sábado, 5 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 5




Paula se estiraba y levantaba pesas en la sala de aparatos del Instituto Hera, y lo hacía consciente de su deber, pero la mente la tenía en Safetek, en la preparación de la lista de personas que Alfonso había seleccionado para la conferencia de París.


—Revísala —le había pedido— y comprueba que no me he olvidado de nadie importante.


Su nombre estaba entre los demás, y pensó que se trataba de un gesto de reconciliación. Porque aunque podría aprender mucho, la verdad era que ella podía contribuir en bien poco.


¿Había sido esa la razón de que la incluyera en la lista?


No había sido esa la única razón. Se había asegurado que el personal lo supiera y conociera a su nuevo ayudante, a su autorizado y debidamente cualificado suplente, la Auxiliar Administrativo, que también sería Jefe de Personal.


Apreciaba mucho su apoyo, pero no estaba preparada para ir a París. ¿Cómo podía hacerle entender sin dañar su posición o la de él?


—¿Qué es esto? —parecía irritado—. ¿Has tachado tu nombre? Hicimos un trato, ¿no?


—No me vale a no ser que obtenga mi parte del trato —le contestó.


—Pero ya lo hiciste; obtuviste cinco mil dólares.


—Pero no se trata del dinero —discutió—, sino de lo que he pagado con ese dinero.


—Muy bien; ya has pagado. ¿Qué te retiene aquí?


—El envoltorio —dijo, incapaz de ahogar una sonrisa—. Ya me entiende, lleva tiempo eso de… —dejó de hablar al ver que se ponía muy serio—. Estoy de broma —añadió rápidamente; ¡maldita sea! ¿Es que no había aprendido de Mary Wells que para conseguir algo de un hombre había que hacerle creer que eso era exactamente lo que necesitaba él?—. Lo que en realidad me preocupa es su parte del trato.


—¿Sí? —parecía sospechar.


—Es un salto muy grande, pasar de recadera a administración —dijo, intentando parecer más inútil de lo que en realidad se sentía—. Usted confió en mí para dar ese salto, señor Alfonso, y se lo agradezco. Quiero ser un buen auxiliar para usted.


—Oh, lo serás, confío en ello. Y puedes empezar por llamarme Pedro.


—Gracias, señor… Pedro —dijo con timidez—. Pero en serio, señor, ¿no cree que para que todo sea verdaderamente efectivo es importante que también me gane la confianza de sus empleados?


—Por supuesto.


—Usted sabe que eso llevará tiempo. Incluso puede haber un par de ellos que se sientan… bueno, ligeramente desairados.


Al ver su reacción pensó que seguramente Reba Morris sería una de esas personas.


—A lo mejor —dijo él frunciendo el ceño—. Pero los negocios son así.


—Y, como dice usted, un negocio que marche bien depende de que los empleados estén contentos y cooperen —concluyó—. Desde que me nombró, señor Alfonso, quiero decir, Pedro, me han llegado rumores de que hay personas que están descontentas… sobre todo la Señorita Morris.


—¿Reba? —aquello pareció molestarlo.


¿Acaso opinaban los empleados que se la había dado de lado… quizá injustamente? ¡Maldita sea!, pensaba él, Reba podía ser muy competente, pero tenía su propio trabajo. Paula era perfecta para el puesto y sería una estupenda asistente… con alguna mejora técnica que llegaría con el tiempo.


Oh, no, pensaba Paula. Quizá hubiera ido demasiado lejos. Intentó interpretar la expresión de su rostro. ¿Culpabilidad? ¿Estaría de verdad acostándose con Reba y había… ?


No era asunto suyo.


—Lo de París es muy importante para la empresa —dijo, tanteándolo— y la señorita Morris conoce la cartera de acciones extranjeras mejor que nadie. Y lo que es más, su presencia desvanecerá los rumores de que se ha pasado por encima de ella en la promoción del puesto.


Pedro suspiró largamente y asintió.


—Muy bien, creo que tienes razón.


—Gracias, señor… Pedro—dijo Paula, más aliviada—. Entonces, podré quedarme y ocuparme mejor de lo que pase aquí… sustituirlo de verdad cuando no esté. 


Pedro se echó a reír.


—Caso cerrado —dijo—. Compruebe la lista con cuidado, ¿vale?


Sabía que en anteriores ocasiones, Pedro se había apoyado en su predecesor para emitir aquel tipo de selecciones. Se empeñó en asegurarse de que había elegido correctamente al grupo más fiable, aquel con el que él pudiera sentirse más a gusto.


Sabía que Pedro siempre deseaba que su auxiliar lo acompañara en tales misiones, y era su intención hacerlo, pero lo haría más adelante, cuando fuera valiosa tanto para sí misma como para él. Se daba cuenta de que una de las ventajas de su nuevo trabajo era la oportunidad de viajar al extranjero, a los lugares más idóneos para encontrar un marido rico y jubilado. Pero aún no era el momento, primero tendría que prepararse y convertirse en el envoltorio perfecto para atraer a ese tipo de hombre. No esperaba conseguir un milagro, pero esperaba poder paliar de lo que carecía con su encanto personal.


Tenía suerte de que el instituto de belleza se hallara cerca del trabajo. Se dio cuenta de que tanto los ejercicios como los suplementos dietéticos recomendados estaban resultando de lo más efectivos. Ya había perdido casi tres kilos y no pasaba hambre.


—¿Has terminado con esas pesas? —le preguntó Eva.


Eva era la rubia gorda que vio sentada frente a ella el primer día. Parecía que ella también había perdido algo de peso.


—Claro, aquí las tienes —Paula le pasó las pesas y se abrió camino entre las mujeres sudorosas hacia las duchas.


Después de darse una rápida, Paula se metió en un baño de barro y se puso a pensar en el trato que había hecho con Alfonso. Un préstamo libre de intereses concedido por la empresa, presumiblemente por aceptar el puesto de Auxiliar Administrativo, no había resultado tan mal. Con el aumento en el sueldo podría pagar el préstamo en unos cuantos meses. Además, se había dado cuenta de que dar órdenes era mucho más fácil que recibirlas, corriendo como una loca de acá para allá para poder llevarlas a cabo puntualmente.


Había dejado de escribir a la máquina, de mandar o recibir faxes con urgencia o de hacer interminables llamadas telefónicas para poder localizar a alguien importante. Ya tenía su propio despacho, el que dejara Sam, y una secretaria a sus órdenes. Tomaba decisiones y discutía posturas con Pedro, o bien conversaba al teléfono con alguien importante al que otra persona había localizado. Había pasado horas al teléfono con su colega en París, comentando los detalles del paquete de ofertas y los programas. 


Todo estaría listo para la conferencia en cuanto ella se lo notificara y consultara a los participantes de la empresa, tarea que Pedro le había asignado a ella.


Una vez en la reunión, se sintió extremadamente nerviosa mientras observaba las caras de la gente sentada alrededor de la mesa, todos más experimentados que ella, todos con dudas acerca de su valía. Pero lo cierto era que no era tan inexperta, ¿o acaso no había sacado a Sam de algún atolladero más de una vez? Respiró profundamente y abrió la reunión, adoptando un aire de confianza natural.


—Todos sabéis quizá mejor que yo —empezó— la importancia que esta conferencia en particular tiene para nuestros contactos europeos. Por eso es por lo que el jefe me dijo que había limitado la asistencia a sus profesionales de siempre. Todos tenéis muchas tablas y no estáis verdes como otras —se señaló a sí misma y sonrió—. Por lo que yo dirigiré las maniobras desde la central y, si necesitáis algo, no tenéis más que darme una voz.


El hecho de quitarle importancia a su puesto funcionó a las mil maravillas. Todos sonrieron agradablemente y se dispusieron a ahondar en el orden del día con ganas, buen humor, y un nuevo sentimiento de respeto hacia la nueva Auxiliar de Administración.


Paula respiró aliviada.

1 comentario:

  1. Ya me gusta. Me divierte que se esté preparando para casarse y no tiene ni novio jajajajaja.

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