con un rápido movimiento, la tomó en brazos y la llevó hacia la arena. El quedo grito de protesta de Paula le hizo detenerse.


—¡No! —fue un susurro contra ahogado por el pecho de él en contradicción con la voluptuosa respuesta del cuerpo de Paula, que se rendía a él temblando. Los brazos de ella le rodeaban el cuello y le acariciaban el cabello con frenesí.


—¿No? —preguntó Pedro bajando el rostro para poder mirarla a la cara.


Paula no repitió su negación, sus enormes ojos azules lo miraban con una pasión más allá de su control.


Pero Pedro se dio cuenta de las dudas de ella, de su temor; y aquella súplica fue más fuerte que su deseo sexual. Así era Paula. Aquello no era algo sin importancia que podía ser consumado impulsivamente a la orilla de un río y tenía que darle tiempo para que lo supiera. Más tarde, cuando él pudiera hablar con calma y racionalmente, hablarían. Ahora, lo único que podía hacer era soltarla.


Lentamente y con desgana, Pedro la bajó al suelo, pero no pudo evitar besarla una vez más antes de dejarla apartarse de él.


Paula sintió un gran alivio cuando sus pies tocaron tierra, pero también una sobrecogedora desilusión. Era como si, de repente, se encontrase abandonada. La intensidad de su deseo la había dejado atónita y, por eso había querido liberarse.


¡Pero no quería liberarse! Incluso ahora, mientras veía a Pedro en la orilla de la playa con las manos en los bolsillos y aspecto tranquilo y relajado, sentía sus brazos como si aún la estuvieran acariciando.


Avergonzada y confusa por lo que sentía, Paula intentó tranquilizarse, intentó pensar… Las piedras, necesitaba llevarse algunas para copiar sus colores. Se agachó y se puso a recoger piedras, pero pronto se dio por vencida y tiró las pocas que había recogido.


Paula se sentó en la manta con la sensación de que la habían rechazado y abandonado. Durante unos momentos, había creído que Pedro se había visto presa de la misma pasión que ella, algo nuevo y extraño que… Pero no, eso no debía ser nuevo para él, Pedro debía conocer a muchas mujeres, a mujeres que sabían cómo complacer a un hombre.


—Paula, tenemos que hablar.


Ella alzó la cabeza a tiempo de verlo sentarse a su lado.


—Hay algunas cosas que tienes que saber sobre mí.


—¡No, no!


—¿No? ¿No quieres saber nada sobre mí?


Paula sacudió la cabeza. Lo único que quería era que la besara, que la abrazara…


—Mi hermana… Lisa me ha dicho que tú…


Paula le tapó la boca con la mano. Pedro iba a hablarle del cheque, de cosas sin importancia.


—Paula, quiero que pienses un momento —le dijo Pedro apartándole la mano y besándosela—. Bueno, no sólo en este momento, sino…


Pero Pedro se interrumpió, conteniendo la respiración, cuando ella le acarició los labios con los dedos. Después, Paula le acarició el rostro…


—¡Oh, Paula, me estás volviendo loco!


Pedro la estrechó en sus brazos y la hizo tumbarse a su lado. Un intenso placer la envolvió cuando Pedro la besó de nuevo.


—Oh, Pedro… —gimió ella rodeándole el cuello con los brazos al tiempo que, con agonía, se apretaba contra él.


Entonces, muy despacio, se apartó ligeramente de ella y, apoyándose en un codo, incorporó el torso para poderla mirar a los ojos.


—Paula, encanto, tenemos que hablar. Quiero decirte que…


Pero Paula alzó la cabeza y le selló los labios con los suyos lenta y seductoramente. Le sintió responder con deseo antes de oírle suspirar y de verlo ponerse en pie.


—Vamos, levántate, nos vamos a casa —dijo Pedro. Pero esta vez, Paula no se sintió abandonada, sino sólo frustrada, porque había visto pasión en los ojos de Pedro. Ahora sabía que él la deseaba tanto como ella a él. De repente, se sintió feliz, segura y se echó a reír.


—En todas las novelas de amor que lee Alicia, es la mujer quien, después de un beso, huye corriendo.


—No tienes vergüenza —dijo él con una queda carcajada—. Pero nos vamos a casa. Vamos, recoge tus cosas.


Después de tirar de ella hasta hacerla levantar, la besó ligeramente en los labios, pero con evidente pasión.


—Encanto, te prometo que esto no va a acabar siempre así. Después de que hablemos…


Pero no hablaron durante el trayecto de vuelta a la casa porque Paula, sintiendo una feliz languidez, se quedó dormida en el coche. 


Cuando llegaron a la casa, Pedro la despertó suavemente. Paula abrió los ojos y levantó la cabeza justo en el momento en que Daphne bajaba corriendo los escalones del porche.


—Paula, te estaba esperando, no sabía dónde encontrarte. Alicia… está en el hospital. He tenido que llamar a una ambulancia.




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