viernes, 25 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 41





El sábado, Paula tuvo que salir. Si había algún asesino al acecho, cosa muy poco probable, le pegaría un tiro con mucha facilidad. Había prometido a algunos de sus compañeros que iría con ellos al centro comercial, para echarles una mano con los preparativos del baile. Había hecho lo que había podido, enseñándoles fotografías de revistas y catálogos con estilos y peinados que creía que les sentarían bien, pero de algunas cosas se tenía que encargar personalmente. No estaba dispuesta a defraudarlos en el último momento.


Carolina no estaba segura sobre el color del vestido que había encargado. Fred había accedido por fin a cortarse el pelo, pero Paula no confiaba en que supiera dar las instrucciones al peluquero. Eliana necesitaba una varita mágica para convertirse en princesa cuando el príncipe azul la acompañara al baile. Sonriendo para sí, Paula buscó un sitio libre en el aparcamiento. Estaba más orgullosa de haber convencido a Eliana que de haber conseguido que un mago y humorista famoso amenizara la velada.


Greg Lake, el alumno de la universidad de Rice que cuidaba el césped y el jardín de los Kaiser, le había preguntado la noche anterior si la casa de huéspedes quedaría libre cuando se marchara. Aquella mañana se le había ocurrido una idea. Había convencido a la señora Kaiser de la conveniencia de alquilar la casa, y le había recomendado a Greg como inquilino, a cambio de que él acompañase a una bella muchacha a una fiesta a ver a Alan Chaney.


Tanto la señora Kaiser como Greg estaban encantados con el acuerdo. Eliana no estaba tan entusiasmada, porque la idea de ir al baile con un desconocido la ponía nerviosa, pero Paula había ganado la carrera.


Paula vio que una mujer cargaba el maletero de un coche, y encendió los intermitentes para indicar que quería ocupar aquel espacio. Cinco minutos después entró en el centro comercial.


La libertad era maravillosa, aunque sólo fuera durante un día. Se quedó parada para absorber las visiones, los sonidos y los olores que tanto había echado de menos durante varios meses.


Una madre que empujaba un carrito de bebé, una pareja que miraba el escaparate de una joyería, un hombre, con expresión aburrida, sentado en un banco junto a un montón de paquetes, hasta que se animó cuando una atractiva joven pasó a su lado.


Aquello le encantaba. Todo estaba lleno de cosas interesantes. No entendía cómo en el pasado le molestaban los centros comerciales.


—¡Estás aquí! —la voz de Fred interrumpió sus pensamientos—. Habíamos quedado delante del cine.


Paula sonrió y se acercó al grupo.


—Ya te dije que probablemente estaría aquí —dijo Eliana.


Los tres la miraron, y Paula aprovechó para observarlos. 


Había decidido que el estilo deportivo encajaría con la constitución de Fred y realzaría su imagen. En efecto, estaba muy guapo con la camisa vaquera, los téjanos negros y las botas de montar. Pero el cambio más sorprendente se había producido cuando se cambió las gafas por lentillas. Se alegraba de que Carolina hubiera visto la luz después de que él defendiera su honor. Desde que empezó a arreglarse, las chicas del instituto se habían olvidado de que lo consideraban poco interesante, y ahora envidiaban a Carolina.


La joven estaba más guapa que nunca, sobre todo porque últimamente sonreía mucho. En ausencia de Pedro, la compañía de Fred había ejercido una buena influencia sobre ella. Se adoraban, y los dos estaban radiantes de felicidad por la admiración que despertaban en el otro. De repente, querían tener buen aspecto. La actitud positiva de Carolina, que también había subido la nota, hacía que su madre estuviera de mejor humor.


Eliana llevaba unos vaqueros y una camisa muy anchos. Un mes atrás le estarían ajustados. Cuando alcanzara su peso ideal, sus padres le renovarían el guardarropa con mucho gusto. Estaban orgullosos de su disciplina durante los últimos cuatro meses. Antes tenía el pelo precioso, largo y rizado, pero el corte por los hombros resultaba muy elegante y enmarcaba a la perfección su rostro ovalado. Con un poco de suerte encontrarían un vestido que resaltara sus mejores características.


—Vaya, nos está mirando con esa cara —advirtió Eliana a sus amigos.


—¿A quién querrá cambiar ahora? —preguntó Carolina.


—¡Deprisa! —bromeó Fred—. El último en llegar a Sam Goody será su conejillo de indias.


—Muy bien, listillo —Paula se acercó y lo tomó del brazo—. Empezaremos por tu corte de pelo.


Las tres lo acompañaron a la peluquería. Paula pasó diez minutos dando instrucciones al peluquero.


Tres cuartos de hora después, todos convinieron en que sabía lo que hacía. Fred estaba arrebatador, con el pelo negro más corto, pero no mucho, revuelto como si el viento se lo hubiera alejado.


—No te voy a perder de vista —le advirtió Carolina mientras salían de la peluquería. Fred se volvió para mirar a Paula y le agradeció el favor con una sonrisa.


A continuación fueron a ver el vestido de Carolina, aunque ella insistió en que Fred esperase fuera. Quería sorprenderlo el día de la fiesta.


Al verla con el vestido verde esmeralda, sin tirantes, Paula declaró que, sin lugar a dudas, lo sorprendería. Aquel color encajaba muy bien con su pelo y resaltaba el verde de sus ojos. Le recomendó que se lo comprara.


Ya iban dos. Sólo faltaba una.


Los enamorados se fueron al cine. Paula y Eliana se quedaron a solas. Después de dos horas, cuando estaban al borde de la desesperación, dieron en el blanco.


Encontraron un vestido de color marrón otoñal, con el corpiño ceñido y la falda de mucho vuelo. El color era perfecto, como si lo hubieran hecho para encajar con su pelo. Por primera vez desde que había perdido la apuesta se le iluminaron los ojos ante la perspectiva de ir a la fiesta.


Fue entonces cuando Paula lo supo. Hiciera lo que hiciera en el futuro, se dedicaría a ayudar a los adolescentes a sentirse bien. El trabajo de relaciones públicas la llenaba de orgullo, pero no la hacía feliz.


Era curioso que hubiera tenido que convertirse en adolescente para crecer.




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