sábado, 5 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 3




Alfonso estaba exasperado. ¡Mujeres! Había creído que Reba Morris sería la solución al problema y que quizá resultaría una asistente apropiada, pero se había equivocado. Adivinó aquella mirada insinuante en sus ojos en el instante en que puso los pies en su despacho y definitivamente constituía una señal de peligro. 


Los romances en la oficina podían interferir con los negocios y no se fiaba de las mujeres que pensaban poder llegar a lo más alto a base de acostarse con los directivos de una empresa.


¡Maldita sea! Sabía que al elegir a una mujer para el puesto algunos idiotas disparatados se imaginarían algún lío entre ellos; pero no esperaba que Reba Morris fuera una de esas personas. Lo malo era aquella forma de mirar, aquellos movimientos naturales, pero seductores al mismo tiempo al inclinarse hacia él, envuelta en una nube de exótico perfume, para quitarle del abrigo un poco de pelusa, seguramente imaginaria. Lo cierto era que poseía algunos atractivos, tenía que reconocer, pero no los requeridos. Además, el hecho de que considerara necesario presumir de ellos podría significar que no estaba en realidad tan interesada en los negocios como él había pensado. Quedaba bien claro que su austeridad no era sino una fachada, una de sus muchas caras.


No, definitivamente la señorita Morris estaba fuera de toda posibilidad. A lo mejor tendría que buscar fuera de la oficina; por ejemplo, aquel chico de Dallas que tanto le había impresionado durante la conferencia…


De pronto empezó a sonar el interfono y pulsó una tecla.


—Hal Stanford está aquí, señor Alfonso, le gustaría…


—Que pase —se acarició el mentón, pensativo.


—Hola jefe, ¿qué tal le va? —Hal Stanford, un hombre de raza negra, venía con un montón de papeles en la mano—. Pensé que quizá sería mejor que repasásemos juntos estas cantidades antes de hacerlas públicas.


—Claro —el jefe se levantó y fue hacia él—. Además, me alegro de que estés aquí, Stan. Me gustaría comentarte algo.


—¿Cómo?


—Sabes que estoy buscando un asistente. ¿Qué te parecería…?


Stanford sonrió, sus blancos y fuertes dientes destacaban contra su piel negra, y sacudió la cabeza.


—Por favor, señor Alfonso, yo no quiero hacerlo —dijo.


—¡Dios mío! —Pedro se lo quedó mirando—. ¿Tú tampoco?


—¿Qué quiere decir con eso?


—Es que eres la segunda persona hoy que rechaza un puesto tan atractivo. ¡Maldita sea! ¿Qué pasa hoy conmigo?


—No es usted, jefe; son los viajes.


—¿Los viajes?


—Sí —asintió Stanford—. A su asistente administrativo le tiene siempre de acá para allá, viajando por todo el mundo.


—Bueno, viajar un poco no tiene nada de malo, ¿no?


—Significa estar siempre fuera de casa —dijo Stanford—. Y no lo digo sólo por mi encantadora esposa sino por los tres niños que nos mantienen siempre tan ocupados.


—Entiendo —miró a Stanford de otra manera; sabía que era un hombre rápido y eficiente, pero no se lo había imaginado como padre de familia.


—Gracias por la oferta de todas formas, de verdad que se lo agradezco, pero… bueno, el pequeño Hal va a empezar en la liga infantil de béisbol, y me gustaría estar aquí —Stan se encogió de hombros—. Quizá cuando los chicos sean algo mayores… Bueno, eche un vistazo a esto. ¿Qué le parece?


Extendió los papeles sobre la mesa al tiempo que los dos hombres se echaban hacia delante.


Más tarde, cuando Stan lo dejó solo, Pedro Alfonso se puso a pensar. Resultaba extraño que las dos personas a las que se había acercado para ofrecerles el empleo estuvieran demasiado comprometidas para estar interesadas: uno de ellos ya casado y la otra preparándose para ello. A él nunca le había dado por pensar mucho en eso del matrimonio. 


Su madre murió cuando él contaba sólo cinco años, y a su padre no le había interesado nada más que su agencia de corredores de bolsa. 


Pedro y su hermano Chuck pasaban poco tiempo en la mansión familiar y siempre estaban deseando alejarse de aquel lugar lleno de criados para volver al internado o ir a algún campamento de verano durante las vacaciones.


Aunque le atraían los negocios rechazó de plano meterse en el mundo del corretaje de bolsa. 


Este negocio dependía siempre de la subida o bajada de varios mercados. A Pedro le gustaba tener responsabilidad en los resultados y estar en primer lugar a base de ofrecer las mejores ideas o la mejor presentación: le gustaba la competencia. La verdad era que no había empezado precisamente por abajo en Safetek… 


¿Podía evitar que su padre tuviera contactos? 


Pero el hecho de ascender con tanta rapidez era el resultado de su iniciativa y pericia propias.


En cuanto al matrimonio… ¡Diantres! Los dos fracasos de Chuck eran suficientes como para evitarlo. Sonrió pensando en su hermano, que estaba a punto de intentarlo por tercera vez con cierta pelirroja… pero así era Chuck.


Pero todo ello no tenía nada que ver con el problema que tenía entre manos. Pedro lanzó el lápiz sobre la mesa y fue hacia la ventana.


 ¿Quién sería su próxima apuesta?


Durante las semanas que siguieron hizo varias entrevistas, e incluso hizo un viaje relámpago a Dallas para charlar con aquel chico de la conferencia. No les hizo ninguna oferta, simplemente tanteó a cada uno de los candidatos, pero todos le parecieron insuficientes.


Lo malo era que ya se había decidido por alguien y esa persona era Paula Chaves. Sus miedos iniciales acerca de su juventud e inexperiencia habían desaparecido completamente al rechazar ella su oferta. Se había convertido así en un reto y a Pedro Alfonso le tentaban los retos.


Quizá una cena con Paula y el futuro novio… 


Nunca había conocido a ningún hombre, machista o no, al que no le tentase el dinero. 


Sacaría el tema de la oferta y mencionaría también el sueldo. Lo cierto era que le ayudaría saber los planes del hombre, su situación financiera…Paula no había mencionado su nombre pero…


¿Que no había decidido aún? Lo más seguro era que la hubiera entendido mal. Le pediría a Celes que lo investigara. A punto de llamarla, sonó el pitido del interfono.


—La señorita Morris, señor Alfonso.


¡Maldita sea! ¡Otra vez no!


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