jueves, 9 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 11




Pedro comprobó que el té estuviera caliente. Echó una última mirada a la escena que había preparado en el porche para asegurarse de que era perfecta; después, llamó a la puerta de Paula.


—¿Pedro? —preguntó ella, con voz confundida.


El odiaba ese tono en su voz. ¿Por qué insistía en verlo como un enemigo?


«Porque llegaste aquí y la amenazaste. Por eso, idiota». 


Apartó aquel pensamiento deprimente de su mente. Sería encantador. Se convertiría en alguien indispensable. Haría que a ella le gustara. Después, querría que la pequeña lo tuviera como tío. Satisfecho con sus planes, abrió la mosquitera. Ella llevaba un traje de chaqueta azul. Estaba claro que iba a una reunión; aun así, seguía teniendo esa apariencia dulce y delicada. Totalmente apetecible.


—Te he traído el desayuno —dijo él, intentando apartar aquellos pensamientos. Si no conseguía controlar el deseo que le inspiraba aquella mujer, la madre de su sobrina, o lo estropeaba todo o se volvía loco. O las dos cosas a la vez. 


¿Qué había en ella que su mente siempre la veía desde un punto de vista sexual?


—¿Por qué me has traído el desayuno? —preguntó ella confundida.


—Dijiste que estabas intentando lanzar tu negocio. Me he imaginado que eso implica mucho trabajo y quería asegurarme de que empezabas bien el día. Y parece que no estaba nada equivocado —dijo señalando hacia la barra de cereales que ella llevaba en la mano—. Eso no es tan sano como parece. ¿Has leído la información nutricional?


Ella miró la barrita.


—Se supone que tiene muchas vitaminas y es rápido —miró el reloj—. Tengo una reunión a las diez.


Pedro le quitó la barra de la mano.


—Me alegra haberme levantado temprano —hizo un gesto hacia la mesa que había preparado en el porche. Encima había un bol con fruta fresca. Dentro de una fiambrera había puesto los huevos revueltos con beicon.


—Es muy agradable —dijo ella mientras tomaba asiento—. No sabía que supieras cocinar.


—En realidad no sé, pero he encontrado un libro de cocina de los antiguos dueños. También hay otros libros que quizás te interesarían para tu nueva tienda. Uno de ellos es de los años veinte o treinta sobre cómo ser una esposa perfecta.


Ella lo estaba mirando con verdadera sorpresa.


—¿Has necesitado mirar un libro de cocina para hacer unos huevos?


—Normalmente, no tengo que cocinar. Pero te lo dije, todo está en los libros.


Ella se rió y se lanzó sobre los huevos. Sirvió una buena cantidad en un plato y se lo pasó a él; después, se sirvió una porción mucho más pequeña para ella.


Él intentó cambiar los platos.


—Tú tienes que comer más.


—No, gracias. Tengo suficiente.


—De acuerdo, pero tómate tu zumo. Se supone que esto es una comida, no un aperitivo.


—¿Has leído eso en alguno de los libros que has encontrado?


Él se rió.


—No; compré unos cuantos libros sobre el embarazo en Devon. No he tenido mucho tiempo para leerlos; estas dos semanas en la oficina han sido terribles. Pero ya voy por el capítulo sobre nutrición. El resto parece fascinante.


Paula lo miró, con el ceño ligeramente fruncido.


—No había pensado en el bufete. ¿Qué vas a hacer con tu carrera?


—Soy socio del despacho y tengo algunas ventajas. Acabé las cosas que tenía pendientes y hablé con mis clientes para decirles que me tomaba unas vacaciones.


—¿Así de fácil?


No había sido tan sencillo, pero Pedro no quería hablar de todo eso con Paula.


—No te preocupes.


Pedro sonrió y miró hacia la pequeña casa al otro lado de la carretera a la que se había mudado el día anterior. En realidad, veía posibilidades en aquel lugar para utilizarlo como retiro cuando quisiera alejarse de la presión de su vida cotidiana. Se sentía más relajado de lo que había estado en muchos años.


—Tus padres te echarán de menos —dijo Paula—. Te llevas mejor con ellos que German, ¿verdad? Por lo menos, vives en la casa que me ofreciste de Bellfield. ¿Verdad?


Él dejó escapar un gruñido. Era muy difícil hablar de la relación con sus padres. Más difícil desde que German, la única persona que podía comprenderlo, se había ido. Pero no quería que ella lo culpara si un día su madre le causaba problemas con el bebé. Así que decidió que ella debía tener clara cuál era la relación entre ellos.


—Vivo en Bellfield porque es apropiado —sobre todo para sus padres.


Él viajaba mucho, pero no tanto como ellos. Alguien tenía que ocuparse del mantenimiento de la casa y de la propiedad.


—¿Quieres decir que tampoco tienes mucha relación con ellos?


—Son unas personas muy ocupadas y nunca han tenido mucho tiempo; especialmente para sus hijos.


—Oh. Eso es... es muy triste —ella se quedó mirando su plato vacío y después levantó la cara hacia él. Él vio la tristeza en sus sorprendentes ojos de color azul verdoso y se arrepintió de haberle contado tanto.



—Será mejor que me vaya —dijo ella después de un rato de silencio—. Ha sido una agradable sorpresa y una manera magnifica de empezar el día. Gracias, Pedro.


Paula volvió al interior de la casa y enseguida salió con el bolso y las llaves en la mano.


—Me marcho ya. Gracias de nuevo.


Pedro se quedó mirándola mientras se alejaba. Aquella mujer le había dado la vuelta a su mundo y temía no haberlo hecho sólo por el bebé o por ella; sino por lo que le hacía sentir cuando estaba cerca. Y aquello significaba que tenía un problema. El problema se presentaba porque él estaba disfrutando de cada minuto.


Meneó la cabeza y se puso recoger las cosas de la mesa.




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