sábado, 10 de febrero de 2018

BAILARINA: CAPITULO 27





Incluso en el avión que la llevaba a Seattle, Paula no podía pensar en otra cosa que no fuera Pedro Alfonso. Era un verdadero enigma para ella. 


Siempre con aquel aspecto relajado e informal, hiciera lo que hiciera: bailar, jugar al ajedrez o simplemente, estar en su barco, con unos vaqueros y un polo viejos, removiendo un cazo de sopa. Era difícil creer que se trataba del esforzado periodista que había escrito sobre revoluciones y golpes de estado que había visto en cualquier parte del mundo. Devoraba sus artículos, tan inmersa en lo que decía como en lo que era... un hombre alto, apuesto y libre, moreno y siempre despeinado con una perenne sonrisa amplia y radiante. Tenía unos ojos oscuros que la miraban con tal intensidad que algunas veces llegaba a pensar que quería horadar su alma.


—¿Vive en Seattle? —le preguntó el hombre que viajaba a su lado.


—No, sólo voy de visita —replicó ella, fingiendo estar absorta en la revista que tenía abierta sobre las piernas.


No quería hablar con un extraño, sólo quería pensar en Pedro. Le gustaba el modo en que la hablaba, en que la escuchaba, con total concentración. Y cuando la besaba... Cerró los ojos, recordando. Su cuerpo se derretía, respondiendo a la demanda suave y apasionada de sus labios y reviviendo con sus caricias. Lo deseaba. Deseaba estar entre sus brazos, rendirse al deseo excitante y erótico que evocaban sus caricias. Deseaba...


Se incorporó, pasó la página y la miró. ¿Qué iba a hacer con Pedro Alfonso? ¿Cuándo podría decírselo?


Pero no podía hacerlo. Otras personas dependían de ello. Su madre, por ejemplo. Su madre había llevado una vida muy dura, bailado en lugares en los que ella ni siquiera se atrevería a entrar. Sí, el bar de Spike le había abierto los ojos, revelando algo que nunca había sabido. Pero Delia era muy honesta y nunca perdonaría a una mujer que había engañado a un hombre para que le diera una suma tan enorme de dinero.


Sí, también le había mentido a su madre.


¿Y Juan Goodrich? ¿Cómo había podido no desmayarse cuando la madre de Pedro se lo presentó en aquella fiesta? Guardó la compostura al darle la mano, pero no pudo evitar sonrojarse de la cabeza a los pies. Si llegara a saber que ella era Deedee Divine...


Si su madre se enteraba de lo que había hecho.


Si lo sabía Pedro. Y lo sabría si alguna vez conocía a su madre. Podía oír a Delia, decirle con toda su sinceridad: «Soy bailarina, sí. Y apuesto a que he dado la vuelta al país varias veces», diría y se reiría, entonces él le haría preguntas y lo averiguaría todo.


Pedro y su madre no debían conocerse. Tal vez debiera buscar otro empleo, salir de San Francisco. Pero amaba su trabajo y amaba a Pedro.


Había arruinado su vida con una sarta de mentiras.


Su madre tenía un aspecto magnífico, radiante.



—Me siento maravillosamente, Paula.


—Cuánto me alegro —dijo abrazándola. Aquello valía más que un millón de mentiras.


—Los doctores quieren que me quede por aquí algunos meses más. Pero no ven ninguna complicación y están asombrados por mis rápidos progresos. Debo escribir al señor... ¿Cómo se llama? ¿Goodlaw? Si no hubiera sido por él...


—Oh, mamá, la gente como ésa ni repara en todas las personas a las que ayudan.


—¿No? Yo creía que se alegraría de saber lo que su amabilidad ha supuesto para mí. Sé que no ha respondido a la primera carta que le envié, pero...


—¡Mamá! Probablemente ni siquiera la vio. Esa gente está rodeada de secretarias, contables y... abogados. Nueve de cada diez veces ni siquiera saben dónde va su dinero.


—No puedo creerlo. Yo creo que le gustaría saber el milagro que ha hecho para mí, y voy a escribirle.


—De acuerdo, mamá. Si así te sientes mejor, yo la echaré al correo.


Otra mentira más. Cambió de tema y se puso a hablar de Angie y del nuevo piso.


—¿Qué hay de tu vida social? —le preguntó la tía Mariana—. ¿Algún hombre nuevo?


—No muchos —le replicó ella. Sólo uno y no quería hablar de él. Volvió a cambiar de tema y se puso a hablar de su trabajo y de sus clientes.


Su madre puso un interés particular en Joe Daniels y su estudio de baile.


—A lo mejor me da trabajo.


—Mamá, no necesitas volver a trabajar.


—Bailar no es un trabajo. Y enseñar podría ser fantástico, no como ir por ahí bailando en cualquier parte.


— Ya veremos —dijo y volvió a cambiar de tema.


Les habló del asunto Saunders y de la conferencia de prensa. Recordó que Pedro no había escrito una sola palabra de la misma y se preguntó por qué.



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