sábado, 19 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 19




Paula intentó liberarse, pero sin éxito. La atmósfera se cargó de tensión, y Sabrina decidió que tendría que actuar realmente como Lolita para salir de aquel callejón sin salida. 


Así que alzó la mano libre y acarició la cara de Pedro, que la miró con evidente sorpresa.


—Supongo que no tiene sentido que me resista, puesto que ya lo has descubierto —dijo ella, haciéndose la mujer fatal—. Es una lástima que no te hayas afeitado antes de venir.


Pedro sentía una intensa atracción por ella, pero no se dejó engañar tan fácilmente. Bien al contrario, se apartó de ella como si quemara. Sin embargo, sólo logró que Paula pasara una mano por detrás de su cuello.


—Ya basta, Sabrina. Ya te has divertido lo suficiente.


—Te equivocas, aún no he empezado a divertirme —dijo, acariciando los labios de Pedro—. Ni tú tampoco.


Pedro retrocedió, pero Paula no se apartó de él.


—A veces, cuando estamos en clase, me he dejado llevar por la fantasía de poder acariciarte —dijo ella.


—Muy bien, tú ganas. Me marcho.


—No, no te vayas.


Pedro tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para alejarse de allí.


Pedro...


El sonido de su nombre lo detuvo. Alfonso la miró, incapaz de moverse. Era preciosa; tan bella, que sentía la irresistible necesidad de tocarla, aunque sólo fuera una vez, y a pesar de lo que le decía su sentido común.


Segundos más tarde se había dejado llevar por sus deseos. 


Extendió una mano y acarició una mejilla de Sabrina. Su piel era tan suave como había imaginado, tan suave como el terciopelo, y su aroma resultaba igualmente encantador. 


Ningún perfume lo habría excitado tanto. Olía maravillosamente bien.


No obstante, Pedro sabía que Sabrina era una fruta prohibida para él. Tenía que alejarse de allí en seguida. Y lo habría conseguido si no la hubiera deseado tanto. Tenía la impresión de que lo único que importaba en el mundo, en aquel momento, era ella; y Sabrina debió notarlo, porque se apretó contra él.


—Sabrina... —dijo él, en voz muy baja.


Pedro bajó la mirada y vio que Sabrina se había humedecido los labios con la lengua. Acto seguido, alzó una mano y acarició el labio superior de la mujer, que entreabrió la boca.


Estaba excitada, y la evidencia de su excitación aumentó aún más la excitación del profesor.


—Dime lo que te gusta —murmuró Pedro, a su oído—. Dime lo que quieres.


Paula se quedó muy quieta, como si estuviera pensándolo. 


Pedro no había estado tan excitado en toda su vida.


—No lo sé —dijo ella—. Nunca había sentido nada así. Quiero... lo quiero todo.


—Bueno, creo que podemos arreglarlo. Entre adultos podemos hacer todo lo que...


Pedro no terminó. Acababa de recordar que allí sólo había, hipotéticamente, un adulto. En un instante de lucidez, comprendió que estaba a punto de cometer un error. Era un profesor, un hombre adulto que estaba a punto de seducir a una alumna, a una joven que ni siquiera era mayor de edad, a una joven sin experiencia, vulnerable.


Tenía que marcharse, así que se apartó de ella.


Pedro, no pasa nada... —dijo Sabrina.


—Te equivocas —declaro él, confuso—. ¿Es que no comprendes lo que he estado a punto de hacer? Un minuto más y habrías estado tumbada en el sofá, o en el suelo.


Pedro...


—Te lo juro, Sabrina. Nunca había tocado a ninguna alumna de ese modo, en toda mi vida. Sólo quería unas cuantas respuestas, y no sé cómo es posible que haya terminado comportándome de ese modo.


Pedro...


—No te preocupes. Yo mismo hablaré con la dirección mañana a primera hora y...


—¡Pedro! —espetó Sabrina, para que la escuchara—. Deja de culparte. He sido yo quien ha empezado esto, y no he querido detenerte en ningún instante. Además, no vas arruinar tu carrera con algo tan absurdo. Y ahora, si me escuchas...


—¿Por qué? —preguntó él, atormentado—. No puedes decir nada que haga que me sienta mejor, nada que excuse un comportamiento inexcusable. Así que será mejor que no lo intentes.


Sabrina lo miró con ojos brillantes, con intensidad, y Pedro no pudo hacer nada salvo escuchar.


—Me llamo Paula Chaves, no Sabrina Davis. Soy de Fort Worth, de Texas, no de San Diego. Y para tu información, no tengo dieciocho años, sino veintisiete. Como ves, soy mayor de edad.




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