sábado, 19 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 21




Pedro no reaccionó ante la declaración de Paula. Se limitó a mirarla como si no hubiera dicho nada.


—Eso es ridículo —declaró al cabo de unos segundos—. Lo hizo Lester Jacobs. Tú misma lo viste.


—Exacto. Lo vi, pero no hice nada. No intenté ayudarlo, y ni siquiera grité como esas estúpidas mujeres de las películas que tanto me disgustan. No sé, si hubiera gritado tal vez lo habría confundido.


—Tal vez, pero habría sabido que estabas allí. Hiciste lo correcto, Sabrina. Perdón, Paula —corrigió—. Gracias a eso, estás viva y puedes declarar en el juicio. Además, no habrías podido enfrentarte a él con éxito. Te habría matado con el cuchillo que usó para asesinar a Merrit, y no creo que el regalo que llevabas te hubiera servido como defensa, ni siquiera como arma arrojadiza.


Paula le había contado que aquel día había ido a ver a Merrit para regalarle una corbata. Había estado trabajando todo el día y no había podido hacerlo antes, pero nadie abrió la puerta cuando llamó. De hecho, se dirigió al jardín trasero porque oyó voces y pensó que Merrit estaría allí.


—Fallé a Juan cuando más me necesitaba, y le debo tanto... fue el responsable de que me ascendieran en el trabajo. Se fijó en los resultados que había obtenido con algunos clientes y pidió personalmente que trabajara con él hasta el día de las elecciones. Podría habérselo pedido a alguno de los directivos de la empresa, o a una persona con más experiencia, pero no lo hizo. Creyó en mí.


—Lo haría porque eres buena en tu trabajo —dijo Pedro—. No te hizo ningún favor. Sólo quería a la mejor.


Paula rió con amargura.


—Sí, no puedo negar que era buena. Mejoré su imagen e incrementé el efecto de su carisma. Le ayudé mucho con la opinión pública. Y no dejo de pensar que si no lo hubiera ayudado tanto, Lester Jacobs no habría tenido ningún motivo para asesinarlo.


—Paula, ¿piensas realmente lo que dices? Los motivos de Jacobs no guardan ninguna relación con tu trabajo como relaciones públicas. Ese Jacobs creó su propio infierno, y una noche prendió fuego a todo lo que le rodeaba. Deja de culparte por ello.


—Soy una cobarde, Pedro, y no me siento orgullosa de ello. Pero por fin puedo confesarlo en voz alta.


Paula lo miró y pensó que su mejor amiga tenía razón. Los ojos de Pedro cambiaban de color dependiendo de su humor. Pero Donna no le había contado un par de detalles que acababa de descubrir. Cuando Pedro estaba irritado, las motas marrones de sus ojos se notaban mucho más.


—Vamos a ver si lo he entendido —dijo Pedro—. Eres una cobarde porque puedes testificar contra el asesino en lugar de haber asistido a tu propio entierro. Eres una cobarde por haber puesto tu vida en peligro y por tener que alejarte varios miles de kilómetros de tu casa. Supongo que verte obligada a cambiar de identidad también es una cobardía. Venga, Paula... hasta los profesores están impresionados por el valor que demostrarte al enfrentarte a Wendy y a los suyos. Hay muchas cosas que podría decir cuando pienso en ti. Pero la palabra «cobarde» no se encuentra entre ellas. Y en cuanto a lo que le dijiste a Bruce... bueno, me habría gustado ver su cara.


Paula lo miró, sorprendida.


—¿Cómo sabes eso?


—Piénsalo un poco. Hablaste con él delante de Tony, y esos dos han estado compitiendo desde que llegaron al instituto. Tim Williams escuchó la conversación que mantenían ciertos alumnos, y luego me lo contó en la sala de profesores. Me dijo que Carolina estaba con Bruce en el corredor.


—Sí, es cierto.


—¿Te pareció que estaban saliendo juntos?


Paula se puso tensa. No quería hablar de Carolina, pero Bruce era un gran problema.


—Bruce actuaba de forma posesiva, pero tengo la impresión de que Carolina no se encontraba cómoda. Por eso me acerqué a hablar con ellos. Ah, lo olvidaba... Bruce le metió algo en el bolsillo. Probablemente sólo era una nota, pero he pensado que deberías saberlo.


—Ya lo sabía, y no era una nota. Mi madre encontró unas anfetaminas en la habitación de Carolina. Sospeché de Bruce inmediatamente, pero mi hermana no quiso decir nada. Pensé que Carolina estaría a salvo de ciertas cosas en el instituto Roosevelt, pero me equivoqué; esos chicos tienen demasiado dinero y están demasiado mimados.


—¿Cómo reaccionó tu madre cuando lo supo?


Pedro suspiró, frustrado.


—Le he prohibido a Carolina que se relacione con Bruce, pero no puedo vigilarla las veinticuatro horas del día.


—Está resentida contigo, ¿lo sabes? —preguntó Paula—. Pero es natural a su edad. Lo malo del asunto es que sólo eres su hermano mayor. Tal vez sería mejor que interviniera vuestra madre.


—A mi madre no le importa. Ni siquiera le importó que yo tuviera que olvidar todos mis sueños con tal de...


Pedro no terminó la frase, pero ya había despertado la curiosidad de Paula.


—¿A qué te refieres?


—Olvídalo. No tiene importancia.


—¿Es que no te gusta enseñar? Eres tan buen profesor que...


—Me encanta enseñar. No tiene nada que ver con eso.


Paula pensó en lo que acababa de decir. Por alguna razón, Pedro se había visto obligado a renunciar a sus sueños, siquiera temporalmente. Y Paula sabía mucho acerca de lo que eso significaba. No en vano, había tenido una adolescencia muy problemática, una adolescencia llena de temores, sin nadie en quien confiar, sin contar con nadie que la escuchara.


—Vamos, Pedro, cuéntamelo —declaró—. No nos vendrá mal una brisa fresca. Además, necesito olvidar el asunto de Juan. Sé que se trata de algo demasiado personal y entenderé que no quieras contármelo, pero me interesa de verdad. Me encanta conocer los sueños de los demás.


—¿Me estás presionando?


—En cierto modo, sí. Ten en cuenta que me dedico a trabajar con la imagen de los demás, ayudándolos a obtener lo que desean. Ese es mi sueño. Quería labrarme un futuro profesional, sin contentarme con un trabajo cualquiera y con la posibilidad de tener hijos en el futuro.


—Es decir, no quieres ser un ama de casa normal y corriente.


—Desde luego que no. Además, mi horario de trabajo no deja mucho tiempo para tener hijos. Pero volviendo al tema... ya te he contado mi sueño, y sería justo que tú me contaras el tuyo.


Pedro la miró con ironía.


—Supongo que no tienes intención de permitir que cambie de tema...


—Has acertado —sonrió.


—Muy bien, como desees. Quiero ser guionista de cine.


—Vaya... ¿por eso llevas siempre esa libreta? ¿Para escribir guiones?


Pedro asintió.


—No esta nada mal —sonrió ella—. ¿Has terminado alguno, o estás en ello?


—He terminado varios guiones, pero sólo he conseguido que me acepten uno.


Pedro lo dijo con un entusiasmo poco habitual en él. Paula estaba encantada con el cambio que se había producido en el serio profesor. Había empezado a gesticular más, a actuar con más libertad. Veinte minutos más tarde, cuando ya había escuchado toda la historia, estaba sinceramente impresionada.


—¿Y qué ocurrirá si Free Fall es un éxito? ¿Dejarás la enseñanza?


El entusiasmo de Pedro disminuyó un poco.


—Sí. Me prometí a mí mismo que lo dejaría cuando Carolina termine los estudios. A partir de entonces, será mi madre la que tenga que ocuparse de ella. Pero el asunto de las anfetaminas me preocupa. No he tenido ocasión de hablar con Carolina sobre los peligros de experimentar con ciertas cosas.


—¿Quieres hablar con ella, o recriminarle su actitud?


—Recriminársela, desde luego —respondió él, con ironía—. Y luego la encerraré durante varios meses en su habitación.


—¿A pan y agua?


Pedro se relajó un poco.


—No, sin agua. Cuando llueva, podrá sacar una taza por la ventana y llenarla.


Por primera vez en mucho tiempo, Paula rió de buena gana. Se sentía mucho más tranquila después de haber compartido sus temores con Pedro, y el profesor la encontró más atractiva que nunca.


—Deberías reír más a menudo —dijo él, en voz baja.


—Sí bueno... te recordaré eso en clase.


Pedro no sonrió, pero ella tampoco lo hizo. Estaban demasiado cerca el uno del otro, y la tensión era evidente. 


Podía sentir el calor del cuerpo de Pedro, y le costaba respirar.


—Menos mal que tienes veintisiete años —dijo él, súbitamente—. Empezaba a pensar que soy un bicho raro. Te comportabas de un modo tan maduro, con tanta inteligencia..., sabía que había algo raro en ti, algo poco común en una jovencita, y no podía dejar de pensar en ti. Pero puede que no me hubiera fijado si no te hubieras enfrentado a mí por el asunto de Steinbeck. Por cierto, ¿de qué color es tu pelo realmente?


—¿Cómo? —preguntó, llevándose una mano a la cabeza—. Ah, mi pelo... Es rojo. Bueno, rojo anaranjado. Pensé que sería adecuado para la caracterización de Sabrina. Sé que es bastante atrevido, pero Donna está de acuerdo conmigo en...


—Paula...


Paula dejó de hablar y lo miró.


—Me refería a tu color natural —continuó él.


—Ah, claro. Es oscuro, como mis cejas. No me las he teñido.


—Entonces tienes el pelo de color negro, como Elizabeth Taylor. Aunque supongo que te habrán comparado con ella muchas veces, ¿no?


—Bueno... Marcos solía decir eso cuando me vestía de forma particularmente elegante, o cuando necesitaba un favor.


—¿Marcos? —preguntó él, con evidente interés.


—Marcos Granger. Es concejal en Dallas. Nosotros... estábamos saliendo.


—¿Era algo serio, o superficial?


Paula deseaba decir que no era serio, que no significaba nada para ella, pero se decidió por la verdad.


—Era algo serio. De hecho, es posible que nos casemos.


—Comprendo —dijo Pedro, con expresión de tristeza—. Bueno, te aseguro que me acordaré de ti cuando consiga vender mi primer guión.


Las palabras de Pedro fueron muy dolorosas para Paula. Pero no supo qué decir, de modo que tomó su taza de té, ya vacía, y se dirigió a la cocina. Acababa de levantarse cuando sonó el teléfono y tuvo que contestar.


—¿Dígame?


—Menos mal que estás bien —dijo Donna, muy aliviada—. He llamado a la abuela, pero ha saltado el contestador. Supongo que se habrá dormido, pero me he preocupado de todas formas.


—No se sentía muy bien, así que se ha ido temprano a la cama —explicó—. Pero pareces bastante preocupada... ¿ha ocurrido algo?


—Paula... ¿mi abuela te ha dicho algo sobre alguna persona que haya pasado por casa preguntando por ti?


Paula miró a Pedro.


—No —se apresuró a responder—. ¿Por qué lo preguntas?


—Porque he pasado veinte minutos hablando con un tipo del ministerio de justicia. Creo que he conseguido convencerlo de que no sabía nada del asunto, pero si consigue seguir tu pista...


Paula no necesitó que terminara la frase.


—Si da conmigo, también podría hacerlo el asesino —declaró.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario