sábado, 28 de octubre de 2017

NO TE ENAMORES: CAPITULO 10



Fue una de las ferias más interesantes y más rentables a las que Paula había asistido desde que heredó el negocio de su padre. Pero al final de la jornada, cuando guardó las cosas en el maletero y arrancó el vehículo para volver a casa, sólo podía pensar en el hombre que la seguía en un todoterreno de color negro.


La actitud de Pedro Alfonso cambió radicalmente cuando le dio permiso para investigar los registros de la librería. Volvió a la mesa de Archivos Nacionales y se dedicó a charlar, a bromear y a reír con la gente que se acercaba. Paula lo estuvo observando y llegó a la conclusión de que era un hombre sumamente interesante.


—Deja de pensar tonterías —se dijo en voz alta cuando ya había llegado a Washington—. Es un agente del Gobierno. Su interés por ti es puramente profesional.


Se dijo que aquella noche tampoco dormiría bien. Se conocía lo suficiente como para saber que Alfonso volvería a sus pensamientos y que le negaría el descanso que necesitaba con desesperación. Pero de momento, tenía problemas más importantes. Como encontrar un sitio donde aparcar.


En cualquier otra circunstancia, la búsqueda de aparcamiento le habría resultado frustrante; pero mientras pasaba por las calles cercanas a la librería, sonrió. Adoraba Washington D.C. durante las vacaciones.


Aunque faltaba más de un mes para Navidad, las tiendas y los bares del barrio ya habían adornado sus escaparates con la decoración típica de la época. Y por supuesto, todo estaba lleno de gente.


Después de dar muchas vueltas, vio que un coche dejaba un hueco delante del supermercado chino, justo en la calle de la librería. Era un hueco pequeño, pero su utilitario cabía de sobra y pudo aparcar antes de que le robaran el sitio. 


Cuando salió del coche y se giró para buscar a Pedro con la mirada, comprendió que lo había perdido en alguna parte durante la búsqueda de aparcamiento.


Abrió el maletero, sacó las cosas y empezó a andar. 


Obviamente, sabía que el agente federal conocía la dirección del establecimiento y que lo encontraría con facilidad.


El edificio de la librería tenía un siglo y medio de vida, y había sido de todo durante su larga historia, desde estudio de fotografía hasta restaurante indio, pasando por tienda de pompas fúnebres. Sin embargo, había empezado como taberna y todavía conservaba el escaparate, la chimenea y los revestimientos de madera del interior. En cuanto su padre vio el local por primera vez, se enamoró de él.


Era perfecto para sus intenciones. En la planta baja estaban las salas de la tienda y la cocina; en la primera, las habitaciones de la casa. Lo compró seis meses después de que la madre de Paula muriera y se mudaron inmediatamente. Era el único hogar que ella conocía. 


Había crecido en él y no se imaginaba viviendo ni trabajando en otro sitio.


Pedro apareció en la esquina en ese momento y apretó el paso para ayudarla con las cajas, aunque ya había llegado a la librería.


—Deja que te eche una mano. Deberías haberme esperado —dijo.


Ella suspiró, aliviada.


—Gracias. Te habría esperado, pero no sabía dónde estabas. ¿Has conseguido aparcar?


—Sí, a pocos metros de aquí —respondió.


Paula introdujo la llave en la cerradura, pero antes de que la girara, la puerta se abrió silenciosamente.


—¿Echaste la llave antes de marcharte? —preguntó él, extrañado.


Ella frunció el ceño.


—Siempre echo la llave cuando me marcho, aunque sólo sea para ir al buzón de la esquina —declaró.


—¿Estás segura?


—Por supuesto que lo estoy. Incluso conecto la alarma —dijo, confusa —. No entiendo nada… ¿Cómo es posible que la alarma no haya sonado? Además, la puerta estaba abierta y sé que la cerré.


Pedro sacó su teléfono móvil.


—No sé qué habrá pasado, pero lo voy a averiguar enseguida.


—¿A quién llamas?


—A la policía. Los allanamientos de morada no entran en mi
jurisdicción.


Menos de quince minutos después, un coche patrulla se detuvo frente al edificio. Pedro se adelantó a Paula y se acercó con una sonrisa al agente que salió del vehículo.


—¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿No tenías el día libre? — preguntó.


—Sí, pero cambié el turno con Larry López. ¿Qué ocurre? ¿Has llamado tú?


Pedro asintió y le explicó lo sucedido.


—Ella es Paula Chaves, la dueña del establecimiento. Paula, te presento a mi hermano Damian.


—¡Oh, Dios mío…! ¿Los dos sois policías?


Damian le estrechó la mano y dijo:
—Los dos, no; los tres. Leandro trabaja para el FBI.


—Lo llevamos en la sangre —explicó Pedro—. Nuestro padre también fue policía.


—¿Y tú? ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Damian, frunciendo el ceño.


Pedro le resumió el caso que estaba investigando y añadió:
—Venimos de una feria de coleccionistas en Arlington. Seguí a Paula para que me enseñara los libros de registro de su padre y al llegar, la puerta estaba abierta.


—¿Y estás segura de que la cerraste?


Pau asintió.


—Absolutamente segura —respondió con firmeza—. La cerradura se atasca de vez en cuando, de modo que siempre la compruebo dos veces para quedarme tranquila. Cuando me marché esta mañana, estaba cerrada.


—¿Y la alarma? ¿Cabe la posibilidad de que olvidaras conectarla?


—No. Recuerdo que la conecté mientras hablaba por teléfono con mi amiga Silvina.


—¿No hay nadie más que tenga llave ni el código de la alarma? Tal vez un vecino, o quizás un ex novio…


Ella sacudió la cabeza.


—No, nadie. Tenía intención de cambiar el código de mi padre y hacer una copia de la llave para dársela a Silvina, pero nunca me acuerdo.


—Puede que tu padre se los diera a alguien…


Paula palideció.


—¿Crees que algún amigo suyo ha entrado en la librería?


—Es lo más probable —se adelantó Pedro—. Si la alarma funciona bien, el que ha entrado tenía el código y la llave. Y si afirmas que no se los has dado a nadie, tiene que ser alguien relacionado con tu padre.


—De todas formas, no saldremos de dudas hasta que entremos —les recordó Damian—. Venga, vamos a echar un vistazo.


Damian ordenó a Paula que se quedara en la calle hasta que
terminaran de registrar el edificio. Después, empujó la puerta con sumo cuidado para no hacer ruido, y desapareció en el interior en compañía de Pedro.









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