sábado, 23 de junio de 2018
AT FIRST SIGHT: CAPITULO 22
No podía soportar la angustia de Paula. La vio quedarse allí, en la acera, con la mano en la boca, casi petrificada. Después, Paula buscó con frenesí las llaves en su bolso y murmuró cosas incoherentes después de tirar sus preciosos dibujos al suelo.
—Tengo que ir al hospital. No debería haberla dejado sola. Quería que me quedara en casa con ella. Se me había acabado la paciencia y… Oh, Dios mío, por favor, no era mi intención… Oh, por favor.
No prestó atención a la adolescente que trataba de decirle:
—He llamado al hospital hace un rato y me han dicho que ahora ya está bien, que respira con normalidad. Paula, lo siento. Tosía y respiraba con trabajo y yo estaba tan asustada… por eso llamé a urgencias para que enviasen una ambulancia.
Pedro se dio cuenta de que tenía que hacerse cargo de la situación.
—Paula —le dijo agarrándola por los hombros con firmeza—, no te preocupes, ahora mismo te llevo al hospital. Pero no puedes presentarte así, ve a cambiarte y a asearte un poco.
—¡No! Me voy ahora mismo. No tienes que molestarte en llevarme —Paula trató de soltarse, pero Pedro no se lo permitió.
—Tu madre se disgustará si te ve así —eso consiguió centrar la atención de Paula—. Alicia está en el hospital y le están dando el mejor tratamiento posible. Ahora, ve a vestirte como Dios manda y después te llevaré allí. Si te viese así, se preocuparía.
—Está bien.
Corriendo, Paula entró en la casa.
—No sabía qué hacer —le dijo la chica a Pedro—. Sabía que tiene una máquina para respirar, pero no quería correr ningún riesgo.
—Has hecho lo que tenías que hacer —Pedro recogió del suelo los dibujos e Paula, los puso en orden y se los dio a la chica—. Por favor, sube esto al estudio de Paula; después, vete a tu casa. Yo llevaré a Paula al hospital. Vamos, no te preocupes, has hecho exactamente lo que debías y estoy seguro de que Alicia se pondrá bien.
—Sí —dijo la chica—. He intentado decírselo a Paula, pero… Verá, ha ocurrido a eso de la una de la tarde. Luego, me he quedado a esperar a Paula y, no hace mucho, he vuelto llamar al hospital; allí, me han dicho que Alicia se ha recuperado sorprendentemente bien.
—Estupendo.
No le sorprendía, los pacientes como Alicia se recuperaban «milagrosamente» bien una vez que conseguían la atención de todo el mundo.
Paula bajó a los pocos minutos. Estaba un poco pálida, pero encantadora con aquel vestido turquesa y las sandalias del mismo color.
En el hospital, Pedro se quedó en una sala de espera mientras Paula iba a ver a su madre.
A Paula le palpitaba el corazón con fuerza y se detuvo unos segundos antes de abrir la puerta de la habitación. Entró sigilosamente para no despertar a su madre.
Pero Alicia no estaba dormida. Estaba sentada en la cama con aspecto descansado y tranquilo, y completamente absorta en la serie de televisión que estaba viendo. Paula sintió un inmenso alivio, pero sus temores volvieron a asaltarla cuando Alicia la vio. El hermoso rostro de su madre hizo un gesto de dolor y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Oh, Paula —balbuceó Alicia—, ha sido horrible. ¡Horrible!
—Vamos, vamos, ya ha pasado —Paula corrió hasta su madre y la abrazó—. No te disgustes más.
—¡Ha sido horrible! ¡Horrible! Y tú no estabas en casa. No sabes lo espantoso que ha sido porque no estabas allí.
«Y debería haber estado», pensó Paula mientras acariciaba a su madre. «Por la mañana, me ha dicho que no se sentía bien, pero yo, ignorándola, me he marchado. Me he ido a divertirme».
¿Cómo podía haberle hecho eso a Alicia?
Se quedó con su madre un buen rato mientras ella le contaba el miedo que había pasado cuando no podía respirar.
—Y esa chica se ha puesto histérica y no sabía qué hacer. Y luego, esos desconocidos, me han metido en una ambulancia y me han traído aquí. ¡Y nadie sabía dónde estabas!
—Vamos, deja de hablar de ello, lo único que estás consiguiendo es disgustarte más. Y ahora, voy a salir para decirle a Pedro que se vaya, que no espere más. Enseguida vuelvo.
—¡No me dejes sola otra vez!
—Es sólo un momento, enseguida vuelvo, te lo prometo.
—¿Te quedarás conmigo esta noche? No quiero quedarme sola en este sitio.
—Claro que voy a quedarme contigo —le aseguró Paula—. Lo único que quiero hacer es decirle a Pedro que se vaya.
Encontró a Pedro en la sala de espera, sentado y leyendo una revista.
—¿Cómo está tu madre?
—Está bien, aunque un poco nerviosa y disgustada.
—¿Has hablado con el médico?
—Sí, le llamé en casa. Ha dicho que el ataque se ha debido a tensión nerviosa. Ha dicho que Alicia se había disgustado por algo y… Oh, Pedro, ha sido culpa mía. Esta mañana, me dijo que no se encontraba bien y me pidió que me quedara en casa, pero… en fin, yo quería trabajar en los diseños y… Insistió en que me quedara y no le hice caso, y me marché.
—Ya era hora —murmuró él.
—¿Qué? —Paula no estaba segura de haberle oído bien.
—Nada. Me estabas diciendo lo que te ha dicho el médico.
—Bueno, sí, le parece que Alicia ya se ha recuperado. Dice que la habría mandado a casa inmediatamente, pero que no lo hizo porque yo no estaba en casa.
—Bien. ¿Vamos a llevarla ahora a casa?
—No, no. Hemos pensado que es mejor que pase aquí la noche descansando. Yo voy a quedarme con ella.
—¿Por qué?
—Porque no quiere quedarse sola.
—¿Sola? Paula, esto es un hospital —dijo Pedro enfadado—. Está lleno de médicos y enfermeras. Con que le de a un botón, estará rodeada de gente.
—Sí, ya lo sé —Paula sonrió tímidamente con el fin de aplacarlo—. Pero… se quedará más tranquila si me quedo con ella a pasar la noche.
—No lo dudo. ¿Y tú?
—¿Yo? No te preocupes por mí, estoy bien.
—De acuerdo, quédate si quieres. Pero antes, vamos a cenar algo.
—No, no tengo hambre. Cuando Alicia se duerma…
—Cuando Alicia se duerma habrán cerrado la cafetería y tú te quedarás a merced de esas horribles máquinas. Son casi las ocho y no has comido más que una hamburguesa al mediodía. Vamos a ir a cenar ahora mismo.
—Pedro, le he prometido que volvería enseguida.
—Sobrevivirá.
Pedro le puso una mano en la espalda y la llevó hasta el ascensor.
Pedro no comprendía lo que le pasaba a Alicia, pensó Paula. Intentó explicárselo mientras bajaban a la cafetería, hablarle de lo mucho que su padre y su madre y se habían querido y de lo que había sufrido Alicia tras su muerte; después, interminables pruebas de alergia y los ataques de asma.
Pero Pedro no dijo nada, incluso tenía expresión de enfado.
La cafetería estaba casi vacía. Llevaron las bandejas con comida hasta una mesa. Paula, agotada, sólo jugueteó con su bocadillo.
—¿Por qué no me dejas que te lleve a casa? —le preguntó Pedro con ternura.
—No, no puedo dejar a Alicia.
—Sé que estás preocupada; pero, en mi opinión, te preocupas en exceso, Paula.
—No puedo evitarlo. Últimamente, los ataques de asma le dan con más frecuencia y parecen ser más agudos. Estoy asustada.
—Lo sé. Y sé que quieres ayudarla, pero puede que la estés ayudando demasiado. La gente con asma, o con otras enfermedades, tienen que ayudarse a sí mismos para curarse.
—¿Qué quieres decir? La gente no puede curarse a si misma —respondió ella algo irritada.
—Está bien, de acuerdo, Alicia necesita cuidados médicos y también tu apoyo —Pedro frunció el ceño—. Sin embargo, a veces, dejar de obsesionarse con una enfermedad y centrar la atención en otras cosas hace auténticas maravillas en un paciente.
—Lo sé, y por eso es por lo que la animo a que juegue al bridge.
—¡Animarla! Lo haces tú todo. Preparas la comida, pones…
—¿Y qué tiene eso de malo? —preguntó ella casi enfadada.
—Lo que estoy intentando decirte es que no le das la oportunidad de hacer algo por sí misma. Lo haces todo por ella. Y no me refería al bridge, sino a algo más sustancioso, algo como un trabajo.
—¿Un trabajo? Alicia no ha trabajado en su vida. En sus condiciones, no puede trabajar.
—¡Tú no sabes lo que puede hacer o no! ¿Por qué no le das la oportunidad de decidirlo por sí misma? Le dictas hasta el último de sus movimientos.
—¡Y tú los míos! —gritó ella—. Cada vez que te veo tratas de manipularme. Tú y tu filosofía de hacer lo que a uno le guste y le haga feliz. Haz esto, haz lo otro, manda tus dibujos…
Pedro levantó una mano.
—Estás sacando las cosas de quicio.
—No. Me manipulaste para que mandara los dibujos y… ¡Deja de sonreír! Está bien, me alegro de haberlo hecho, pero los mandé porque quería hacerlo, no porque tú me lo ordenaras. Y, desde luego, no estoy dispuesta a permitirte que me digas cómo comportarme con mi madre. Esta mañana…
Paula se interrumpió casi a punto de echarse a llorar. Jamás debería haber dejado sola a Alicia.
—Sí, esta mañana hiciste lo que querías hacer y te marchaste. Y, por supuesto, ahora te sientes culpable.
—¡No digas tonterías! ¿Por qué iba a sentirme culpable?
—Porque te parece que nada de lo que haces por ella es suficiente.
—Y tú lo sabes todo, ¿verdad? Tú y tu psicología barata. Bueno, pues en mi opinión, no dices más que majaderías. Y no voy a quedarme aquí ni un minuto más escuchándote. Me voy arriba con mi madre, igual que debería haber hecho esta mañana.
—¡Esta mañana otra vez! ¿Por qué no te escuchas a ti misma? ¡Siéntate! ¿Es que no te das cuenta de tus patrones de conducta? Y ya que soy un psiquiatra, te diré que…
—Espera un momento, ¿qué has dicho?
—Que soy un psiquiatra. Así que, lo que quiero que sepas es…
—Un momento, por favor. ¿Estás diciendo que eres un verdadero psiquiatra, un psiquiatra de verdad?
—Sí, con título y todo. ¡Y si pagaras ciento cincuenta dólares a la hora por mis consejos, como hacen mis pacientes, prestarías atención a lo que digo!
—Entonces, ¿cuál es el problema, por qué no estás trabajando como psiquiatra?
—Estoy trabajando como psiquiatra.
—Eso no es verdad. No haces más que ir de acá para allá sin hacer nada, comportándote como si no tuvieras una sola preocupación en el mundo y haciéndome pensar que estás en la ruina y…
—Yo no soy responsable de tus suposiciones. Te he dicho que estaba escribiendo un libro y lo estoy haciendo. Se trata de un libro que dice a la gente cómo vivir.
—Y, mientras tanto, pones a prueba tus teorías con todo el mundo.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que has tratado de manipularme desde que te conozco, diciéndome lo que tengo que hacer o lo que no debo hacer. Y ahora pareces decidido a levantar una barrera entre mi madre y yo. Primero, hiciste que me deshiciera de las gafas porque, según tú, no quería competir con ella. ¡Y ahora resulta que me siento culpable porque ella me necesita!
—Escucha, Paula…
—No, escúchame tú a mí. No me interesan tus análisis, doctor Pedro Alfonso. Así que guárdate tus consejos para los que te pagan porque yo no los necesito.
Paula se levantó rápidamente y salió de la cafetería.
Pedro no intentó detenerla.
Había llegado el momento de hablar seriamente con Alicia.
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