sábado, 28 de octubre de 2017
NO TE ENAMORES: CAPITULO 13
Las calles de Capitol Hill estaban desiertas y oscuras a las cuatro de la madrugada. No había luna; el único sonido que se oía era el de las hojas secas que el viento arrastraba, aunque la sirena de una ambulancia que se dirigía al hospital George Washington, rompió la tranquilidad repentinamente.
Sin embargo, los residentes del barrio de Capitol Hill siguieron durmiendo a pierna suelta. Y en la oscuridad de las calles, nadie vio a la figura completamente vestida de negro que avanzaba entre las sombras.
Un perro ladró y la propia noche pareció contener el aliento.
La figura se detuvo y permaneció inmóvil durante diez minutos, incluso después de que el animal dejara de ladrar.
El letrero de la librería Chaves, que estaba a media manzana de distancia, habría resultado invisible en la oscuridad si la luz procedente del escaparate, decorado con motivos navideños, no hubiera traicionado su presencia.
La figura de negro avanzó hacia la entrada principal, sacó una llave del bolsillo y la introdujo en la cerradura. Un par de segundos después, soltó una maldición que nadie oyó. La llave no funcionaba.
En su frustración, empujó la puerta.
Y la alarma saltó.
Paula despertó de repente, y tardó un momento en reconocer el sonido. Era la alarma del edificio.
Sintió pánico; pero en lugar de dejarse dominar por el miedo, se levantó de la cama y extendió un brazo hacia el teléfono para llamar a la policía. Sin embargo, el teléfono se puso a sonar antes de que lo alcanzara.
—¿Dígame?
—¿Señorita Chaves?
—Sí…
—Soy Charles, de Washington Security. Acabamos de observar que la alarma de su establecimiento ha saltado. ¿Se encuentra bien?
—Sí, pero…
—¿Hay un intruso?
—No lo sé. No puedo oír nada salvo la alarma.
—Llamaré a la policía. Pero no se preocupe, me mantendré al teléfono hasta que el coche patrulla llegue.
Paula no había sentido más miedo en toda su vida. Quería
encender una luz, pero el instinto le decía que la oscuridad era la mejor protección en ese momento. Y los crujidos del viejo edificio, a los que estaba acostumbrada, le parecieron más inquietantes y amenazadores que nunca.
Ya empezaba a estar desesperada cuando oyó sirenas a lo lejos.
Menos de un minuto después, dos coches patrulla frenaron en seco delante de la librería.
No esperó más. Se puso una bata a toda prisa y bajó.
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