sábado, 19 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 20




Paula cerró las manos sobre una taza de té mientras se preguntaba por lo que Pedro estaría pensando. El profesor estaba sentado a su lado y no había dicho nada desde que Paula comenzó a contarle su historia. Y ahora, parecía perdido en sus pensamientos.


Se lo había contado todo. Le había contado todo lo que había que saber sobre su pasado y todo lo relativo al asesinato de Juan Merrit y a las muertes de Miguel y de Luis. 


Y, desde luego, le había contado que era amiga de Donna desde hacía tiempo y que le había pedido que la ayudara. 


Su destino estaba en manos de Pedro, y lo sabía. Supuso que debía sentirse nerviosa por ello, pero no era así. Bien al contrario, se sentía aliviada y mucho más tranquila.


Pedro levantó su taza de café y lo probó, aún en silencio. 


Paula aprovechó la ocasión para admirarlo con detenimiento. 


No llevaba la indumentaria seria que siempre utilizaba en clase; se había puesto botas negras y unos vaqueros que se ajustaban perfectamente a sus piernas; estaban en perfecto estado, aunque desteñidos, con un color que no podían imitar los vaqueros lavados a la piedra. Pero en todo caso, la perfección de aquellos vaqueros no estaba en el tejido, sino en las piernas del hombre que los llevaba. Eran largas y musculosas, y deseaba tocarlas o sentarse encima de ellas.


Se sentía muy avergonzada. Estaba desesperada y atrapada en una situación muy peligrosa, pero se dijo que no tenía justificación alguna que explicara que se hubiera arrojado literalmente a sus brazos. Había bastado que la acariciara para que deseara besarlo. En realidad, no había mentido. 


Deseaba todo lo que pudiera darle y más. Pero era el hombre equivocado en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Era el hombre de Donna.


Paula dejó la taza de té a un lado, y se preguntó por el lugar al que habría ido a parar la pragmática y fría mujer que había sido. La mujer que había estado a punto de casarse con Marcos por puro interés.


—Muy bien —dijo Pedro, de repente—. Háblame otra vez sobre el hombre que asesinó a Juan Merrit.


—¿Qué quieres saber?


—Me has contado lo que hizo y también sé que alguien, probablemente contratado por él, te disparó al día siguiente rompiendo uno de los cristales de tu casa.


Paula se estremeció al pensar en ello. Si no se hubiera apartado en aquel preciso instante para cambiar de canal de televisión, la habría matado.


—Háblame sobre ese hombre, y sobre sus motivos.


—Se llama Lester Jacobs. No lo supe hasta que di la descripción a la policía y me enseñaron su fotografía. Al parecer es dueño de una constructora. Cuando legalizaron los casinos en Texas, compró una propiedad en Galveston y otra en San Antonio.


—En tal caso, debe de ser rico...


—Creo que tiene muchas deudas. Tom Castle, el fiscal que lleva el caso, me comentó que estaba endeudado hasta las cejas. Dijo que había invertido todo su dinero en ese negocio.


—Comprendo. Pero Merrit se había presentado a gobernador y tenía intención de prohibir los casinos...


Paula asintió.


—En efecto. Merrit era muy conservador, pero tenía carisma y sus posibilidades ascendían día a día. La última encuesta, antes de que lo mataran, decía que iba a ganar las elecciones.


—Y Jacobs decidió asesinarlo. Sí, todo encaja. Tuve ocasión de conocer a Merrit el año pasado. Vino a dar una conferencia al instituto, y me pareció un hombre muy carismático, como dices. De hecho, se suponía que iba a volver este año para hablar con la dirección del instituto sobre los fondos públicos para educación.


Paula tuvo que apartar la mirada. Estaba a punto de llorar. 


Había hecho todo lo posible por olvidar la muerte de Juan Merrit, pero no lo había conseguido, y la mención de su nombre bastaba para sumirla en una profunda depresión.


Lo habían matado cuando sólo tenía cincuenta y dos años, cuando estaba a punto de alcanzar la cima de su carrera. Y con su muerte, Paula había perdido a uno de sus mejores amigos.


De repente, Pedro la tomó de la mano para animarla. Paula lo miró. Era una mano grande y cálida, y le dio el valor suficiente para enfrentarse a un secreto que había ocultado durante meses.


Pedro... yo maté a Juan Merrit.



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