domingo, 6 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 6




Un sábado por la mañana, tres semanas después, Paula estaba en su apartamento escuchando el ruido de la lluvia golpeando contra los cristales de las ventanas. Era un día muy bueno para quedarse en casa trabajando. 


Echó una mirada de satisfacción a los papeles desperdigados sobre su cama, aunque a su vez perfectamente ordenados. Había hecho bien en llevarse todo aquel asunto de África del Este a casa; aún no le resultaba nada fácil llevar los asuntos de los empleados y otros de la empresa al mismo tiempo, pero por el momento no lo estaba haciendo tan mal. Al menos con los empleados se le estaba dando bien. Se debía simplemente a su encanto personal, a un por favor, unas gracias y un te importaría bien repartidos entre unos cuantos qué te parece tal o cual cosa. Y por supuesto, no había escatimado en halagar a las personas clave que habían vuelto triunfantes de París. Incluso Reba Morris parecía más suave con ella y se mostraba mucho más dispuesta a ayudarla, aunque a ratos un poco condescendiente.


Una de las cosas que tenía que estudiar con detenimiento era la política de la empresa. 


Aquella operación en África del Este era difícil; Safetek se había expansionado tan rápidamente en Uganda que hacía ya más de un año que se habían trazado planes para construir un edificio de más de diez plantas en Kampala, la capital. 


Los planes se habían archivado por problemas políticos, pero habían sido de nuevo reactivados y estaban de nuevo en marcha. Habían llegado documentos detallando todos los detalles del proyecto, que ella estaba en esos momentos catalogando y resaltando las partes más importantes para Pedro. No había vuelto a la oficina desde que se marchara a París, desviándose a varias sucursales en otras ciudades como Estocolmo, Berlín y Londres. 


Tenía que hacer un informe sobre el proyecto de Uganda ante el consejo el martes siguiente, y deseaba tenerlo listo para él. Se trataba sólo de uno de los varios asuntos importantes que le estaba organizando para que lo pudiera examinar con facilidad. Su procedimiento consistía en controlar siempre cualquier situación desde el principio, por lo que solía enviarle por fax datos importantes, estuviera donde estuviera. Él estaba demasiado nervioso y tenso, y no se preocupaba de otra cosa que no fueran los negocios. Y, maldita sea, ella misma también estaba empezando a parecerse a uno de aquellos ejecutivos, trabajando aquel fin de semana cuando debería estar en el salón de belleza. Pero sabía que volvería el lunes y tenía que tenerlo todo preparado.


Cuando ya llevaba bastante hecho, sonó el timbre de la puerta. Maldita sea, seguramente sería el repartidor de periódicos. Se levantó y fue a contestar.


Al abrir se encontró con Clara, algo más elegante que de costumbre a pesar de que tenía la gabardina chorreando. Llevaba en brazos a Teo, el bebé, y a la pequeña Bety de tres años de la mano.


—¡Oh Clara! —exclamo Paula en un tono que no era precisamente de bienvenida—. ¡Eh, qué sorpresa! —añadió rápidamente para subsanar lo anterior—. Pasad, por favor —aunque aquella visita no llegaba en buen momento—. Ven aquí, Teo, dale a Paula un abrazo bien fuerte.


Clara le pasó al bebé y se volvió.


—Voy por un pañal.


¿Un pañal? ¿Cuánto tiempo iban a quedarse?


—Muy bien, aquí tienes todo lo necesario, pañales, el biberón y dos tarros de comida. Suelen comer sobre esta hora. ¡Ah! Aquí te dejo también una caja de ceras para que la niña se entretenga.


Antes de que Paula pudiera abrir la boca, Clara había soltado el paquete de pañales y toda la demás parafernalia y se disponía a marcharse, diciendo que volvería más tarde.


—Gracias, Paula. Me has salvado la vida hoy; eres muy amable al ofrecerte voluntaria para cuidar de los niños.


Bety y Teo eran nietos de Mary Wells, y ya la había tenido que ayudar con ellos el sábado anterior, cuando se le ocurrió ir a visitar a Mary. George, su hijo menor, se había casado con Clara y Mary siempre hablaba de ella con un tono de crítica.


—¿Sabes lo que hizo? —le había dicho Mary—. Se fue a un curso de formación profesional, y yo le dije que ella ya tenía una carrera: el matrimonio. Cuando yo era una chiquilla todo lo que deseábamos era casarnos y no nos daba vergüenza de ello, pues no era una desgracia como lo es hoy en día. Parece que las madres ahora no pueden quedarse en casa y llevarla como es debido, y tienen que salir a estudiar o trabajar. Y mientras Clara busca, a mí me endilga los niños y yo ya soy demasiado vieja para esto.


—Mary no me traga —le había dicho Clara al volver a por los niños aquel sábado—. Ella está equivocada si piensa que no quiero a mis hijos; ¡claro que los quiero! Pero, ¿cómo te sentirías si tuvieras que pasar veinticuatro horas al día con ellos? Soy casi como una madre soltera, con George conduciendo ese enorme camión por todo el país. Y cuando está en casa, su idea de pasar el rato consiste en que los niños y yo vayamos a verlo jugar al béisbol. ¡Vaya diversión!


Sí, aquello le sonaba a George, pensaba Paula.


—¿Te das cuenta ahora de por qué me estoy volviendo medio loca?


—Sí —le dijo Paula comprensiva, mientras le ayudaba a colocar al bebé en la sillita del coche.


—Pues bien, me dije a mí misma que tenía que haber algo más que esto en la vida. Entonces, me apunté a un curso de esos de formación profesional —dijo Clara con ojos brillantes— y la organizadora me dijo que lo mío era la tecnología. Me dijeron que me adaptaría fácilmente a la tecnología de cualquier programa de ordenadores y que las grandes empresas están locas por encontrar a gente así. Por eso estoy haciendo este curso cada sábado y me resulta verdaderamente fascinante.


Paula no tuvo el valor de decirle que se fuera a paseo con su aburrido curso de ordenadores, además, se la veía tan ilusionada… Y también se lo debía a George, que siempre se había portado con ella como un buen hermano.


Y a pesar del desorden que estaban organizando, se lo estaba pasando bien con los niños. Sí, la verdad era que deseaba tener hijos, pensaba mientras sentía el dulce calor del bebé acurrucado entre sus brazos mientras lo dormía. 


Se alegraba de haber aceptado cuidar de ellos y, además, aquello también formaba parte de la preparación, ¿no?


Dos horas más tarde, Bety masticaba un bocadillo de manteca de cacahuete y ella le daba de comer a Teo; entonces sonó el timbre de la puerta y fue a contestarla con Bety detrás de ella.


—Menos mal que estás en casa —dijo Pedro—. Pensé que quizá te hubieras ido a alguna parte y habrías dejado el teléfono descolgado —miró a los niños extrañado—. ¿Son tuyos?


—Hoy sí —contestó—, aunque espero que sea sólo hasta las cuatro.


—¡Ah! —dijo, aún con expresión perpleja—. ¿Dónde has puesto los datos de Uganda? Los he buscado por todas partes.


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