sábado, 26 de mayo de 2018
BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 42
Pedro se echó unas gotas de aceite en la palma y se frotó las manos.
Miró con avidez a la mujer que esperaba su contacto. No sabía por dónde empezar; estaba llena de curvas, todas ellas tentadoras. Tenía la piel pálida y suave, iluminada por la luna. Se preguntó cómo cambiaría el aceite su contacto.
Extendió la mano, y...
—¿Pedro?
Pedro parpadeó. La luz del sol deshizo la visión.
Estaba de vuelta en Los Angeles, comiendo al aire libre con Gail Powers, productora ejecutiva de Swan, y con Daniel Harris, director de Free Fall.
—Perdona, ¿has dicho algo?
Gail levantó una ceja perfilada.
—He dicho que deberías probar uno de estos daiquiris de melocotón y de repente has desaparecido.
Pedro sintió un escalofrío. El fuerte aroma de los melocotones era un tormento incapaz de pasar por alto.
—Perdona —tomó su cerveza—. Ya he vuelto.
Pero no del todo. A medida que pasaba el tiempo y se iba familiarizando con la ciudad, una parte de sí se negaba a abandonar Houston.
Gail lo miró pensativa por encima del vaso, se apoyó en la silla y se cruzó de piernas. Con más de sesenta años, seguía teniendo unas piernas preciosas.
—Daniel dice que no duermes muy bien. Pareces cansado.
Pedro miró sorprendido al director, que se encogió de hombros.
—El dormitorio de Consuelo está al lado de la cocina. Te oye levantarte varias veces todas las noches. Además, pareces un muerto viviente. Eres el único habitante de Los Angeles que no está bronceado.
—¿Se puede saber a qué vienen tantas críticas? Creía que estabas contento con mi trabajo.
—No es para menos. La última escena que has remodelado va a dejar al público boquiabierto. El otro día le comentaba a Robert de Niro que tienes mucho futuro. Está impaciente por leerse el guión —tomó su martini y se puso a juguetear con la aceituna—. Eres un tipo decente. No quedan muchos como tú en esta ciudad. Pero algo te preocupa. Se lo comenté a Gail y propuso que comiéramos juntos, simplemente por comer. A veces nos concentramos tanto en el trabajo que nos olvidamos de la vida personal.
—¿Qué tal está tu familia? —intervino Gail—. Tu madre y tu hermana viven en Houston, ¿verdad?
Pedro sintió una punzada de nostalgia.
—Sí. Están bien. Esta noche mi hermana irá al baile de graduación. Me encantaría poder verla. Pero estoy segura de que mi madre le hará un montón de fotografías.
—¿Por qué no le haces unas cuantas tú también? —propuso Gail.
Pedro la miró extrañado.
—Tengo entendido que Houston tiene aeropuerto —continuó la mujer—. Si te das prisa puedes llegar a tiempo. ¿Por qué no te vas a pasar el fin de semana?
—Necesito también el lunes.
En cuanto lo dijo, Pedro se dio cuenta de que había tomado la decisión antes. No podía permitir que Paula fuera sola al juicio por asesinato. No era guardaespaldas, pero le daba igual. Daría la vida por protegerla si era necesario.
—Vaya, no hemos tenido que presionar mucho —dijo Daniel—. Claro, tómate también el lunes libre. La verdad es que creo que hasta el miércoles no te necesitaré para nada.
—Ya tienes mejor aspecto —dijo Gail—. ¿Cómo se llama?
—¿Mi hermana? Carolina.
Gail alzó la vista.
—Me refiero a la mujer de Houston de la que estás enamorado.
Pedro estuvo a punto de atragantarse con la cerveza. El insomnio, el desinterés por el sueldo, las imágenes y los olores que lo sumían en ensoñaciones los habían llevado a una conclusión que no podía negar.
—Se llama Paula Chaves. Pero algunas personas la llaman Sabrina.
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