sábado, 28 de octubre de 2017

NO TE ENAMORES: CAPITULO 12






Pedro se dijo que había cosas en la vida que un hombre debía olvidar. Y que besar a Paula Chaves era una de esas cosas.


Por desgracia, no conseguía olvidarlo; cada vez que bajaba la guardia, ella volvía a sus pensamientos y lo tentaba y lo seducía. Ya había transcurrido una semana desde que se dejó llevar y tomó su boca, pero todavía sentía su sabor.


Y lo estaba volviendo loco.


Como en tantas otras ocasiones, se repitió no era para tanto, que sólo había sido un beso, que había besado a muchas mujeres a lo largo de su vida.


Pero no lo podía olvidar. Siete días después, seguía en su piel y en su memoria. Era lo mismo que le había pasado con Carla.


Al pensar en su ex, apretó los dientes. Cuando se enamoró de ella y se casó, pensó que había encontrado el tipo de amor que sus padres sentían, el que los había unido durante toda una vida. Sin embargo, su amor había resultado ser una fantasía, un sueño. Carla no le demostró quién era en realidad hasta que se marchó y le quitó a su hijo.


Por su culpa, ni siquiera sabía si podría volver a confiar en una mujer.


Pero Paula era distinta. Había entrado en su mente y lo asaltaba todo el tiempo.


La situación le resultaba tan inquietante que mantenía las distancias con ella. Cuando se veía obligado a llamarla por teléfono para informarle de la evolución del caso, era breve y se atenía a las cuestiones puramente profesionales.


Pero daba igual. Cada vez que se cruzaba con otra mujer, veía la cara de Paula. Y cuando iba a su barrio, no se podía resistir a la tentación de pasar por delante de la librería.


Era desesperante. No sabía qué hacer.


Mientras se dirigía a cenar a casa de su madre, se dijo que tenía que dejar de pensar en ella. El único vínculo que los unía eran los documentos robados. Cuando los encontrara, podría dejar de verla.


Lamentablemente, estaba en un callejón sin salida. Había interrogado a casi todas las personas de la lista de Paula, y todas negaban su relación con los robos y tenían coartada para la noche en la que entraron en la librería. Sólo esperaba que las huellas dactilares arrojaran alguna luz sobre el asunto.


—¡Vaya, ya estás aquí…! —dijo su madre cuando él entró en la cocina. Catalina Alfonso se acercó y le dio un abrazo—. Anda, saca la ensalada del frigorífico mientras yo sacó la lasaña del horno. ¿Qué tal tu día? Damian me ha dicho que trabajáis juntos en un caso.


Pedro gimió. No quería hablar de ese caso. Si su madre le tiraba de la lengua, él terminaría por mencionar a Paula, y ella lo sometería a un bombardeo de preguntas sobre su estado civil, su belleza y hasta su familia.


—¿Qué te ha contado Damian?


Catalina sacó la lasaña del horno y la dejó en la mesa. Pedro alcanzó una silla y se sentó.


—¡Oh, nada! Sólo que alguien vende objetos robados por Internet. Eso y que hay una mujer involucrada.


Pedro pensó que iba a estrangular a su hermano; Damian siempre disfrutaba complicándole la vida.


Durante un momento, Catalina se dedicó a servir la cena y pareció olvidarse del caso. Pero Pedro conocía bien a su madre, y no se dejó engañar; ardía en deseos de que sus tres hijos se enamoraran otra vez y sentaran la cabeza. De modo que no se llevó ninguna sorpresa cuando lo miró de repente y declaró con una sonrisa:
—Damian también ha dicho que esa mujer es muy atractiva.


—Mamá… —dijo en tono de advertencia.


—No me hables en ese tono. Sabes que sólo quiero que seas feliz. ¿Y bien? ¿Ya le has pedido que salga contigo? Podrías invitarla a la fiesta de Nochevieja… Me encantaría conocerla en persona —afirmó.


Ni la familia ni los amigos faltaban nunca a la fiesta de Nochevieja que su madre organizaba. Era todo un acontecimiento. Sin embargo, Pedro ya había aprendido que invitar a una amiga era un error; Catalina siempre llegaba a la conclusión de que había encontrado a la mujer de sus sueños, y no quería volver a pasar por esa situación.


—Era una sospechosa. Nada más.


—¿Era? Luego ya no lo es…


Pedro la miró con exasperación.


—No parece serlo, pero eso carece de importancia. No estoy
buscando ni una amante, ni una novia, ni nada por el estilo. Me he hartado de ese tipo de relaciones, y tú sabes por qué.


Catalina Alfonso no intentó hacerse la loca.


—Discúlpame, Pedro; sé que lo pasaste verdaderamente mal con Carla… ¿Has sabido algo de Tomy? —preguntó, refiriéndose a su hijo.


—No, nada. Supongo que no lo volveré a ver.


—No digas eso, hijo.


—¿Por qué? Es la verdad, mamá. El juez determinó que no tengo derechos sobre él porque no soy su verdadero padre. Carla no necesita nada más para expulsarme de su vida.


—Pero sabe que Tomy te adora —insistió—. Tú eres el único padre que ha conocido… ¡Y es Navidad! Estoy segura de que por una vez en su vida, será razonable y pondrá las necesidades de Tomy en primer lugar.


Pedro quiso ser tan optimista como su madre, pero no tenía motivos para serlo. Había llamado a Carla varias docenas de veces desde que se divorciaron, intentando que le permitiera ver ocasionalmente al niño, pero Carla se negó en todas las ocasiones, y al final lo amenazó con acusarlo de acoso.


—Yo no me haría ilusiones. Ya sabes cómo es Carla. Cuando toma una decisión, no la cambia por nada del mundo.


Pedro supo que a Catalina le habría gustado discutírselo, pero no podía; sabía que estaba en lo cierto.


—De todas formas, no renuncies a la esperanza —le rogó ella—. Aunque ahora no lo parezca, sé que las cosas mejorarán.


Catalina siempre había sido una de esas personas que veían la botella medio llena cuando otras la veían medio vacía. A Pedro le parecía digno de admiración; sobretodo, porque se había quedado viuda a los treinta años y había criado a tres niños sin ayuda de nadie. Pero eso no cambiaba nada. 


Había cosas que nadie podía cambiar; y la pérdida de su hijo era una de ellas.


Sin embargo, quería tanto a su madre que no quiso estropearle la noche con una verdad tan dolorosa.


—Tienes razón, mamá. Intentaré ser positivo.


—Quizás te sentirías mejor si salieras a divertirte más a menudo…


—Mamá…


—Y estaría bien que conocieras a alguna mujer interesante…


Pedro soltó una carcajada.


—Está bien, está bien, veré lo que puedo hacer. ¿Contenta? ¿Eso te hace feliz?


Ella sonrió, encantada.


—Por supuesto —respondió—. ¿Te he dicho ya que la sobrina de Mary Walker se acaba de mudar a Washington D.C.? He visto una fotografía suya y es verdaderamente preciosa.




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