sábado, 23 de junio de 2018

AT FIRST SIGHT: CAPITULO 20




Paula lo echaba de menos. Nunca había creído posible que podría echar de menos tanto a alguien. ¿Cómo podía depender tanto de su compañía conociéndolo sólo desde hacía unos meses?


Y ahora había pasado una semana. No, casi dos semanas desde aquella terrible discusión. Se sentía perdida y avergonzada. Miró los tubos de pintura que estaba metiendo en el maletín y deseó poder desdecir lo que había dicho.


Aquel día, estaba tan cansada y enfadada que sólo más tarde logró pensar racionalmente, dándose cuenta de lo injusta que había sido con él, de todo lo que Pedro había hecho por ella.


Dio unos pasos para tomar el cuaderno de dibujo y miró a su alrededor por si se le olvidaba algo. Esperaba que Lisa hubiera conseguido persuadirlo para que aceptara el dinero.


«El dinero no es suficiente. Deberías hablar con Pedro tú misma y disculparte por lo que le dijiste». Pero estaba demasiado avergonzada.


¿Avergonzada o vulnerable? La forma como él la miraba, como sonreía, lo que la hacía sentir…


No quería pensar en su beso, no quería estar enamorada de él.


¡Pero cómo lo echaba de menos!


Metió todo en una bolsa grande de lona y lanzó una última mirada al estudio. Después, bajó a su dormitorio a por las llaves y el monedero y, a continuación, cruzó el pasillo para ver si su madre necesitaba algo.


—¿Adonde vas ahora? —le preguntó Alicia que estaba sentada en la cama leyendo una novela—. Ya casi no te veo.


—Voy a dibujar unas flores silvestres. A ver si me inspiran para el diseño de las telas.


Mirando a su madre, vio el rostro cansado de Alicia. Paula vaciló, preguntándose si no debería quedarse en casa con ella haciéndole compañía. 


O quizá a Alicia no le sentara mal salir un rato a respirar aire fresco.


—Oye, ¿por qué no vienes conmigo? —sugirió Paula—. Podría prepararte un baño y, mientras te arreglas, también podría preparar algo para almorzar en el campo. Hace un día precioso y te sentaría bien tomar el aire.


—Oh, cielo, no tengo ganas. No me encuentro muy bien hoy; además, con mis alergias, el campo no me sentaría bien. Me gustaría que te quedaras en casa hoy.


—Volveré antes de que anochezca. Tienes ensalada de pollo en la nevera para almorzar, y Daphne ha dicho que vendría después de las clases para ver si necesitas algo.


Alicia lanzó un suspiro.


—No es lo mismo. ¿En serio tienes que marcharte? Esperaba que pudiéramos pasar el día juntas.


—Sí, tengo que marcharme —respondió Paula con más sequedad de la que había querido—. Charlaremos después de la cena y te enseñaré los dibujos de las flores silvestres. Vamos, descansa y no te enfades. Estaré de vuelta antes de que te des cuenta.


Rápidamente, antes de que le diera tiempo a cambiar de idea, Paula recogió la bandeja de Alicia y salió de la habitación.


Quizá hubiera llegado el momento de buscar a alguien para que se hiciera cargo de la casa, pensó mientras bajaba las escaleras. Alguien que limpiara y que, al mismo tiempo, le hiciera compañía a Alicia. «Ahora podemos permitírnoslo», pensó mientras metía los cacharros en el lavavajillas. Después, tomó una botella de plástico con agua, tomó una manta de encima del sofá y salió de la casa.


Estaba bajando los escalones del porche cuando un coche aparcó delante. Pedro salió del coche y caminó hacia ella y Paula se quedó inmóvil conteniendo la respiración.


¿Qué podía decirle? ¿Debía disculparse?


Cuando Pedro llegó al pie de las escaleras, sonreía y la miraba con admiración.


—Dime una cosa, encanto, ¿por qué demonios llevas zapatos?


—Oh. Bueno, no son zapatos, son mis viejas playeras.


De repente, Paula sintió unas inmensas ganas de reír y la tensión desapareció. Todo parecía irrelevante, excepto él.


—¡Oh, Pedro! —gritó Paula feliz—. Te he echado de menos.


—Y yo a ti —respondió Pedro quitándole la bolsa y la botella de agua—. ¿Adonde vamos?


—¿Vamos? Bueno, verás, tenía pensado ir al monte a dibujar unas flores.


—Si llego a tardar cinco minutos más no te habría pillado, ¿eh? Está bien, sígueme.


Paula le siguió hasta el coche y se le quedó contemplando mientras Pedro metía las cosas en el maletero. Pedro le dijo que las veces que le había llamado por teléfono no estaba en casa y que, cuando fue a Groves a buscarla, le dijeron que ya no trabajaba allí.


—La única forma de dar contigo es presentándose a una hora inoportuna —Pedro se miró el reloj—, como las nueve de la mañana.


—Estoy muy ocupada. Oh, Pedro, no sabes la de cosas que tengo que contarte.


—Lo que sí me puedes decir es una cosa, ¿por qué vamos a ir a dibujar flores silvestres?


—Para que me den ideas para diseños de tela.


—¿Y eso?


—¡Pedro, soy una diseñadora! Por favor, no me mires así, lo digo en serio. Bueno, te lo voy a contar todo…


Y Paula se lanzó a un relato de lo que le había ocurrido en Nueva York y allí, en Sacramento, desde su regreso de la gran ciudad. Entre otras cosas, que había pasado un día entero en las tiendas de telas de San Francisco.


—Pero sabía que era una pérdida de tiempo; hace años ya, había oído que los grandes diseñadores van a las fábricas y se quedan con las mejores telas antes de que éstas lleguen a las tiendas. Por eso, llamé a Jorge para que me presentase a algunos de los dueños de las fábricas. Lo que fue maravilloso es que me enteré de que yo podía hacer diseños y ellos fabricarían la tela específicamente para mí con el diseño que quisiera.


—Eso es estupendo —dijo Pedro sonriendo al ver el entusiasmo de Paula, pero concentrándose en el tráfico.


—¿Te das cuenta de lo que eso significa para mí? Antes, pasaba horas buscando una tela adecuada para un diseño en concreto, y ahora… Mi padre tenía razón cuando decía que las mejores ideas se nos ocurren cuando nos fijamos en la naturaleza. Por eso es por lo que quiero ir al campo, para ver si capto los colores.


—¿Los colores? —Pedro frunció el ceño—. ¿No te parece que va a estar todo un poco seco? No ha llovido nada este verano y ha habido un montón de fuegos.


—Si, pero no importa. Tuerce ahí, creo que uno de los fuegos ha sido en esta zona.


Obedientemente, Pedro se metió por una carretera secundaria. Habían llegado al pie de las colinas y aún olía a madera quemada. 


Condujo por aquella carretera durante un rato y, por fin, se encontraron con la zona quemada; en la periferia, se encontraban los pinos y los arbustos que habían sobrevivido al extenso fuego. A Pedro, el paraje le deprimió un poco.


—¡Oh, mira! Para el coche. ¡Un chamico! Esa es una de las plantas que estaba buscando.


Pedro detuvo el coche y luego la siguió. Sí, ahora veía aquellas plantas naranjas entre las ruinas.


—¡Mi padre tenía razón! —exclamó ella—. Me dijo que ésa era una de las primeras plantas que salían entre los rastrojos después de un fuego.


Pedro sonrió.


—Vamos a recoger mis pinturas, espero poder copiar las plantas —Paula sacó su bolsa y Pedro, después de limpiar un poco por el suelo, colocó encima la manta. A continuación, Paula se puso a trabajar sin dejar de hablar.


—¡Mira! Papá decía que la naturaleza nos ofrece la más maravillosa mezcla de colores. ¿A quién se le podría ocurrir poner ese lila junto a ese rojo encendido?


Empujado por el entusiasmo de ella, Pedro miró la planta con más atención: tallos largos con puntas de color lila, rosa o blanco en contraste con hojas color naranja. Sentado junto a ella, la observó fascinado mientras Paula mezclaba colores y agua.


—Quiero captar el tono exacto de lila —le informó ella.


¿Mezclando azul y rojo? pensó Pedro. Y ahora estaba añadiendo blanco. ¡Y salía morado! No, no morado, sino lila, pensó después de que Paula añadiera más blanco.


—¿Cuál te parece que es, éste o éste? —siguió preguntando Paula mientras pintaba en el papel—. Lo único que voy a hacer es plasmar los colores y la forma de la planta, el diseño lo haré en casa.


Paula era una mujer vital, una mujer que había florecido tras una infancia infeliz y solitaria. La mujer a quien amaba.


¿Lo amaba ella? Lisa había dicho que sí, y Lisa era una mujer muy intuitiva. ¡Oh, ahora se acordaba! El cheque. Había ido a verla esa mañana con la intención de devolvérselo y de explicarle quién era él. Pero, mirándola, se había olvidado de todo.


Pedro se puso en pie y comenzó a pasearse con cuidado de no distraerla. Debían hablar. El tenía que regresar a Inglaterra en seis semanas y quería hacer planes respecto a su futuro juntos. 


Quería que Paula fuera con él, pero ahora ella estaba tan feliz con su trabajo que… ¿podía pedirle que lo dejara?


¡Qué demonios, Inglaterra también tenía naturaleza! Se desharía de los turistas y le prepararía un estudio en el ala Este de la mansión. En fin, estaba decidido a hacer lo que fuera necesario con tal de que ella estuviera con él.



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