Paula no era una persona envidiosa por naturaleza, pero sintió algo cuando por cuarta vez en tres días vio a Reba Morris entrar en la oficina del jefe, alta y esbelta. Se preguntó cómo la exótica señorita Morris lograba mantener aquella apariencia elegante, de perfección absoluta, eso es, excepto por un rizo que se le escapaba de la abundante y sedosa cabellera negra. Poseía una pulcritud ejecutiva combinada con una dosis de algo… ¿sexy? ¿Sensual?
Fuera lo que fuera, un poco de eso le iría bien, pensaba Paula.
Suspiró largamente. A lo mejor se había equivocado en su vida. Había leído muchos libros y se había interesado por la ópera, había estudiado varias lenguas extranjeras y aprendido a cocinar. Todo lo que le convertiría en la esposa ideal para el tipo de marido que ella buscaba. Su lema era que si querías tenerlo todo, tenías que saber hacer de todo.
El problema era que la mayoría de los hombres se fijaban en el envoltorio y desdeñaban el contenido. Ahí estaba el ejemplo de George Wells, que se había casado con una rubia despampanante que no tenía ni idea de cuidar niños y que no estaba dispuesta a despeinarse por jugar un partido de béisbol con él, dos de los requisitos básicos de George.
Y si ella tenía que competir por un buen partido en un mundo donde el número de mujeres superaba al de hombres, entonces tenía que estar bien preparada: ¡tenía que ser bella!
Pero era más fácil decirlo que hacerlo, pensaba suspirando. Por un momento, deseó que su tía Ruth no estuviera haciendo uno de sus interminables cruceros. Pero no; Ruth le aconsejaría que aceptara la oferta de Alfonso.
Fue aquella noche mientras cenaba en su pequeño apartamento cuando vio el anuncio en el último número de la revista Woman. Ocupaba una página doble en el centro de la revista:
Consigue un cambio de imagen en el Instituto de Belleza Hera. La diosa de la belleza, que es lo que a nosotras las mujeres nos interesa. Podrás encontrar de todo: mantenimiento, moda, además de los más sofisticados
tratamientos de belleza. ¿Por qué ir de un lado a otro cuando aquí tienes todo lo que necesitas?
El salón estaba situado en el primer piso de un modesto edificio y el discreto rótulo en bronce de la puerta no hacía sospechar de la opulencia que encontró en el interior. Paula se sintió azorada nada más pisar el vestíbulo, pues todo en él, la lujosa alfombra, las preciosas macetas de palmeras y el elegante mobiliario, olía a dinero. Y lo malo era que ella no contaba con demasiado.
—Oh, sí, señorita Chaves —la elegante joven ataviada con un ceñido vestido negro y collar y pulsera de perlas levantó la vista y le sonrió—. Loraine estará con usted en un momento; siéntese, por favor.
Paula se hundió en uno de los mullidos sofás, sintiéndose decididamente fuera de lugar, e intercambió una sonrisa con una mujer de unos cuarenta años sentada frente a ella. «¿Tú y yo?», pensó. «Tendría que producirse un milagro».
Después se dio cuenta, cuando le enseñaron lo que había tras la silenciosa elegancia de la entrada, de que había que trabajarse aquel milagro. Mujeres de todas las edades y tamaños levantaban pesas en la sala de ejercicios, se empapaban en los baños de barro o recibían intensos masajes sobre una camilla. Había una sala de belleza con los últimos avances de la técnica en aparatos y especialistas en nutrición y moda para dar consejo personalizado. Cuando le enseñaron las fotos de antes y después del tratamiento, el corazón empezó a latirle con el ansia de empezar.
Pero aquel milagro había que pagarlo, según le informó finalmente Loraine en su despacho, y su precio era de cinco mil dólares por adelantado.
Paula se atragantó, ya que ella había pensado pagar cantidades razonables en cómodas mensualidades.
Loraine le sonrió.
—¿No le es posible? Quizá pueda pedir un préstamo al banco.
*****
Celestine Rodgers se quedó mirando a su jefe con expresión atónita.
—¿Que va a casarse? Paula no me ha dicho nada.
—Bueno, pues me lo ha dicho a mí —dijo Pedro—. Averigua quién es el tipo; quiero un informe sobre él.
Celes meneó la cabeza, todavía con expresión sorprendida.
—No tenía ni idea de que fuera a casarse. Quizá sea por eso por lo que ha pedido un préstamo.
—¿Un préstamo? —aquello le llamó la atención.
—Sí. El Departamento de Personal me ha enviado este formulario. Parece ser que el banco necesita asegurarse de que tiene un empleo antes de…
—¿Cuánto?
—Cinco mil —sacudió de nuevo la cabeza—. Estos jóvenes de hoy en día. Todo eso para tirarlo en un sólo día cuando podrían entregarlo como entrada para una casa. Es lo que le dije a mi sobrina…
—¿Has devuelto ya la solicitud? —preguntó Pedro.
—¿Solicitud?
—Sí, para el préstamo.
—No, pero la he firmado y…
—Tráemela —Pedro se dio cuenta de que su secretaria parecía tener mucha curiosidad—. Es por los intereses; a menudo los bancos se aprovechan —y añadió rápidamente—. Me gustaría echarle un vistazo.
—Por supuesto —dijo—. Y me voy a enterar de lo de su prometido inmediatamente.
—Déjalo —contestó él—. Lo cierto es que prefiero que no se lo digas. Me resulta extraño que no te haya comentado nada.
Quizá no tendría ni que molestarse con lo del novio, pensaba; si Paula necesitaba dinero… podría persuadirla.
Esperó hasta el final de la jornada laboral para llamarla, pues prefería que nadie le interrumpiera. Cuando tuvo a Paula delante fue directamente al grano, poniéndole el formulario del préstamo delante de las narices.
—¿Te das cuenta de lo mucho que quieres pedir?
Paula se preguntó cómo había llegado a enterarse de aquello, pero contestó con seguridad.
—Cinco mil dólares.
—No, querida, vas a pedir prestado el doble de eso.
—No, solamente cinco mil.
—Cinco mil al catorce por ciento de interés durante un periodo de… —bajó la vista para comprobar lo que decía la solicitud y volvió a mirarla—. Sí, desde luego, distribuido así vas a pagar mucho más de lo que te van a dar.
—Oh —ni siquiera había pensado en eso; aun así, lo necesitaba… —. Puedo pagar doscientos al mes —dijo con un tono de voz seco; aquello no era asunto suyo.
—Ya veo —la miró reflexivo—. Quizá se podría arreglar algo; me imagino que quieres esto para tu boda.
—¿Boda?
¿De qué demonios estaba hablando?
El la miró atento.
—Te vas a casar, ¿no es así?
—¿A casar.. ? —se quedó cortada, recordando de pronto lo que le había dicho—. Sí… No —no le resultaba fácil mentir—. Es decir, no exactamente.
—¿Qué quieres decir con que no exactamente? O te casas o no te casas.
—Bueno, pues no me caso —lo miró echa una furia. ¿A él qué le importaba?
—Entonces, ¿por qué mentiste?
—Yo no mentí.
—Dijiste que estabas demasiado ocupada para aceptar el puesto porque ibas a casarte.
—Lo hice porque me estaba presionando.
—¿Presionándote?
—Empujándome a aceptar un puesto que no deseo.
—¡De eso nada! Si no querías el maldito puesto, no tenías más que decirlo.
—Y así lo hice, pero quería un motivo, señor —le espetó Paula—. Además, no mentí. No dije que estuviera ocupada porque fuera a casarme, sino que estaba ocupada intentando casarme.
La miró perplejo.
—¿Es que hay alguna diferencia?
—Por supuesto que sí. Una persona puede estar a punto de casarse o estar preparándose para ello. Yo me estoy preparando.
—Ya veo —pero quedaba claro que no era así y que estaba intentando averiguarlo—. A ver si me entero. De momento no vas a casarte, sólo te estás preparando para hacerlo.
Paula asintió.
—Entonces, supongo que tendrás a alguien en mente.
—No… exactamente.
Pedro arqueó las cejas en señal más de orden que de pregunta.
—Tiene que ser un cierto tipo de persona… —dijo entrecortadamente.
—¿Un cierto tipo? —parecía tan confundido que Paula estuvo a punto de echarse a reír; pero entonces frunció el ceño y se inclinó hacia delante—. Me gustaría que me aclararas todo esto. Te vas a casar… mejor dicho, te estás preparando para casarte, y no con cualquiera sino con un cierto tipo de persona.
—¿Y qué hay de malo en eso? —tenía ganas de abofetearlo y borrarle aquella sonrisita de la cara.
—Nada, no hay nada de malo —concedió aún con expresión divertida—. Un cierto tipo… ¿Quizá rubio y con ojos azules? ¿O alto, moreno y atractivo?
—Señor, está usted siendo grosero conmigo. Si eso es todo, señor Alfonso… —se levantó para marcharse.
—Venga, espera, no te enfades —cambió de tono y la instó a sentarse de nuevo—. Estoy intentando entender todo esto… No te interesa la apariencia, sino más bien que sea un hombre rico, uno pobre…
Se levantó de nuevo muy molesta y se dirigió hacia la puerta.
—Señor, ya he tenido bastante por hoy. ¿Puedo marcharme?
El la alcanzó antes de que llegara a la puerta.
—Espera, lo siento; tranquilízate, de verdad que me interesa. ¿Qué tipo de hombre estás buscando?
—Uno que no se parezca a usted —dijo tragando saliva y sonriendo con timidez—. Sin intención de ofenderle, señor. Le prometo que no estará tan enfrascado con el trabajo como para no tener tiempo de disfrutar de su matrimonio. Y ganará lo suficiente como para que yo pueda quedarme en casa y disfrutar también; tendremos hijos, viajaremos y lo pasaremos bien.
Aquella expresión confundida no le abandonó el rostro ni por un instante.
—Parece que tendrás que encontrar a un rico jubilado para poder hacer todo eso —dijo en tono jovial.
—Quizá —dijo—si es que vamos a viajar mucho.
Por Dios, aquella mujer hablaba en serio. ¿Y qué había de nuevo en todo ello? La mayoría de las mujeres deseaban el matrimonio, ¿no? Y preferiblemente con un hombre adinerado.
Pero la mayor parte no lo admitirían tan abiertamente, y menos rechazarían una propuesta de trabajo de aquel calibre… al menos no mientras la presa esperada no estuviera aún a su alcance.
—Venga, Paula, sentémonos y comentemos todo esto —la condujo de nuevo a la silla—. Ahora estás trabajando, ¿no?
Asintió.
—Entonces, ¿por qué no puedes aceptar un empleo en el mismo lugar pero por el que recibirás más sueldo y… ?
Sacudió la cabeza.
—Es un empleo que exige mucha dedicación y no quiero verme envuelta en la vorágine de los negocios como otros…
—Muy bien —intentaría otra táctica—. Cuando conozcas a ese dechado de virtudes, y de momento no vamos a entrar en cómo o dónde será, ¿se te ha ocurrido pensar que quizá él no tenga los mismos… gustos?
Lo miró sorprendida.
—¿Por qué cree que quiero ese préstamo?
—¿Para motivarlo?
—¡Claro!
—Quien quiera que sea o donde quiera que esté.
—Hace que suene como algo…
—Como algo inútil. ¿Qué te hizo pensar en semejante cosa cuando podrías estar forjándote una profesión gratificante y bien remunerada?
—Me estoy forjando una profesión, y es el matrimonio.
—Si me permites recordártelo, el matrimonio es una unión entre dos personas.
—Bueno, normalmente es la mujer la que hace el matrimonio, por lo que yo lo considero su profesión. La más antigua profesión de las mujeres, aparte de la prostitución.
Se quedó mirando a Paula fijamente.
—El tuyo es un plan maquinado fríamente para cazar a algún hombre al que ni siquiera conoces.
—Pues sí.
Ante tal respuesta no pudo por menos que hacer una mueca.
—No hay derecho, toda esta preparación…
—La gente hace muchas más cosas para conseguir un ascenso en su empleo.
—Eso es distinto.
—No lo es. Como dije, el matrimonio es una profesión muy gratificante que te aporta cosas más valiosas que el dinero.
—Puede ser, si es que es un matrimonio como debe ser.
—¿Por qué cree que lo estoy planeando con tanto cuidado? Le aseguro que el mío será el correcto, señor Alfonso. Podré quedarme en casa con mis hijos, por una simple razón. ¿Sabe cuántos niños están medio abandonados por que nunca hay nadie en casa o porque a nadie le importa?
—No te vayas del tema. Te estás poniendo como cebo adrede para que caiga algún pobre despistado en tu trampa.
¿Por qué tenía que dar él con una mujer que estaba empeñada en casarse? Lo cual sería lo de menos si no estuviera tan convencido de que era la mejor candidata para…
—¿Eso es todo, señor Alfonso? —preguntó, preparada para marcharse.
—Un momento.
Podría estar loca, pero era una persona abierta, sin malicia, no como Reba. Tampoco era una belleza, pero ya que se mostraba tan exigente en cuanto a escoger al hombre adecuado… Sí, desde luego aquella boda tenía pinta de ir para largo.
—Siéntate por favor. Quizá podamos llegar a algún acuerdo.
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